Por. Boris Berenzon Gorn
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En la sociedad contemporánea, el concepto de barbarie ha adquirido una relevancia renovada en los debates sobre el futuro de nuestras sociedades. Tradicionalmente, la barbarie se asociaba con las culturas consideradas primitivas, en contraposición a las civilizaciones avanzadas que, desde su poder y perspectiva, determinaban quién era “bárbaro” y quién era “civilizado”. Sin embargo, en la actualidad, este término ha cambiado para hacer referencia a algo más profundo que la mera violencia o irracionalidad de un grupo marginal. Hoy, se emplea para señalar un proceso de regresión cultural y social que amenaza con sumir a las sociedades occidentales en un estado de declive. Este fenómeno es interpretado como un “retorno a la barbarie”, una crítica directa a las formas de vida “modernas” que parecen haber olvidado los valores y principios fundamentales que han sostenido a las civilizaciones avanzadas. La sofisticación es el disfraz del glamour que oculta el deseo.
Este malestar, en particular, es sintomático de la crisis que se vive en los centros de poder hegemónicos de los países considerados “desarrollados”. En estos contextos, las múltiples crisis globales—económicas, políticas, sociales y medioambientales—han desencadenado un largo periodo de estancamiento económico y desconfianza en las estructuras tradicionales. Este escenario alimenta una sensación generalizada de pérdida de rumbo, donde las promesas del ‘’progreso” que no llega parecen vacías y las certezas de la modernidad empiezan a desmoronarse. Así, la “barbarie” se presenta como una amenaza tanto externa como interna, una crítica que proviene de la misma estructura de poder que, en teoría, había sido capaz de sostener el orden y la estabilidad.
La incomodidad social generado por esta noción no es exclusivo de un solo sector político o ideológico, sino que ha trascendido y se ha convertido en un sentimiento compartido por diversos grupos sociales. De hecho, la crítica social clasista, aunque parte de un análisis más amplio sobre las desigualdades y los cambios sociales, se emplea hoy para señalar cómo las élites intelectuales y culturales perciben el declive de los valores que, durante siglos, han sustentado la construcción de la civilización occidental. En este sentido, la barbarie se asocia con las circunstancias históricas y con el deterioro de la calidad del pensamiento, la cultura y las prácticas cotidianas, y con la simplificación de lo que históricamente fue complejo, profundo y arduo.
Alessandro Baricco, en su obra Los bárbaros: Ensayo sobre la mutación, analiza cómo la cultura contemporánea ha sufrido una transformación que ha llevado al declive de los valores de la civilización burguesa. Baricco no ve a los nuevos bárbaros como salvajes tradicionales, sino como individuos que, sin ser violentos, contribuyen a la pérdida de una “cultura profunda”. A través de ejemplos como el consumo del vino, el fútbol y la industria del libro, reflexiona sobre cómo la sociedad actual ha priorizado la inmediatez, la superficialidad y el consumo rápido sobre el esfuerzo intelectual y la dedicación profunda. En particular, la lectura digital y el fútbol convertido en espectáculo evidencian este cambio hacia un enfoque más superficial y menos reflexivo de la cultura y el conocimiento.
Este fenómeno se extiende, de manera aún más amplia, al campo de la tecnología, especialmente en plataformas como Google, que han transformado nuestra relación con el conocimiento. Baricco se refiere a Google como el “campamento de los bárbaros”, no porque sea inherentemente negativo o destructivo, sino porque refleja una cultura de acceso rápido, donde la información es percibida como un producto que debe ser consumido sin mayor esfuerzo ni reflexión. La promesa de encontrar cualquier tipo de conocimiento con solo un par de clics ha dado lugar a una navegación superficial, en lugar de un encuentro profundo con las ideas.
El acceso masivo y fácil a la información ha dado lugar a una cultura de la inmediatez, que rechaza el esfuerzo necesario para dominar un tema y prefiere la experiencia rápida y ligera a la reflexión profunda. En lugar de una mente dedicada a la contemplación y el análisis de las grandes preguntas de la vida, se prefiere una interacción fugaz con la información, sin que esta se traduzca en un cambio real de pensamiento.
El arte y la cultura burguesa representaban una visión del mundo que valoraba la dificultad y el esfuerzo como medios para alcanzar un conocimiento o una belleza superior. En cambio, la barbarie contemporánea, en su forma digital y consumista, rechaza esta visión, priorizando lo fácil, lo accesible y lo inmediato. Las experiencias de profundidad intelectual y emocional han sido reemplazadas por la inmediatez de la cultura de masas.
El mensaje de Baricco es claro: los bárbaros no son solo los “otros” o aquellos que se encuentran fuera de los muros de la civilización; los bárbaros están dentro, han cruzado las fronteras de la cultura establecida y se han integrado a ella de formas complejas. No podemos ignorar su presencia, porque, en muchos sentidos, son el reflejo de una mutación que afecta a toda la sociedad.
El retorno a la barbarie no debe entenderse como una simple regresión hacia el pasado, sino como un fenómeno complejo que refleja los profundos cambios que está experimentando nuestra cultura. Las tecnologías, el consumo masivo y la cultura digital han alterado nuestra relación con la información, el arte y el conocimiento. La superficialidad, la inmediatez y la falta de esfuerzo son características que definen la nueva barbarie, y enfrentarlas supone un desafío no solo para los intelectuales o las élites culturales, sino para toda la sociedad. Este regreso a la barbarie plantea una pregunta fundamental: ¿cómo podemos preservar los valores de la cultura profunda y el conocimiento mientras navegamos por las aguas turbulentas de la velocidad, la tecnología y la información superficial?
Manchamanteles
El cine ha sido una herramienta poderosa para reflejar y criticar la realidad social, y en este sentido, la burguesía ha sido un tema recurrente a lo largo de su historia. A menudo, las películas han mostrado a la burguesía como una clase que busca consolidar su poder, riqueza y estatus social a costa de la explotación de las clases más bajas, representando sus excesos y contradicciones. Un ejemplo clásico es “La regla del juego” (1939) de Jean Renoir, donde se satiriza la hipocresía y el desdén de la alta sociedad francesa ante las dificultades de las clases populares. En tiempos más recientes, filmes como “Parasite” (2019) de Bong Joon-ho y “The Square” (2017) de Ruben Östlund continúan explorando las tensiones entre clases sociales, exponiendo la desconexión, el egoísmo y la falta de empatía que caracterizan a las élites. Estas obras no solo muestran a la burguesía como un grupo privilegiado, sino que también critican su obsesión por el poder y la acumulación, reflejando las fracturas y desigualdades de la sociedad contemporánea.
Narciso el obsceno
La superficialidad del éxito exterior, ocultando la vaciedad de una identidad construida sobre la apariencia y el consumo son las bases del narcisismo en la burguesía.