Por. Adriana Luna
Dicen que se rompió ‘el techo de cristal’ cuando salió humo blanco del Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, con 112 votos a favor de Karla Alejandrina Planter, dejando atrás 232 años y 50 rectorías de varones. Sin embargo, nos guste o no, la realidad es que la primera rectora universitaria debe llegar a ordenar, limpiar, administrar, demostrar anfitrionía, para recibir a más y unir a la familia de verdad, no de palabra.
Recordemos lo sucedido en 1925, cuando la Universidad de Guadalajara abrió sus puertas a las mujeres en las aulas, el escenario era desigual. Las mujeres se inscribían a la carrera de Farmacia, no directamente a Jurisprudencia, Medicina o Ingeniería. La mayoría eran solteras y de alcurnia.
Los estudios superiores estaban masculinizados. En aquel año fueron 2,764 alumnos los que se inscribieron. La matrícula era entonces 68% correspondiente a varones y 32% a mujeres. ¿Fue un cambio en la sociedad? ¡Totalmente! Pero a lo que voy es que las féminas iban a la Escuela Preparatoria para Señoritas, Normal Mixta, Escuela Politécnica, Facultad de Comercio y Facultad de Farmacia.
Una década después, las mujeres todavía predominaban en la Escuela para Señoritas y en la Facultad de Comercio. Ya en la década de los 40, estaban abriendo espacios en carreras como Química, Administración, Medicina, Odontología y Economía. Pasaron todavía varias décadas para tener a las primeras mujeres estudiando Derecho e Ingenierías.
Es decir, los verdaderos cambios comenzaron a gestarse desde las entrañas de la academia, en las aulas, muchas veces en silencio, muchas veces con dolor y discriminación. “Usted váyase a la casa para que aprenda a ser buena mujer y a atender a su esposo”, le decían los mismos maestros a las primeras mujeres aspirantes a ingenieras. Para lograr el título, ellas tuvieron que tragarse amarguras, discriminación y violencia para alcanzar sus sueños y abrir la puerta a otras.
Ahora que se grita a los cuatro vientos, que es ‘tiempo de mujeres’, por fin se tiene oficialmente a la primera rectora, pero es ingenuo aseverar que de inmediato se transformará la dirigencia en la Casa de Estudios. Se requerirá de mucho trabajo para pasar de la ilusión óptica a ejercer un real poder. ¿Será mucho pedir que los hombres en el Sanedrín universitario no esperen simplemente sumisión de la rectora?
A lo que me refiero es que las verdaderas transformaciones llevan tiempo. Todas (y hasta me atrevería a decir que todos), anhelamos ver en el pasillo del Paraninfo, la foto de Karla Planter en medio centenar de rectores universitarios, y muchas fotografías más de mujeres, pero no como un adorno en la pared, sino en una verdadera transformación. Esa que se ha venido gestando desde hace varias décadas de historia universitaria, desde la maestra Irene Robledo y otras brillantes heroínas anónimas que se quemaron las pestañas y las manos para dejarnos herramientas para escalar; hasta las contemporáneas Mara Robles, la lideresa del Sindicato Universitario, Natalia Juárez y la misma Zoé García en la Federación de Estudiantes Universitarios.
Los recientes rectores se forjaron en las polémicas filas de la Federación de Estudiantes (FEG y FEU), y la grilla política. A las mujeres les tocaba hacer lo mismo, en los pocos espacios que los varones les permitían hacerlo. Así se forjaron en la política, tocando y abriendo puertas, llorando y luchando por igual. Ellas se volvieron políticas porque esa fue la instrucción, para que no vengan hoy y nos digan que ‘porque tiene un perfil político’ y queremos uno ‘institucional’.
Hoy llega Karla Planter, porque los varones así lo quisieron, pero sin importar el nombre de la que hubiera abierto la puerta de rectoría, sí es una conquista femenina que deberá defenderse, ni siquiera en la UNAM se ha logrado. Ahora para que en realidad trascienda la visión y el poder femenino, nos guste o no, a la primera rectora le tocará ordenar el espacio, limpiar, transformar entornos y especialmente administrar con eficacia y transparencia esos primeros presupuestos constitucionales.
Karla no llegó sola, por lo tanto, su trabajo en rectoría si quiere ser trascendente, deberá respaldarse en todo el trabajo que han hecho las mentes brillantes tanto femeninas como masculinas para que se aplauda no a la rectora, sino a la verdadera política de igualdad sustantiva sin géneros.