Por. Boris Berenzon Gorn
¿Vive usted deprimido y ansioso? ¿La angustia es parte inevitable de nuestra sociedad actual? ¿Nuestro mundo cabalga sin freno sobre los jinetes de la depresión y la ansiedad? En una era donde la hiperconectividad, la incertidumbre económica y la presión por el éxito invaden cada aspecto de nuestras vidas, el sufrimiento emocional parece haberse normalizado. ¿Estamos perdiendo la capacidad de vivir en calma? ¿Es la salud mental una prioridad real o solo un discurso de moda? ¿Qué papel juegan las redes sociales, el aislamiento urbano y la precariedad en esta creciente crisis emocional? Este editorial busca adentrarse en la compleja y urgente realidad de la ansiedad y la depresión, no como condiciones individuales aisladas, sino como síntomas colectivos de un sistema que parece haber olvidado el valor del bienestar emocional.
Hoy en día, la ansiedad y la depresión se han convertido en experiencias comunes que reflejan no solo problemas individuales, sino una crisis social más amplia. Su aumento afecta a todas las edades y está vinculado a factores como la tecnología, la globalización y las exigencias modernas. Estos trastornos ya no son solo temas de salud mental, sino también de cultura, estructura social y formas de vida. Este editorial analizará su evolución, su impacto en distintos grupos y el rol que juegan la familia, la educación, la sexualidad y el poder en su expansión.
Tradicionalmente, la ansiedad y la depresión se entendían como trastornos individuales ligados a conflictos internos o desequilibrios biológicos. No obstante, en las últimas décadas ha surgido una visión más amplia que los reconoce como fenómenos sociales, influenciados por factores como el capitalismo global, la inseguridad económica, las redes sociales y la saturación informativa.
La ansiedad, por ejemplo, ha dejado de ser simplemente el síntoma de una inseguridad personal para convertirse en un fenómeno cultural, como lo señala el filósofo coreano Byung-Chul Han. En su obra La sociedad del cansancio, Han habla de cómo la aceleración constante y la cultura del rendimiento, que predominan en nuestras sociedades neoliberales, fomentan una sensación generalizada de agotamiento emocional, físico y mental. La ansiedad se ha convertido en una moneda de cambio en un mundo que nos exige estar siempre disponibles, productivos y perfectos. Este fenómeno no solo afecta a los adultos, sino también a los niños y jóvenes, quienes se ven arrastrados por las expectativas sociales, familiares y académicas.
Si bien la ansiedad y la depresión pueden afectar a cualquiera, los niños y adolescentes son especialmente vulnerables hoy en día. La presión social, el impacto de las redes, la violencia escolar y la falta de espacios seguros han generado un entorno emocionalmente crítico, reflejado en el aumento de suicidios y trastornos como los alimentarios.
En los jóvenes adultos, la ansiedad y la depresión toman una forma particular. La incertidumbre respecto al futuro, el temor al fracaso y la presión por alcanzar logros personales y profesionales se combinan para crear un caldo de cultivo para trastornos mentales. En una era donde las expectativas sobre el éxito y la productividad nunca han sido tan altas, los jóvenes sienten la constante amenaza de no estar a la altura de esas demandas. La crisis económica, la falta de estabilidad laboral y el creciente costo de la vida son factores adicionales que agravan la salud mental de este grupo etario. En este sentido, la depresión en los jóvenes no solo está relacionada con factores personales, sino con una falta de oportunidades y con una precarización de sus vidas.
Para los adultos, la ansiedad y la depresión a menudo se entrelazan con las exigencias de la vida diaria, el trabajo, las relaciones familiares y la incertidumbre económica. La presión por equilibrar la vida profesional y personal, junto con la constante preocupación por el futuro, afecta a millones de personas. Los trastornos de ansiedad y depresión en adultos también se vinculan a la sensación de haber fracasado en alcanzar los ideales de éxito que nuestra sociedad les impone. La disonancia entre lo que se espera de uno mismo y lo que realmente se puede lograr crea una fractura interna que se traduce en sufrimiento emocional.
La familia, como estructura primaria de apoyo, también ha sido afectada por los cambios sociales y económicos de los últimos tiempos. Las dinámicas familiares han evolucionado, y en muchos casos, las familias han perdido su capacidad de ofrecer el soporte emocional necesario en momentos de crisis. En sociedades donde el individualismo y la competencia son exaltados, la solidaridad familiar se ve erosionada. El aumento de los hogares monoparentales, la presión económica y la falta de tiempo para la interacción genuina han dejado a muchos individuos aislados emocionalmente.
La ansiedad y la depresión también son reflejo de una sociedad que ha perdido su sentido de comunidad. El aislamiento social, la falta de apoyo en la vida cotidiana y la desconexión entre las personas alimentan la angustia colectiva. La alienación, ese sentimiento de estar desconectado de los demás y de no pertenecer a un grupo, es uno de los principales factores que contribuyen a los trastornos mentales en la sociedad contemporánea.
La ansiedad y la depresión se manifiestan de manera alarmante en el sistema educativo. La presión académica sobre los niños y jóvenes, el miedo al fracaso y el temor a no cumplir con las expectativas de la sociedad se reflejan en un aumento de trastornos psíquicos en las escuelas. pero, los sistemas educativos ni lo padres parecen estar preparados para abordar estos problemas. La falta de programas de apoyo emocional, el estigma que aún rodea a la salud mental y la concentración excesiva en el rendimiento académico, perpetúan un círculo vicioso que impide que los estudiantes reciban la ayuda que necesitan.
La crítica de Foucault a las instituciones como mecanismos de control social cobra relevancia en este contexto. El filósofo francés argumentaba que las instituciones modernas, incluidas las escuelas, funcionan como mecanismos de normalización que imponen modelos rígidos de conducta y éxito. Esta normalización, lejos de promover la salud emocional, crea espacios donde la ansiedad y la depresión florecen como respuestas a una educación que, más que cuidar, condiciona.
La vida sexual también juega un papel determinante en la ansiedad y la depresión. En la era digital, donde las imágenes, los estándares de belleza y la sexualización se encuentran al alcance de un clic, las presiones relacionadas con el cuerpo y el rendimiento sexual son cada vez más intensas. La ansiedad por cumplir con expectativas sexuales irrealistas y la separación emocional en las relaciones interpersonales contribuyen a la propagación de trastornos anímicos. Además, las dificultades en la sexualidad a menudo son una manifestación de una falta de salud emocional más profunda.
La reflexión de Zizek sobre la sexualidad en la era capitalista es pertinente en este caso. Según el filósofo esloveno, el capitalismo ha transformado incluso la sexualidad en un mercado de consumo, donde el deseo y la intimidad se ven mediadas por la lógica del mercado, despojando a las relaciones personales de su autenticidad y aumentando las ansiedades relacionadas con la identidad sexual y el placer.
Michel Foucault, al analizar las relaciones entre poder y cuerpo, ofreció una reflexión crítica sobre cómo las instituciones, incluida la psiquiatría, han transformado las emociones humanas en patologías. La medicalización de la ansiedad y la depresión refleja una tendencia más amplia de la sociedad contemporánea: el deseo de clasificar y controlar los cuerpos y las emociones. En este contexto, las políticas públicas y las prácticas médicas a menudo actúan más como formas de normalización que como medios efectivos para tratar los trastornos mentales, convirtiendo la experiencia subjetiva del sufrimiento emocional en un diagnóstico clínico que debe ser gestionado.
La ansiedad y la depresión no son fenómenos aislados; son síntomas de una crisis cultural y social mucho más profunda. En nuestra búsqueda de un mundo mejor, hemos creado un entorno donde la competencia, el rendimiento y la desconexión social son las normas. Si bien la atención a la salud mental ha avanzado, las soluciones siguen siendo insuficientes si no cuestionamos las estructuras que generan estos trastornos. Es hora de replantear nuestra relación con la ansiedad y la depresión, y abordar sus raíces sociales, económicas y culturales. Solo cuando logremos rehumanizar nuestras sociedades y fortalecer los lazos comunitarios, podremos sanar de las heridas profundas que la ansiedad y la depresión han dejado en nosotros.
En este sentido, las ideas de Nassim Taleb sobre la antifragilidad ofrecen una reflexión decisiva para abordar la ansiedad y la depresión desde una perspectiva renovadora. Taleb sostiene que, en lugar de buscar la estabilidad o la eliminación de las fuentes de estrés y riesgo, debemos aprender a prosperar en medio de la incertidumbre, a transformar las adversidades en oportunidades para fortalecernos. En un mundo que busca evitar el sufrimiento a toda costa, donde la fragilidad emocional es el resultado de una constante exposición a la perfección y la estabilidad, el concepto de antifragilidad nos invita a reconsiderar nuestras vulnerabilidades. En lugar de tratar de eliminar las tensiones y los desafíos, debemos reconocer que son esos mismos elementos los que, al ser gestionados de manera adecuada, nos permiten crecer, adaptarnos y encontrar un nuevo equilibrio. Esta perspectiva podría ser clave para transformar la forma en que entendemos la salud mental, promoviendo una cultura que no solo enfrente las adversidades, sino que las utilice como catalizadores de resiliencia y evolución. Solo al aceptar nuestra fragilidad inherente y aprender a navegar en un mundo incierto podremos encontrar una salida auténtica a la epidemia de ansiedad y depresión que nos consume.
Manchamanteles
La ansiedad y la depresión han permeado profundamente la música y la literatura contemporáneas, donde artistas y escritores exploran las angustias existenciales que caracterizan nuestra era. En la música, géneros como el rock alternativo y el rap, con figuras como Radiohead, Kanye West o Billie Eilish, dan voz a una generación marcada por la alienación y el vacío emocional. En la literatura, autores como Sylvia Plath y Ottessa Moshfegh abordan la lucha interna y el sufrimiento psicológico de personajes atrapados en sus propias contradicciones. Tanto la música como la literatura reflejan una cultura que confronta la fragilidad emocional, ofreciendo un espacio para que los individuos se sientan comprendidos en medio de su angustia y vulnerabilidad compartida.
Narciso el obsceno
El narcisismo, al centrarse obsesivamente en la imagen propia, crea un vacío existencial que la ansiedad no hace más que profundizar, pues la necesidad de validación constante alimenta una fragilidad emocional que nunca logra saciar