- La Bailarina de Auschwitz de Edith Eger, Edit. Planeta
Por. Alicia Reyes Amador
En esta novela la narración inicia cuando Edith, su autora y protagonista es ya una terapeuta que atiende exitosamente a pacientes que requieren ayuda psicológica..
Hace treinta años que ella pudo sobrevivir a un campo de concentración del Holocausto, aunque vio morir a su madre, poco después de que ella respondió amorosa y de manera inocente, a un nazi: “Si es mi madre”. Lo que causó en ella un sentimiento injusto de culpa que cargó por muchos años.
Su padre también muere en ese campo. Sólo Edith y su hermana sobreviven a esa terrible y devastadora experiencia que evoca en mucho al infierno dantesco. Ella bailó para el Nazi que la salvó, pero que fue también su verdugo.
Edith vive junto con su hermana situaciones dolorosas, algunas casi mortales, inimaginables e insoportables, para cualquier persona que no haya experimentado la amenaza de muerte a cada momento de esa existencia.
Su última experiencia en el campo de concentración consiste en, con muchísima dificultad, mover una mano, para evitar que los soldados de las fuerzas aliadas dieran por muerta a una persona en la que era difícil encontrar algún rasgo de vida. Esta acción de Edith define el comportamiento que ella asumió dentro del campo y luego, a lo largo de su vida fuera de él. La idea de que, en la vida, no hay puertas que se abran fácilmente, sino ventanas que uno tiene que ir descubriendo, abriendo y entrando por ellas, es la que le ha impulsado y permitido trascender una vida compleja y complicada.
Sus enormes capacidades de resiliencia y adaptación, su valor y su dignidad le posibilitan obtener la profesión terapeuta reconocida en Estados Unidos, donde se refugia tiempo después de haber sido liberada. Ahí con su vocación de servicio a prueba y sus conocimientos atiende a muchas personas que requieren su ayuda. Estudia a Carl Jung y encuentra atractivas sus concepciones sobre los mitos y los arquetipos, después conoce el trabajo de Vicktor Frankl e incluso, se hace su discípula. Sin embargo, ella no ha sanado de las terribles heridas emocionales que recibió por cuenta de los nazis. Se percata de que ella no estaba haciendo un trabajo auténtico, sabe que si no ha sanado sus problemas, está intentando, para los demás, soluciones que no aplica en ella, incluso, se percata, que hay aspectos de su niñez en los que fue dañada por comportamiento inconsciente de los adultos, sabe ahora, que le marcaron negativamente.
Edith, en esa etapa se da cuenta que todos los cambios de lugar y la forma en que se ha conducido en sus relaciones personales, no han sido, sino para ir construyendo una celda para tratar de huir de su pasado. Se hace consciente de que ha sido hermética sobre su historia de vida, porque la vergüenza y el terror que le provocó su contacto con la deshumanización y la muerte, aunados a todas sus inseguridades infantiles, la han llevado a convertirse a sí misma en víctima de todo ello. Entiende que su enorme fuerza de voluntad, el valor con el que ha enfrentado los obstáculos a los que se vio obligada a protagonizar, los duelos aparentemente concluidos de todos los seres queridos a los que perdió y su estabilidad emocional, aparente también, no han sido suficientes para trascender los aspectos terroríficos por los que transitó, se percata de todo el dolor que desea esconder , percibe, además, que no es feliz y que ha contagiado a quienes le rodean de ese sentimiento de infelicidad.
Edith, es sensible, inteligente y valerosa comienza entonces un camino de sanación, se hace responsable de sus problemas, visita el lugar en el que fue prisionera, regresa a enfrentar uno por uno sus miedos y resuelve vivir cada día de su vida restante aprovechando su vitalidad.
Ella sabe que en los campos de concentración sólo pudieron gestarse dos grupos de personas, los que viven y las que murieron. Ella está viva, debe agradecerse a sí misma todo lo que se esforzó por haber podido llegar viva a ese momento, ¿cómo? siendo feliz. Entonces, a pesar de tener algunas secuelas físicas producto del maltrato que sufrió, está viva y desde el momento en que se percata de ello, recibe la vida con amor.
Esta novela es un ejemplo de vida, al mismo tiempo que describe una etapa terrible de la humanidad, va desentrañando la historia personal de Edith, ella lo hace con maestría tal que transmite la angustia y el dolor que experimentaron, tanto ella, como el mundo que fue prisionero del abuso y la violencia de quienes tenían el poder para ejercerlos. Dolorosamente también de cómo ese poderío se sostuvo y fue abonado por concepciones, prejuicios e intereses preexistentes. La narradora da constancia de que el antisemitismo, no fue creado por los nazis. Ellos lo utilizaron para lograr sus objetivos, pero hubo un contexto social que lo incentivó y fue cómplice de él.
La novela, está plagada de secuencias interesantes, álgidas, dolorosas, tristes y otras muy alegres y esperanzadoras. Tiene un respaldo histórico, tanto en sus referencias como en el relato de los momentos que narra. La autora nos lleva poco a poco a conocer el inframundo que vivió, sin caer en el amarillismo o usar recursos fáciles. Es una aportación importante para quienes piensan que viven en situaciones complicadas o que piensan que su mundo es difícil y que todo está perdido.
Edith Eger nos conduce a una realidad llena de esperanza, tan compleja como la que ella vivió, pero siempre encaminada a la concepción de que es necesario que cada persona tome conscientemente sus elecciones, insiste en que cada uno construye la estructura en la que quiere cimentar su estabilidad o su desgracia. Plantea como un imperativo, el rechazo a la victimización y la desesperanza. Exige que enfrentemos nuestros miedos y sanemos auténticamente, antes de intentar siquiera sugerir a los demás cómo conducirse o resolver sus conflictos.
Por todo ello, creo que vale mucho la pena leer cuidadosamente esta novela, disfrutarla sufrirla y aprender mucho.