RIZANDO EL RIZO: La voz sin rostro, ¿será rumor? - Mujer es Más -

RIZANDO EL RIZO: La voz sin rostro, ¿será rumor?

Por. Boris Berenzon Gorn

 

“Se dice que…” Así comienzan con frecuencia los murmullos que recorren pasillos, plazas, redes sociales y comunidades enteras. El rumor, esa forma colectiva, oral, móvil y casi siempre anónima de comunicación, ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. En él se entrelazan el deseo, el miedo, la incertidumbre, la narración y la ideología. Más que un dato flotante, el rumor es una construcción simbólica que tanto revela como oculta, generando ganancias sociales, pero también profundas pérdidas.

Definir qué es un rumor no resulta sencillo. A diferencia del chisme, que suele centrarse en asuntos personales, el rumor remite a hechos posibles, pero no confirmados, relacionados con situaciones o personas. Su característica esencial es la incertidumbre. Como apunta la investigadora Margarita Zires, el rumor se genera en los intersticios de la comunicación formal y circula por canales informales: el pasillo, la sobremesa, la red social, el mercado. Funciona como un discurso alternativo en tiempos de crisis, cuando los canales oficiales callan o se perciben como poco confiables. De este modo, cumple una función vital: llenar vacíos de sentido. Ahí reside su poder. El rumor no informa; interpreta. No afirma; sugiere. No verifica; seduce. Y siempre produce incertidumbre.

Desde una perspectiva psicosocial, el rumor es una manifestación del inconsciente colectivo, el sueño público de una sociedad. Al igual que los sueños individuales condensan deseos y temores reprimidos, los rumores sintetizan inquietudes sociales: sospechas políticas, ansiedades económicas, desconfianzas culturales. Su verosimilitud importa más que su verdad, ya que se sostiene en el imaginario compartido. Por ello, el rumor no solo refleja tensiones sociales, sino que las activa y orienta. Así como el miedo da forma al monstruo, la ansiedad colectiva moldea el rumor, y con cada repetición adquiere cuerpo, densidad y legitimidad. El rumor es performativo: construye realidades que pueden materializarse no porque sean ciertas, sino porque se creen.

Todo rumor tiene una narrativa propia. Su estructura elemental incluye un origen difuso (“alguien dijo”), un desarrollo cargado de emociones como sorpresa, alarma e indignación, y un final provisional que cambia con cada repetición. Guardando toda proporción, como el mito o la leyenda, el rumor se reinventa constantemente. Esta capacidad narrativa le confiere eficacia social: emociona, entristece, persuade y moviliza. No es casual que autores como Hans-Joachim Neubauer, en su obra Fama, hayan rastreado el rumor desde la mitología griega hasta los foros digitales contemporáneos. Para Neubauer, el rumor no es una desviación del conocimiento, sino una forma alternativa con reglas propias, donde la lógica es la verosimilitud y no la comprobación que permite siempre la oscilación de la duda.

Aunque su reputación suele ser negativa, el rumor no es enteramente destructivo. Frecuentemente cumple funciones sociales importantes. En contextos de silencio institucional, permite reconstruir narrativas del mundo. También fortalece vínculos: compartir un rumor puede crear alianzas, complicidades y sentido de pertenencia grupal. En espacios cerrados —como oficinas, comunidades rurales o ámbitos académicos— el rumor puede regular conductas, señalar límites y reforzar normas sociales. Es, en muchos casos, el lenguaje del poder informal: no lo establece la ley, pero lo legitima la gente.

El rumor tiene su cara oscura. En situaciones de tensión, puede provocar pánicos colectivos. Rumores sobre epidemias, crisis económicas o violencia suelen difundirse con mayor rapidez que los hechos mismos, generando un miedo paralizante. En la era de las redes sociales, este fenómeno se amplifica: un solo mensaje en X puede provocar más alarma que un informe oficial. El rumor también puede usarse como arma para desacreditar, dividir y manipular. En política, su presencia es constante: campañas de desinformación, teorías conspirativas. En el mundo del espectáculo, destruye carreras e inflama escándalos. En la guerra, desmoraliza y siembra el caos. En el amor, envenena relaciones, rompe vínculos y desata tempestades emocionales.

El rumor, como el fuego, puede calentar o arrasar. A la vez, constituye uno de los grandes negocios del entretenimiento: genera clics, titulares, reproducciones y publicidad. Existe una industria dedicada a la creación y circulación de rumores —desde revistas sensacionalistas hasta portales virales— donde la difamación no solo se tolera, sino que se monetiza. Los escándalos venden, y el rumor se convierte en una mercancía que produce cuantiosos dividendos para medios, plataformas y creadores de contenido, incluso a costa de la verdad o la reputación. 

Los algoritmos de las redes sociales, diseñados para maximizar la atención y el compromiso, amplifican esta dinámica, favoreciendo la difusión rápida y masiva de información no verificada. Así, el rumor se integra en una economía digital que prioriza la inmediatez y la viralidad por encima de la precisión y la ética, generando un ciclo donde la desinformación resulta rentable y difícil de erradicar. Este fenómeno plantea profundos desafíos éticos y sociales, pues la frontera entre información, manipulación y entretenimiento se vuelve cada vez más difusa, y el rumor se convierte en un arma de poder que no solo moldea la opinión pública, sino que también puede provocar consecuencias reales y severas en la vida de individuos e instituciones.

La historia está plagada de rumores que modificaron el curso de los acontecimientos. Durante la Revolución Francesa, se difundían rumores sobre traiciones y saqueos que alimentaron la violencia. En Fuenteovejuna, de Lope de Vega, el “se dice” representa una justicia anónima donde nadie, y todos, son responsables. Hoy, el algoritmo ha sustituido al pregonero: el rumor circula con una velocidad sin precedentes, sin rostro ni pausa. Desde una perspectiva latinoamericana, Margarita Zires propone entender el rumor no solo como una desviación, sino como una forma legítima de expresión cultural. Su investigación en México muestra cómo el rumor expresa tensiones culturales profundas, contradicciones sociales y formas de resistencia.

Frente a este panorama, no se trata de erradicar el rumor —una tarea imposible—, sino de aprender a leerlo: comprender qué expresa, por qué circula y a quién beneficia. La alfabetización mediática y digital es fundamental para formar ciudadanos capaces de distinguir entre información, interpretación y manipulación. También es urgente recuperar el valor del diálogo, la información confiable y la responsabilidad en el decir. El rumor no desaparecerá, pero podemos aprender a escucharlo críticamente: no como verdad absoluta, pero tampoco como mero ruido. Porque en su murmullo, a menudo, resuenan las voces de lo que la sociedad calla, teme o desea. Y, como toda voz, merece atención, análisis y, sobre todo, conciencia.

¿Será rumor? Sin duda, el rumor forma parte de la dimensión destructiva de la sociedad: la pulsión tanática y el goce. Mañana, aquí mismo: “Rumor y rencor”.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

A lo largo del tiempo, ciertos rumores han adquirido dimensiones casi míticas, transformándose en símbolos del inconsciente colectivo de sus culturas. En México, la leyenda del chupacabras surgió en los años noventa como una criatura misteriosa que atacaba animales y generaba temor en comunidades rurales; más allá del suceso, encarnaba temores sociales sobre la modernidad, la crisis económica y la desconfianza hacia el poder. En Estados Unidos, las teorías conspirativas en torno al Área 51 y la supuesta ocultación de vida extraterrestre reflejan no solo fascinación por lo desconocido, sino una persistente sospecha hacia el Estado y sus secretos. En el mundo árabe, rumores sobre envenenamientos colectivos durante conflictos bélicos han servido como armas de desinformación para sembrar miedo. En el ámbito digital contemporáneo, movimientos como QAnon en Estados Unidos han construido complejas tramas rumorológicas que combinan misticismo, conspiración y política. Estos ejemplos evidencian que el rumor no es un accidente, sino una respuesta sociocultural que emerge en tiempos de incertidumbre, como si la sociedad necesitara explicaciones extraordinarias cuando las respuestas racionales resultan insuficientes.

Narciso el obsceno

El rumor, reflejo oscuro del narcisismo, ofrece al ego la ilusión de control y protagonismo: al difundirlo, el individuo no solo transmite información, sino también su deseo de ser escuchado y reconocido como poseedor de una verdad secreta que lo distingue del resto.

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