“¡Nunca permitas que nadie te diga que no puedes!” - Mujer es Más -

“¡Nunca permitas que nadie te diga que no puedes!”

Por. Elvira Báez García Mariscal ¹

A la memoria de mi padre, José Ignacio Báez Ríos.

El viernes dio inicio la Serie Mundial, donde los Dodgers se enfrentan a los Yankees en un duelo de gigantes que despierta la nostalgia de momentos pasados. La ausencia de Fernando Valenzuela, un ícono que brilló en el montículo hace 43 años, se siente profundamente en el corazón de los aficionados. Valenzuela no solo simboliza la grandeza del béisbol, sino también la lucha y la perseverancia de toda una comunidad. Su legado trasciende el deporte, recordándonos la importancia de la representación y el enlace emocional que se crea entre el juego y quienes lo siguen. En este contexto, la serie se convierte en un homenaje a las historias de quienes han marcado el camino y dejada huella en el béisbol, elevando la emoción de cada jugada.

La ausencia del “Toro” Valenzuela resuena en este momento de significativas coincidencias, como un eco que me recuerda que cada partido no solo es un evento deportivo, sino una oportunidad para reflexionar sobre nuestras propias historias. Quizás no sean meras coincidencias, sino señales que nos invitan a honrar a aquellos que nos han influenciado. Mientras se preparan para saltar al campo de Dodgers Stadium, siento que cada lanzamiento y cada jugada son una forma de conexión con mi padre y con Valenzuela, ambos simbolizando una lucha y una pasión que siguen vivas en mí. En este instante, el béisbol se convierte en un espacio de sanación y celebración, uniendo pasado y presente en un mismo juego.

Nacer en una familia donde el béisbol es más que un deporte, es un ritual, es un acto de amor y una manera de encontrarse, es un regalo que se hereda de generación en generación. En mi caso, crecí en un hogar donde cada lanzamiento, cada jugada, era un momento sagrado. Mi padre, quien recientemente se unió a las grandes ligas en un lugar más allá de nuestra comprensión, nos enseñó a mis hermanos, José Ignacio y Cuauhtémoc, a jugar béisbol a su manera. Hoy, mi hijo Santiago y mi sobrino Mateo están viviendo esa misma pasión, aunque con la arrogancia típica de la adolescencia que los lleva a afirmar que nosotros, sus padres, éramos “llaneros”. A nuestro gran coach, esto le causaba una mezcla de gracia y nostalgia.

El béisbol es un vínculo que trasciende el tiempo y el espacio, una forma de unidad familiar que se forja en el campo de juego. Como bien dijo Fernando Valenzuela: Vale la pena perseguir los sueños, por difícil que parezca el viaje. Nunca dejes que nadie te diga que no puedes. Estas palabras resuenan no solo en los corazones de los deportistas, sino en todos aquellos que alguna vez se atrevieron a soñar. Valenzuela, ícono del béisbol, no solo es un hito deportivo; es un símbolo de la identidad cultural entre México y Estados Unidos, un puente que conecta a dos comunidades a través de la pasión compartida por el deporte.

Desde pequeño, Fernando Valenzuela se sintió cautivado por el béisbol. Observaba a los niños mayores jugar con equipos improvisados en calles polvorientas, sus risas y gritos resonaban como un canto de sirena en sus sueños. A la edad de cinco años tomó su primera pelota de béisbol y, en un acto de autodeterminación, aprendió a lanzar y recibir, utilizando cualquier material que estuviera a su alcance. Cada lanzamiento no solo era un ejercicio físico; era una promesa que se hacía a sí mismo: la promesa de seguir persiguiendo el sueño de jugar profesionalmente.

La historia de Valenzuela es un ejemplo claro de resiliencia y disciplina. A pesar de los obstáculos, de las voces que intentaron desalentarlo, él persistió. En el béisbol, como en la vida, siempre habrá quienes digan que no puedes. Sin embargo, el verdadero reto radica en demostrar lo contrario. Cada vez que Valenzuela subía al montículo, no solo representaba su propia historia, sino también la de todos aquellos que habían soñado con alcanzar las estrellas, sin importar cuán lejanos parecieran.

A menudo recuerdo una anécdota que captura el espíritu del béisbol en mi familia. Era un caluroso sábado de verano, y mi padre organizó un pequeño torneo en un día de campo. Todos sus sobrinos se reunieron, cada uno con sus guantes y bates, ansiosos por jugar. ¿Quién creen que era el pitcher?  Obviamente mi papá. Mi hermano Pepe, en su afán de demostrar su talento, -que es gigante- decidió que lanzaría, haría un home run; sin embargo, su primer batazo terminó estrellándose en un arbusto cercano, causando risa y entusiasmo entre los demás.

En lugar de desanimarse, mi padre se acercó y le dijo: “La verdadera prueba no es cuántas veces caes, sino cuántas veces te levantas”. Motivado por estas palabras, Pepe se concentró, ajustó su postura y, tras varios dos intentos, si logro un home run que sorprendió a todos. La pelota voló con precisión hacia el receptor, y el orgullo en sus ojos fue evidente. Ese día, no solo aprendió a manejar sus fracasos, sino que también encontró la fuerza para levantarse y seguir intentando. Esa lección, que mi padre nos inculcó, es un legado que ha perdurado en nuestra familia.

Desde una perspectiva antropológica, el béisbol no es solo un deporte sino un fenómeno cultural. Actúa como un reflejo de las dinámicas sociales y económicas de las comunidades que lo practican. En comunidades latinas, por ejemplo, el béisbol es más que un pasatiempo; es un medio para forjar identidades, una forma de resistencia y una vía para alcanzar el reconocimiento social. A través de este deporte, se construyen narrativas de éxito y superación que resuenan con las experiencias de millones de personas que ven en él una oportunidad para cambiar sus vidas.

El béisbol, en definitiva, se convierte en un espacio de encuentro y aprendizaje. Las familias que se reúnen en torno a un campo, las risas compartidas, las derrotas y victorias, forman una red de apoyo que trasciende lo deportivo. En mi propia familia, el béisbol es y será uno de sido los hilos conductores que ha tejido nuestra historia, uniendo a varias generaciones en una misma pasión. Hoy, mientras veo jugar a Santiago y Mateo, siento que el legado de mi padre y el espíritu de Valenzuela viven en ellos, recordándonos que nunca debemos permitir que nadie nos diga que no podemos.

El béisbol es un poderoso símbolo de perseverancia y unidad. Nos enseña que los sueños son dignos de ser perseguidos y que las voces de desánimo nunca deben silenciar nuestras aspiraciones. Así como Valenzuela desafió las probabilidades y se convirtió en un ícono, cada uno de nosotros puede encontrar en el béisbol, y en nuestras propias historias, la fuerza para seguir adelante. Este espíritu de lucha, disciplina, tenacidad y esperanza es el verdadero legado del béisbol, que promueve lecciones de vida que trascienden el diamante y se adentran en el corazón de quienes lo aman, al igual que lo hacemos con nuestras vidas.

Aunque mi padre era un lejano conocedor del feminismo, de alguna manera inconsciente me enseñó que existía la posibilidad de la equidad. Es crucial que hoy las mujeres sean las protagonistas, no solo en el béisbol, sino en todas las actividades, desde la equidad hasta el liderazgo. La representación femenina en todos los ámbitos es esencial para construir una sociedad más justa y equilibrada, donde todos tengan la oportunidad de brillar y contribuir.


[1] Antropóloga física. Dedicada al mundo de las exposiciones 

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