Por. Marissa Rivera
De qué sirve un llamado a la unidad si no lo hace quien tiene que hacerlo.
La turbulencia que ha provocado Donald Trump en México logró lo que nadie en los últimos seis años ha logrado: que gente de la cuarta transformación ponga el tema de la unidad sobre la mesa.
Lamentablemente no se trata de la unidad que los mexicanos anhelamos desde hace mucho y que hoy tiene al país fracturado.
El odio que se germinó desde la antepasada elección ha cosechado los frutos más indeseables para un país.
Pero México tiene historia, es resiliente y pase lo que pase seguimos adelante por encima de las adversidades internas y de los obstáculos externos.
Las atrabiliarias decisiones que ha tomado el presidente de los Estados Unidos, son acciones que lastiman, que enojan, pero está en su derecho y lo hace con dolo.
Su narrativa de hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande (Make America Great Again), lo embrutece frente al respeto a los derechos humanos.
La pregunta concreta en México es ¿unidad para qué?
¿Para defender a México? Si es así, ahí no necesitamos un llamado lo hacemos por convicción.
¿Para defender a los connacionales? Por supuesto, con la estrategia del Estado.
Pero si es unidad en torno a la Presidenta de México, entonces si necesitamos un poco de humildad y que sea ella quién lo pida a todos los sectores económicos, políticos y sociales de la República.
Porque no está de más recordar que cuando asumió el poder, después de una elección que dividió al país, jamás, ni por descuido, insinuó, mencionó, deslizó o sugirió la palabra unidad, reconciliación o algo por el estilo, ni siquiera mediáticamente matizado.
Nada.
Tampoco lo hizo durante el discurso de sus primeros 100 días de gobierno, al contrario, en los primeros 5 minutos acusó a la oposición y a la “comentocracia” por cuestionar su trabajo.
Lo que pasan por alto es que los cuestionamientos, los datos duros, la corrupción, los privilegios, los despilfarros, los engaños, la falta de oficio, la inseguridad y las simulaciones tienen que ser señalados.
La oposición y la “comentocracia” no están para aplaudir, están para reconocer cuando las cosas se hagan bien y criticar cuando no.
Basta con ver 15 minutos una sesión de la Cámara de Diputados para entender porque, ese órgano es el menos indicado para hacer un llamado.
Cualquier pretexto es pólvora regada para encender un cerillo. No hay un solo orador del oficialismo que no recurra al pasado y se desafore en apoyo del expresidente.
Su pasión por el pasado los aísla del presente.
Y la oposición o lo queda de ella, hacen hasta lo imposible por pelear, pero sin éxito. Saben que al final de la simulación debatera de la 4T van a perder en el tablero.
El oficialismo los ningunea, los minimiza, los pisotea, se burlan de ellos y además los aplasta. Y ¿así quieren unidad?
La presidenta no necesita desplegados de los gobernadores de Morena respaldándola frente a la incertidumbre con el país vecino, no. Esos desplegados los hacen a la mínima provocación o con una sutil llamada de apoyo.
El gobierno necesita alianzas, necesita por primera vez escuchar a los adversarios, por primera vez tomarlos en cuenta y por primera vez demostrar que México somos todos y no solo 30 millones de votos.
Ya conocemos el bistec duro que son los mal llamados parlamentos abiertos que no sirven para nada, sino para fingir que escuchan, pero solo ignoran.
Esta vez tiene que ser diferente, todos los sectores del país, unidos a un llamado humilde de la Presidenta, por la defensa de México.