El espectáculo del poder, el narcisismo y el autoritarismo - Mujer es Más -

El espectáculo del poder, el narcisismo y el autoritarismo

Foto: @POTUS

Por. Boris Berenzon Gorn

 

Un suceso extraordinario ocurrió durante el mensaje a la nación que el presidente Donald Trump preparó este martes 4 de marzo para los Estados Unidos. En vísperas del inicio de su discurso, el representante demócrata Al Green abucheó al mandatario, y su reacción no tardó en volverse viral, dando la vuelta al mundo. La intervención fue tan impactante que provocó una respuesta inmediata del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, quien ordenó al sargento de armas sacar a Green del salón. Los abucheos fueron rápidamente reemplazados por gritos de apoyo al son de “USA” y aplausos, creando un contraste palpable de emociones en la sala. Al Green, alzando su bastón, intentó callar al presidente estadounidense, una acción que dividió opiniones: mientras algunos lo consideraron un héroe, otros lo tacharon de “infantil y poco profesional”. Este acto, en su complejidad, reflejó no solo la polarización extrema en la política estadounidense, sino también la forma en que el teatro político se ha convertido en un espacio de confrontación sin límites. A la par, hay quienes recuerdan que algo similar sucedió con los republicanos durante los discursos del exmandatario Joe Biden, cuando interrumpían de manera similar, lo que subraya la creciente teatralización de la política en ambas partes del espectro político.

El discurso de Trump ante el Congreso, en este contexto, se constituye como una de las máximas expresiones de la retórica que ha definido su mandato. A través de sus palabras, Trump no solo busca fortalecer su imagen personal, sino también consolidar un modelo de liderazgo que se distancia radicalmente de las normas democráticas tradicionales. Su discurso se construye sobre un juego de imágenes, contradicciones y promesas vacías, en el que se presenta como el líder que se conecta con la “gente común”, enfrentándose a las élites políticas y mediáticas. En este contexto, su mensaje se estructura como una lucha contra el “sistema”, donde él se posiciona como el salvador que ofrece una versión más directa y accesible de la política. Este tipo de retórica, que divide a los “buenos” (sus seguidores) y los “malos” (opositores, medios de comunicación y actores fuera de su agenda), tiene como objetivo movilizar emocionalmente a su base, apelando a la ira y la frustración generalizadas.

La simplicidad de su discurso y su vulgarización resulta atractiva para aquellos que se sienten excluidos del sistema político tradicional, pero lo que realmente está en juego no es la resolución de los problemas sociales, sino la creación de una imagen de líder fuerte que se nutre del conflicto. El autoritarismo de Trump va más allá de sus palabras: impregna su estilo de liderazgo, orientado a la centralización del poder y el control de la narrativa. En lugar de fomentar el debate y la pluralidad, opta por imponer su visión a través de un liderazgo vertical, en el que la figura presidencial se erige como el centro absoluto. Este tipo de poder se caracteriza por el desprecio hacia los mecanismos democráticos de control y por la tendencia a personalizar las instituciones en torno a la figura del líder. Por otro lado, el narcisismo de Trump se manifiesta en su constante necesidad de reforzar su imagen pública.

Cada intervención ante el Congreso se convierte en una oportunidad para exaltar su figura, reafirmándose como el único capaz de salvar al país. Este culto a la personalidad no solo se construye con palabras, sino también con la imagen cuidadosamente gestionada que proyecta, creando un espectáculo diseñado para alimentar su propia relevancia. El narcisismo en el poder refleja una crisis de valores en la política contemporánea, donde el líder ya no representa a la nación, sino a sí mismo. Este fenómeno se manifiesta en su capacidad para conectar con sus seguidores a través de una imagen construida, frecuentemente vacía de contenido sustantivo, pero rebosante de promesas que alimentan el ego colectivo de quienes anhelan una figura de autoridad fuerte y decidida.

La palabra, en manos de Trump, pierde su poder y se desgasta, convirtiéndose en una mera herramienta para alimentar su ego y manipular las emociones de sus seguidores, en lugar de ser un medio para el debate y la construcción de consenso, interrumpido por el mesianismo. Así, el discurso ante el Congreso se convierte en un espectáculo: un circo político en el que la política ya no se trata de resolver problemas complejos, sino de crear un escenario dramático donde la retórica y la teatralidad predominan sobre las soluciones reales. En este circo, Trump es el maestro de ceremonias, guiando la función con promesas y giros retóricos que mantienen cautiva a su audiencia, mientras las verdaderas políticas y debates se desvanecen en el ruido. La política se transforma en un carnaval, donde las reglas han sido reemplazadas por la emoción, la confrontación constante y la teatralidad. La palabra, que alguna vez fue herramienta de diálogo y entendimiento, se convierte en un instrumento vacío, cuyo valor y credibilidad se disipan a medida que se repiten frases huecas y manipuladoras. Este espectáculo no es casual.

En el modelo de Trump, la política ya no busca resolver los problemas del país, sino construir una narrativa donde la figura presidencial es el centro del escenario, y el conflicto es la función que mantiene a la audiencia atenta. Las ideologías y las políticas públicas se relegan a un segundo plano, mientras el circo político cobra vida, con las emociones, los símbolos y las promesas vacías ganando más peso que las decisiones políticas sustantivas. En este nuevo “sueño americano”, el sistema político se ha transformado en una lucha por el control de los recursos y la narrativa, un campo de batalla donde la política se convierte en un medio para alcanzar poder y riqueza personal. La división entre “los triunfantes” y “los perdedores” se profundiza, y la política se convierte en un escenario donde el objetivo ya no es gobernar democráticamente, sino ganar a toda costa, como si se tratara de una competencia dentro del circo.

La escena política se transforma en una representación del poder, un teatro donde los actores —políticos, medios de comunicación, Trump mismo— interpretan sus papeles para garantizar la perpetuación de su influencia. El acto de hablar ante el Congreso y recibir la exagerada ovación de los presentes se convierte en una puesta en escena, una imagen cuidadosamente construida con el fin de consolidar el poder a través de la teatralidad. Así, Trump no solo ejerce el poder de manera autoritaria, sino que lo presenta como un espectáculo diseñado para cautivar y movilizar.

Este nuevo paradigma político ha convertido a la política en un circo, una lucha constante por el control de la imagen y la narrativa, donde el melodrama, los símbolos y las promesas vacías adquieren mayor relevancia que las decisiones políticas sustantivas. La palabra, que debería servir como medio para la deliberación, se degrada, y con ella, los valores democráticos que alguna vez sostuvieron el tejido político.

El discurso de Donald Trump ante el Congreso refleja las tensiones de un momento político en el que el mesianismo y el autoritarismo se entrelazan con el narcisismo y la teatralidad. En este contexto, el poder se convierte en un espectáculo y la política en un circo donde las divisiones y los conflictos se amplifican en lugar de resolverse. El “sueño americano” se redefine, no como un modelo de progreso colectivo, sino como una lucha individualista por el control y la representación del poder.

En este escenario, la política ya no es simplemente un medio para gobernar, sino una herramienta para construir y mantener una imagen personal que desafía las normas democráticas tradicionales.

El arlequín gobierna el país más poderoso del mundo. Mucho que pensar y escasas aportaciones a la política ante el desgaste del sistema mundial.

Related posts

RIZANDO EL RIZO: Cultura en tránsito. La migración que reconfigura el mundo

ACTOS DE PODER: El espíritu de Polk dirige a Trump

EL ARCÓN DE HIPATIA “Todas. Debanhi: una historia de redes”: ¿Visibilizar o revictimizar?