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RIZANDO EL RIZO  El patito feo y las formas simbólicas de la exclusión

Por. Boris Berenzon Gorn

 

A Ilan Osorio, mi sobrino y ahijado,

cuya cercanía es un cuento mágico que la vida me regala una y otra vez.

 

Para despedir a abril, recordemos a Hans Christian Andersen, nacido en este mes en 1805 en Odense, Dinamarca, una de las figuras más fascinantes del imaginario literario europeo. Hijo de un zapatero y una lavandera, su infancia estuvo marcada por la pobreza, el desarraigo y una sensibilidad fuera de lo común. pero, su destino no fue permanecer en el anonimato de las clases populares: ascendió, como por encantamiento, desde los márgenes hasta la cúspide de la cultura europea. No por medios mágicos, sino por la elocuencia de una palabra capaz de conjugar ternura y crítica, ensueño y lucidez.

En los ecos de la tradición literaria europea, pocas figuras emergen con la profundidad simbólica de El patito feo. Andersen, cuyo genio narrativo cruzó generaciones, plasmó en sus cuentos las tensiones existenciales, sociales y psicológicas de su tiempo. Su percepción singular del mundo, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en el impulso que lo llevó a transformar su marginalidad en arte. En su obra se entrelazan, como hilos invisibles, las luchas del alma humana, las sombras de la exclusión y las luces de la redención. A través de su mirada, en apariencia inocente, se revela la complejidad de una sociedad en busca de sentido en medio de las transformaciones del siglo XIX.

La figura del niño adquiere, en ese contexto, un lugar central en el imaginario cultural de la época. A medida que la sociedad se despojaba de las estructuras feudales y abrazaba los ideales del liberalismo, el niño se convirtió en emblema de la inocencia perdida. Andersen percibió en sus personajes infantiles no solo la evocación de una pureza original, sino también la expresión de una sociedad desgarrada por la indiferencia y la falta de empatía. Sus cuentos, más que simples relatos para niños, constituyen profundas meditaciones sobre la exclusión, la identidad y la pertenencia.

El concepto de hermenéutica —el arte de interpretar lo oculto en un texto— abre una vía esencial para comprender la obra de Andersen. Sus relatos no son fantasías que se disuelven en la ilusión, sino espacios donde emergen las tensiones sociales y psíquicas de una época convulsa. El patito feo, aunque comúnmente leído como una parábola sobre la aceptación personal, encierra una crítica más aguda: la lucha por la identidad en un mundo que impone normas rígidas sobre lo que es considerado valioso o aceptable. El patito, rechazado desde su nacimiento, representa no solo al artista incomprendido, sino a todos aquellos que no encajan en los moldes establecidos por la sociedad. Su transformación final en cisne no es una victoria sobre la fealdad, sino una epifanía sobre la autenticidad frente a las expectativas externas.

No obstante, esta historia no debe interpretarse únicamente como una metáfora individual de superación. En un plano más profundo, El patito feo resuena con las estructuras del inconsciente colectivo que Carl Jung describió: imágenes y arquetipos compartidos que atraviesan culturas y épocas, revelando los miedos, deseos y resistencias universales de la humanidad. El rechazo del patito no es solo una experiencia individual, sino el reflejo de una sociedad que teme la diferencia, que margina aquello que no encaja. Su dolor encarna el sufrimiento de todos los que han sido marcados por lo distinto. Su travesía hacia el reconocimiento no es meramente personal, sino universal: un recordatorio de que lo excluido también posee un valor que solo el tiempo y la mirada justa pueden revelar.

Este esquema simbólico se repite con variaciones en otros cuentos del autor. En La sirenita, por ejemplo, la pérdida de la voz simboliza la renuncia a la propia identidad para ser aceptado por otro mundo que, al final, no la reconoce. No se trata de un sacrificio romántico, sino de una dolorosa metáfora sobre la invisibilización de lo diferente. Del mismo modo, El soldadito de plomo representa al individuo resiliente, incompleto desde su origen, cuya integridad frente al dolor del mundo lo lleva a un final que es, a la vez, trágico y trascendente.

En Las zapatillas rojas, Andersen traza una parábola sobre la compulsión, el deseo y el castigo moral, que puede leerse también como una crítica a las normas sociales que reprimen el cuerpo y la libertad, en especial en el caso femenino. Mientras tanto, La reina de las nieves plantea un viaje iniciático hacia la madurez emocional: la frialdad y el desapego de Kai solo pueden romperse mediante el amor y la persistencia de Gerda, quien encarna la redención a través del afecto genuino. Finalmente, El traje nuevo del emperador denuncia el autoengaño colectivo y la ceguera ante el poder, recordándonos que solo una mirada libre —como la del niño que dice la verdad— puede romper los consensos ilusorios.

El historiador de la cultura Robert Darnton sostiene que los cuentos populares no son meras ficciones, sino depósitos simbólicos de las ansiedades y tensiones sociales. Al igual que los relatos del Antiguo Régimen que él analizó, los cuentos de Andersen no deben entenderse solo como literatura infantil, sino como expresiones profundas de la búsqueda de sentido en un mundo en constante transformación. Aunque Andersen pertenece a la tradición culta, nunca se desvinculó del todo del folclore popular. Sus narraciones están impregnadas de oralidad, de arquetipos ancestrales y de la psicología colectiva que subyace en las tradiciones más profundas. En este sentido, El patito feo se convierte en una historia en la que el individuo, confrontado con el rechazo, busca no solo el reconocimiento de los otros, sino el reencuentro con su propio ser.

La simbología del patito y su metamorfosis en cisne refleja una de las tensiones más hondas del alma humana: la lucha entre lo que somos y lo que la sociedad espera que seamos. El patito no es solo una figura del excluido, sino una encarnación de la psique humana, marcada por la incertidumbre, el anhelo de ser visto y, sobre todo, la necesidad de aceptar nuestra autenticidad en un mundo normativo. El narcisismo herido que experimenta, que se transforma en desprecio por sí mismo, es la manifestación del daño que inflige una sociedad que rechaza lo distinto y hiere a quienes no logran adaptarse.

En su aparente sencillez, la obra de Andersen actúa como un espejo fragmentado de una sociedad que aún se debate entre la aceptación y la exclusión. En El patito feo, el dolor del individuo por no encajar no es una tragedia aislada, sino una experiencia compartida, un arquetipo que reverbera en el inconsciente colectivo de todos aquellos que alguna vez se sintieron marginados. Mediante esta figura, Andersen nos invita a confrontar nuestras sombras, a cuestionar lo que consideramos “normal” y a reconocer que el verdadero cambio no consiste en ajustarse a las expectativas externas, sino en descubrir —y abrazar— lo que somos realmente.

En este viaje simbólico, la transformación del patito no constituye un simple “final feliz”, sino un proceso de autodescubrimiento que revela una verdad más profunda: la autenticidad no se encuentra en la aprobación de los otros, sino en la reconciliación con uno mismo. Y es en esa reconciliación donde finalmente entra la luz.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles 

Durante mucho tiempo, se sintió como un error, su reflejo le devolvía una imagen distorsionada, ajena a los demás. Caminaba con la cabeza baja, convencido de que no tenía nada digno de ser amado. Su vida se construyó en la oscuridad de la indiferencia y el rechazo. Pero un día, alguien lo miró sin juicio, con claridad. Al acercarse al agua, ya no vio un error, sino lo que siempre había sido. No se transformó en algo diferente, solo dejó de pensar que era menos, y ese pequeño cambio permitió que, por fin, la luz entrara.

Narciso el obsceno 

El patito feo refleja un narcisismo herido: el rechazo externo se vuelve desprecio hacia uno mismo.

 

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