“En qué quedamos pelona
me llevas o no me llevas. “
Antonio Aguilar
Por. Boris Berenzon Gorn
Fragmentos de memoria. La muerte es el destino que entrelaza las vidas de todos los seres humanos; es la única certeza que acompaña nuestra existencia, la verdad de las verdades. Aceptar lo finito implica reconocer la imposibilidad de tenerlo todo y la necesidad de elegir o sucumbir en el intento. ¿La muerte tiene historicidad? La búsqueda existencial revela la angustia y el desvelo que provoca la muerte, así como la cotidianidad y la frustración que a menudo la rodean.
En un sentido profundo, al intentar entender la muerte, nos encontramos con el duelo, que se manifiesta a través de un conjunto de representaciones psíquicas que nos ayudan a elaborar este proceso tan complejo. Vivir el duelo implica resignificar la pérdida, un desafío que nos recuerda la fragilidad humana y la incertidumbre que rodea nuestra vida. Existen múltiples ideas en torno a la muerte; por ejemplo, se dice que sabemos dónde nacemos, pero no a dónde morimos, y que los muertos nos atan a un territorio. Lo cierto es que la muerte trasciende la geografía, y el duelo también nos acompaña en la diáspora, y nos ata con nuestras raíces y con quienes hemos perdido, sin importar el lugar en el que nos encontremos. Hablamos de territorios de ausencia. La experiencia del duelo en la diáspora,
En la cultura mexicana, esta concepción se manifiesta de manera singular, ya que la muerte no se percibe solo como un sombrío final, sino como una parte intrínseca de la vida misma. Esta representación puede llevar a que el dolor asociado a la pérdida sea, en ocasiones, malinterpretado. Existe una lectura errónea, contraria a la tradición popular, que sostiene que “los mexicanos nos reímos de la muerte”, una interpretación simplista que no captura la profundidad de nuestra relación con este inevitable destino, tan cotidiano como la vida. En México, el duelo, especialmente en comunidades originarias que preservan sus tradiciones, se entiende como un proceso colectivo que se carga entre todos. Esto lo convierte en algo más soportable, aunque se agolpe en la memoria, recordándolo año tras año. Se trata de una ofrenda permanente a la memoria. voces de lo perdido de un duelo y diáspora en la Identidad Mexicana.
Elena Garro, al reconocer los límites que impone la muerte, decía: “Una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la anterior. Solo un instante antes de morir descubren que era posible soñar y dibujar el mundo a su manera, para luego despertar y empezar un dibujo diferente.”
En la rica cultura mexicana, este pensamiento se convierte en un motivo para celebrar tanto la vida como la muerte en un ciclo inquebrantable, donde el dolor y la alegría coexisten, ofreciendo una “muerte sin fin” José Gorostiza o “La muerte del ángel” de Rubén Bonifaz Nuño, ese ángel de la calaca que sellaba en su firma. La risa puede verse como una forma de lidiar con la tragedia y la adversidad, permitiéndonos enfrentar nuestros problemas desde una perspectiva más matizada, reconociendo que la vida y la muerte están entrelazadas en una danza constante. la muerte se transforma en un espacio de encuentro, donde el arte y la literatura florecen, reflejando la solidaridad y la creatividad de los mexicanos. En este sentido, la muerte no es solo un final, sino un ciclo que celebra la continuidad de las relaciones y la memoria colectiva.
Jean Allouch (1939-2023), uno de los psicoanalistas franceses más destacados de nuestro tiempo, fue el expositor principal en las jornadas tituladas Muerte y duelo en la última centuria, celebradas en la Ciudad de México en octubre de 2000. En este seminario, se plantearon preguntas fundamentales sobre el sentido de la muerte y su interpretación, así como el lugar del duelo en un contexto sociocultural en constante transformación, a casi un cuarto de siglo de la reflexión inicial.
Allouch centró su análisis en la temática de la muerte en nuestro país a partir de una edición de la revista Artes de México, que, con su habitual exquisitez de erudición y edición, dirigida por Margarita De Orellana y Alberto Ruy Sánchez, exploraba el tema titulado “El arte ritual de la muerte niña”. En este número se afirmaba: “Se mantiene en México la costumbre de retratar a los niños que acaban de morir como parte del ritual de la muerte niña, que convierte la tristeza en alegría y celebra la entrada de estos ‘angelitos’ a una nueva vida.” Esta acotación no solo resalta una costumbre profundamente arraigada, sino que también sugiere una visión singular de la muerte que transforma el luto en ceremonia, desafiando así la noción homogénea de duelo en otras culturas.
Allouch, en su libro Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, reflexiona sobre el duelo y el psicoanálisis en un siglo de transformación, planteando interrogantes sobre cómo enfrentamos la muerte, un acto cotidiano de la existencia. Al revisar el texto de Freud Duelo y Melancolía (1915), destaca la tendencia de la religión, la ciencia, el mercado y la razón a negar la pérdida irrecuperable, lo que complica la comprensión de la ausencia y el dolor. Allouch argumenta que el muerto no es visto como inexistente, sino como un ser desaparecido cuya esencia puede manifestarse en cualquier momento, lo que nos invita a reconsiderar su papel en nuestra vida emocional. Así, el duelo se presenta como un ciclo atemporal y a menudo indescifrable, donde la ausencia no implica olvido, sino una presencia latente en nuestro recorrido vital.
Las expresiones culturales mexicanas en torno a la muerte y el rito del duelo alcanzan su cúspide en el Día de Muertos, una festividad que destaca por su rica simbología y su profunda carga social. En este contexto, los símbolos y las acciones que reflejan la pluralidad y diversidad lingüística del país configuran la identidad mexicana. La muerte se plasma en lienzos, en trapos, en paredes y en la comida, y se manifiesta en diversas situaciones de la vida cotidiana: calaveras, ofrendas, visitas a cementerios y múltiples ritos. Este enfoque contrasta radicalmente con la percepción predominante en la cultura occidental, que ha ido despojándose de los rituales del duelo, sumiendo la experiencia en el silencio y en una necesidad urgente de evitar el dolor, aunque este proceso no puede realizarse con prisa pues habitamos territorios de ausencia con una experiencia del duelo muchas veces en la diáspora también de nuestra identidad,
En nuestros días, se manifiesta un pragmatismo que prioriza lo instantáneo, evidenciado a través de frases hechas y una extensa lista de acciones que buscan acelerar el proceso del duelo. La cultura contemporánea parece querer erradicar el dolor, produciendo una economía emocional que desdibuja la complejidad del duelo humano. En este sentido, Philippe Ariès, en su análisis sobre la muerte, denominó “muerte salvaje” a esta modalidad contemporánea, contrastándola con la “muerte amaestrada”, que se refiere a la domesticación de la muerte en las tradiciones del judaísmo y el cristianismo. Esta dicotomía resalta los cambios de la relación del ser humano con la muerte a lo largo de la historia.
El antropólogo inglés Geoffrey Gorer advirtió sobre la representación tabú de la muerte y su condición pornográfica, señalando las consecuencias que esto tiene en el aislamiento del agonizante y de quienes están de duelo, tocados por la ominosa presencia de la muerte. Según su visión, el tabú no solo genera una desconexión entre las personas y la muerte, sino que también contribuye a un proceso de deshumanización que dificulta el acompañamiento en el dolor.
En su libro Economía política de la nostalgia (2009), Shinji Hirai analiza cómo los migrantes indígenas mantienen vínculos con su comunidad de origen a través de remesas económicas, rituales y formas simbólicas de participación.
Explora cómo los recuerdos de la vida comunitaria se convierten en un capital simbólico, donde la nostalgia se transforma en una herramienta para preservar la cultura y fortalecer la identidad nacional en contextos transnacionales. Las reflexiones de Allouch y las tradiciones mexicanas nos invitan a un diálogo profundo sobre la muerte, a reconocer su lugar en nuestras vidas y a encontrar sentido en la complejidad de la pérdida, en un mundo que a menudo se esfuerza por olvidar. Vivimos en México entre Mundos de un en la lejanía cotidana.
Manchamanteles
Gabriel García Márquez sugirió en Prensa Latina, en marzo de 1987, que “inventar el mundo es lo más maravilloso que hay” para expresar que “uno no escribe varios libros; uno escribe un solo libro a lo largo de toda su vida. Digamos que es un libro con muchos volúmenes. Mientras la vida siga, uno sigue escribiendo. Lo que más me dolerá es que el último episodio, que seguramente será muy interesante y fundamental en la vida de uno, que es el de la muerte, es el único que no podré escribir.”
Narciso el obsceno
Antes muerta que sencilla.