POLÍTICA DE LO COTIDIANO: Cuando dialogar es difícil - Mujer es Más -

POLÍTICA DE LO COTIDIANO: Cuando dialogar es difícil

Por. Adriana Segovia

Muchas personas están convencidas de que los conflictos y diferencias pueden resolverse a través del diálogo. Parece una verdad muy obvia. Por si acaso, consejos en los medios y en las redes, consejeras y consejeros escolares, y no pocos libros de autoayuda nos sugieren dialogar con quienes tenemos problemas o desacuerdos: “dialogue con su hijo adolescente”, “dialoga con tu pareja”, “¿por qué no dialogas con tu jefa?”. La misma solución se ofrece casi como lugar común para conflictos vecinales, laborales, escolares, políticos e internacionales. La verdad no creo que sea una falta de imaginación llegar a esta solución. Pero dialogar no parece ser algo fácil y requiere de una serie de condiciones.

De hecho, las personas que vienen a mi consulta en pareja o familia saben que se les agotaron las opciones y las conversaciones, y saben que algo falta, aunque no vean muy claro qué pueda hacer una terapia para ellas o ellos. Si acaso imaginan algún consejo o que un tercero le diga a los otros lo que uno quiere pedirles que cambien; pero de hablar, ni hablamos. “Eso ya se lo dije muchas veces”, me replican, pero cuando me cuentan a lo que le llaman “diálogo”, creo que tienen algunas cosas que pueden hacer mejor.

Creo del todo en el diálogo para la resolución de conflictos. Pero no creo que éste siempre sea posible. No es posible sin la voluntad y disposición de las dos o varias partes, y a veces ni siquiera es suficiente que exista esa voluntad. Cuando las personas vienen a terapia, se presupone que existe esa voluntad, sin embargo, gracias a la experiencia, creo no equivocarme cuando en las primeras sesiones queda claro que no hay condiciones para dialogar.

La mujer de una pareja de novios quiere que él cambie una serie de cosas para ser un “mejor novio”, él por su parte no se siente escuchado en sus necesidades. Ella es “aplicada” y está dispuesta a “seguir mis consejos” para que su pareja funcione. Me cuentan una escena en la que se ejemplifica la queja de ambos por parte del uno y la otra. Más allá de la ilustración y el desencuentro, le hago a ella varias preguntas para constatar qué tanto ella lo está escuchando a él, quedando de manifiesto que no lo escucha; es decir, lo critica, le molesta lo que hace, quiere que cambie, alcanza a ver que él está muy molesto, pero no escucha de qué está molesto, y que tiene que ver con la no valoración o consideración por parte de ella del respeto y la igualdad; ella solo quiere que suceda lo que ella quiere. Aquí, por ejemplo, no hay condiciones para el diálogo, porque no hay escucha y porque se necesita valorar el respeto y la igualdad para que fluya el diálogo. No importa que no les salga, no importa que sea difícil, no importa que se tarden, si eso no es valorado, entonces solo se espera la obediencia, por lo que la escucha, el respeto y la igualdad no son importantes.

Unos hermanos en sus treintas vienen a dirimir un conflicto desarrollado en los últimos meses. Al parecer un malentendido los ha llevado a sentirse resentidos y molestos. No han podido hablar de qué está hecho ese resentimiento y esa molestia. Se va desarrollando el diálogo en la consulta y van explicando cómo vieron y vivieron cada quien una serie de acontecimientos. Cuando el hermano menor acusa al mayor de haberse burlado de él cuando dijo algo aparentemente positivo delante de otras personas, el mayor le dice que sinceramente estaba hablando bien de él, el hermano menor no lo cree. Sobre un segundo acontecimiento, el hermano menor le dice al mayor que no sabe si el hermano mayor cree que él es incompetente o no, el hermano mayor dice que no lo cree competente y le explica por qué, y el hermano menor no le cree; hacia el último tema que el hermano menor no le cree al mayor, el mayor dice “me doy”, no creo que tenga caso estar convenciendo a mi hermano de nada porque no está dispuesto a creerme. Esta desconfianza puede tener muchas explicaciones y no significa que todo sea responsabilidad de alguno de los hermanos, pero lo que es un hecho es que ese grado de desconfianza no permite el diálogo.

No es dialogar: Echarle un rollo sobre nuestra verdad al otro/otra. Esto casi siempre lo hace quien tiene más poder (jefa/e, maestra/o, madre o padre, adulta/o) o bien quien considera que tiene la verdad, en una relación aparentemente de iguales (parejas, amistad), pero en la que predomina la voz más fuerte o autoritaria. 

Si bien la desigualdad mayor o menor dificulta el diálogo, a veces es solo a través del diálogo que esa desigualdad se disuelve un poco. Sí, se requiere un esfuerzo extra de respeto, valor y vencimiento de prejuicios respecto a quién es el interlocutor/a. A veces el diálogo entre desiguales es el que más requiere de mediadores.

No es dialogar: Repetir frases que descalifican a quien tenemos enfrente por como piensa o por sus acciones, pero que no se refieren a lo que acabamos de escuchar de la o el otro.

No es dialogar: Regañar al otro: “tú estás mal porque…”; “tú por qué opinas si no cuidas a tu mamá…”, “siempre eres grosera/o, entonces ni digas, ni opines”; “primero te voy a decir lo que me molesta de ti…”; “ah, pero tú también hiciste tal ….”.

No es dialogar: No dejar hablar al otro: por interrumpirle, por amedrentarle, por burlarse, por pretender adivinarle, por descalificarle.

No se puede dialogar cuando: Una de las partes está llena de desconfianza (o paranoia) y no está dispuesta a cambiar su opinión, aunque sea un poco, escuche lo que escuche. 

No se puede dialogar cuando: Una de las partes se instala en el lugar de víctima y no le es de ninguna manera conveniente moverse de ahí. Entonces se cerrará para moverse con lo que escucha porque no quiere moverse, quiere seguir siendo víctima.

No se puede dialogar cuando: No estamos dispuestas o dispuestos a concederle ningún punto a nuestra interlocutora/or. Para que eso ocurra, se necesita la disposición a dejarnos tocar por sus palabras, por sus razones, por su historia, por sus heridas, por sus valores, porque queremos que también se deje tocar por los nuestros.

Dialogar es que las opiniones y argumentos de todas y todos queden puestos sobre la mesa con más o menos el mismo espacio y fuerza. No se tienen que compartir las opiniones y valores de nuestra o nuestro interlocutor, pero necesitamos reconocer y validar su existencia.

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