Por. Adriana Luna
X: @adrianalunacruz
Los pequeñitos adoraban acudir a sus clases de natación, aprender a flotar y al mismo tiempo divertirse con el agua. Al paso de los años, la actividad deportiva se volvió pasión y comenzaron a competir a nivel estatal y nacional.
Sin embargo, hace unos meses, algunos de ellos perdieron la motivación, ya no querían acudir a sus clases. Los padres pensaron que era parte de la adolescencia, tal vez no querían ya mostrar su cuerpo en desarrollo o simplemente habían cambiado sus intereses. Pero, jamás imaginaron que los niños de entre 11 a 17 años de edad estuvieran sufriendo agresiones sexuales por parte de uno de los instructores de natación.
Esaú, es carismático, demostraba interés en el aprendizaje de los niños, los trataba como amigos. Así que rápidamente ya se había ganado la confianza de los progenitores, quienes sin dudar le confiaban a los niños para las competencias en otras sedes fuera de la ciudad. Lo invitaban a las fiestas familiares, porque ya la relación se volvió cercana y había superado al maestro-alumno.
Todo se perdió al enterarse que el maestro aprovechaba los momentos bajo el agua para tocar las partes íntimas de los menores con acciones que hacía pasar como ‘accidentes’. Al ver el instructor que su comportamiento no traía consecuencias, comenzó a acompañar a los menores al área de las regaderas para provocar acercamientos, observar su ‘comportamiento’ y sus atributos físicos que con trabajo, podría volverlos mejores atletas.
Pasaron varios meses para que los menores se armaran de valor y hablaran con sus padres de lo que sucedía con el entrenador deportivo. Pudieron explicarles que en los vestidores les mostraba pornografía y muchos otros detalles de las agresiones sexuales y perversiones.
Los papás no podían creer lo que escuchaban; el profesor había traicionado la confianza de los niños y también la de ellos. En cada una de las clases soñaban con que sus hijos estaban recibiendo lecciones para ser mejores atletas que les permitiría competir nacional e internacionalmente representando a Jalisco y México.
Cuando se informó a la institución deportiva de las confesiones de los menores, maestros y directivos se quedaron pasmados. De inmediato, se separó al profesor de las clases que impartía a los jovencitos, mientras las autoridades jaliscienses desahogan las investigaciones.
El juez que analizó el caso determinó que había pruebas suficientes para girar una orden de aprehensión. Al concretarse la detención del profesor, no dudó en ordenar la prisión preventiva. La defensa del señalado apeló la resolución.
Los padres temen que sus hijos queden en indefensión y que impere la impunidad. Emocionalmente ya están recibiendo atención profesional para asimilar lo sucedido, enfrentarlo y superarlo. Algunas mamás están enfrentando también síntomas de estrés y ansiedad porque jamás pensaron que esto sucedía. Tras enterarse, siguieron los protocolos para acceder a la justicia, pero tienen más preocupaciones, ¿si la justicia no llega? ¿cómo explicarían a sus hijos, esa vergonzosa lección? En México en la mayoría de los casos la justicia no aparece. ¿Cómo les dirán que todo lo que aprendieron la última década sobre el intenso amor a Jalisco y a México, ese que les permitía competir en las Olimpiadas Nacionales podría ser ficticio? El deporte, al final de cuentas, busca la perfección del atleta y el orgullo por la patria.
Mientras tanto, el juicio sigue su curso. La Olimpiada Nacional está aquí. Y los niños, han perdido esa pasión deportiva que les mostraba no sólo el desarrollo de su cuerpo y mente sanos, sino la oportunidad de sentirse orgullosos de su país.
Los progenitores sólo exigen justicia, para que a los niños no se les robe la inocencia, sino también la posibilidad de soñar con un México mejor, todavía.