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RIZANDO EL RIZO  Renacimiento y resurrección: la primavera como metáfora

Por. Boris Berenzon Gorn

@bberenzon

Mientras el aire en su regazo lleve
             Perfumes y armonías,
Mientras haya en el mundo primavera,
             ¡Habrá poesía!
Gustavo Adolfo Bécquer

 

El camino que recorremos a lo largo de nuestra vida se dirige irremediablemente hacia la muerte. Aunque estamos acostumbrados a no pensar en ello, pues culturalmente nos hemos dedicado a enterrar la preeminencia de la muerte y a ignorarla en nuestra vida cotidiana. La muerte está asociada en Occidente con la enfermedad y la vejez, y solo en tales contextos es permitido hablar de ella y se vive con la naturalidad que representa para el desenvolvimiento de nuestras vidas.

Pero, aunque nuestra vida en Occidente se ha dedicado a disfrazar la muerte de lejanía y a coronarla con un sentimiento ajeno, a lo largo de la historia el simbolismo de la muerte ha sido acogido como parte de la existencia. La muerte marca para muchas culturas el inicio del camino hacia una vida después de ésta, marcada por la superación de las limitaciones físicas y corporales, así como ocurre con el cristianismo, ocurría también con muchas de las culturas mesoamericanas, asiáticas y africanas que veían en el fin de la vida la apertura de un estadio posterior. La liga con el cuerpo no siempre se desdibujó, para los egipcios la incorruptibilidad del cuerpo era necesaria para garantizar la vida posterior a la muerte.

Sea como fuere, la muerte no siempre estuvo alejada de la vida diaria. De hecho, la tradición mexicana del Día de Muertos refiere los sincretismos mediante los cuales las culturas que forman lo que hoy conocemos como México comprendieron la muerte para garantizar colectivamente la existencia de un más allá, de un lugar donde la vida continuaría y, sobre todo, de un momento en el año en donde la muerte y la vida convergerían en un mismo lugar a través de la memoria, la festividad, el color y el culto a veces burlesco de la finitud.

Y es que la vida es lineal, no hay forma de retrasar el tiempo o de regresarlo a un estadio anterior. El desarrollo que el ser humano experimenta con su crecimiento y envejecimiento en este mundo, llena de experiencias y emociones su memoria al tiempo que lo despide de la juventud y sus bondades, de la energía y hasta de la belleza hegemónica. Porque Occidente condena envejecer, todo lo que tenga que ver con el abandono de la juventud es tachado como deleznable e indeseable, y desafortunadamente se crea una psicosis colectiva donde las personas suponen que la única forma de vivir es negar la decadencia, negarse a envejecer, a admitir que tarde o temprano todas las personas moriremos.

Resulta quizá paradójico que los seres humanos cuya vida es lineal, progresiva, y tiene como extremos obligados el nacimiento y la muerte, hayamos creado a lo largo de la historia modelos cíclicos del tiempo. A diferencia de nuestro tiempo corto en este mundo, el universo natural se nos devela inalcanzable e inasequible, quizá caótico, y los tiempos del universo nos resultan, a pesar de la ciencia, incomprensibles, pues ningún ser humano más allá de la ficción podría comprender la vida de un planeta o de una estrella, desde su nacimiento hasta su transformación en agujero negro que devora la luz a su paso.

En ese panorama el tiempo parece cíclico: el día y la noche, la Tierra que da una vuelta al sol en un año, la secuencia de las estaciones, el aparecimiento de las constelaciones dependiendo de la translación, la llegada de la primavera, el verano, el otoño y el invierno. La vida sobre la Tierra también se ha tornado cíclica, las cosechas, la transformación del paisaje, y la prevalencia a largo plazo de la especie, que, a diferencia de la existencia lineal de un solo individuo, se repite una y otra vez cada que un ser humano llega o abandona este mundo. El mundo cíclico representa la negación de la muerte, vencer la finitud, organizar lo que de suyo es entropía y aferrarnos a la esperanza de la continuidad mientras sea posible.

La llegada de la primavera ha tenido una gran importancia histórica y se le ha llenado de significados, convirtiéndola en un referente para diversas culturas. Entre estos significados está, por supuesto, el del renacimiento, el triunfo sobre la muerte que implica el frío invierno que se lleva todo a su paso: las plantas, las hojas de los árboles que desaparecen, los mamíferos que obliga a dormir, se detiene la cosecha y se pone la existencia en modo supervivencia para trascender su crueldad intrínseca y su agreste carácter. A diferencia del invierno mortal y de descanso, la primavera marca una nueva oportunidad para el nacimiento y la vida, el movimiento y el color, el crecimiento y la fertilidad.

En el hemisferio norte la primavera llega en la primera mitad del año y es en sí misma símbolo de esperanza y nuevo comienzo después de tiempos difíciles. Los sincretismos católicos con las culturas celtas y, posteriormente, mesoamericanas; ven a la primavera como un modelo de resurrección, retomando la Pascua judía y resimbolizándola a través de la resurrección de Jesucristo, el icono que marcaba la trascendencia de la muerte y la oportunidad de un nuevo comienzo después de las tribulaciones. No es casual que estas festividades se asocien con la primavera, pues con ella las sociedades agrícolas reinician el ciclo de la vida, la siembra y el trabajo.

El equinoccio de primavera está representado en la arquitectura mesoamericana a través de diversos simbolismos como el de Quetzalcóatl bajando por las pirámides, mediante la ilusión óptica de una sombra que se mueve rápidamente. Pero la primavera ha estado presente también en otras manifestaciones artísticas, en la pintura y la literatura, en el teatro y la danza, en la escultura y, por supuesto, en la música. La belleza de la primavera se asocia con la juventud y la perfección; las flores, que son el mejor dibujo de esta temporada, guardan un sentido erótico que llama a la fertilidad, pues constituyen, en última instancia, una muestra de que el fruto renacerá en el árbol.

Los ciclos reproductivos de los animales también reinician en la primavera: las aves migran, los mamíferos abandonan su letargo y de los casquetes derretidos surge el agua en movimiento que da hogar a los peces y los anfibios, que da sentido a los insectos, que garantiza una vida plena, al menos lo que dura la temporada. Algunas conmemoraciones, como el festival de Holi en la India, celebran con la primavera la victoria del bien sobre el mal, y las fiestas en todo el mundo transmiten un clima de alegría y revitalización.

La primavera es una metáfora preciosa de la lucha contra la muerte. Aunque a la muerte hay que abrazarla, aceptarla como parte de la vida y dejar de ocultarla con vergüenza, los momentos de júbilo y renovación resurgen constantemente en la vida humana. Son la forma de superar las crisis que nuestra propia existencia enfrenta constantemente, siendo como somos, esclavos del logos y necesitando como necesitamos, resignificar todo aquello que lastima y detiene la existencia. Con la primavera en todo el mundo y en toda la historia, se han creado símbolos de esperanza y de nuevos comienzos, del llamado al movimiento, de sembrar nuevos cultivos y nuevas oportunidades a nivel individual y social.

La presencia constante de la primavera en el arte es un recordatorio de la fascinación humana por la posibilidad del resurgimiento, de la fiesta, el color, el movimiento, la limpieza y la adaptación. La fascinación por la idea de un nuevo comienzo a pesar de que nuestra vida sea lineal y esté encaminada a la muerte. Existen estudios que demuestran que la salud mental mejora con la primavera gracias al aumento de la luz y la mejora de la temperatura, pero no todo se reduce a lo bioquímico. Culturalmente, después del equinoccio, tendemos a construir un imaginario de revitalización y diversidad.

Y en este sentido, la llegada de la primavera nos recuerda nuestra profunda conexión con el mundo natural, la importancia de mantener esta relación saludable, y la manera en que dependemos de los tiempos eternos e inasequibles del cosmos que superan por mucho el alcance humano. Pero, sobre todo, con la primavera tenemos la oportunidad de resignificar el camino individual y colectivo, de mantener esperanza en el resurgir y en la mejora, y de crecer con madurez entendiendo la belleza en todas sus dimensiones.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

El poema de Antonio Machado “La primavera besaba” transmite ese amor ardoroso por la resurrección de la vida:

La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el verde nuevo brotaba

como una verde humareda

 

Las nubes iban pasando

sobre el campo juvenil…

Yo vi en las hojas temblando

las frescas lluvias de abril

 

Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor -recordé-, 

yo he maldecido

mi juventud sin amor

 

Hoy, en mitad de la vida,

me he parado a meditar…

¡Juventud nunca vivida

quién te volviera a soñar!

 

Narciso el obsceno 

No me emociona la primavera, con el cambio climático la diferencia es bien poca.

 

Posdata: Este rizador de rizos se toma un sabático. Gracias a mis lectores por su siempre amable compañía.

Nos vemos pronto.

Con el arribo de esta primavera del 2024, cierro un primer ciclo, tomaré un necesario año sabático, pero volveré fuerte, con nuevas bríos e Ilusiones. Gracias queridos lectores por el encuentro de cada semana, Gracias a Mujeres es Más, mi casa, un lugar en donde reina la libre expresión, la tolerancia y un mundo lúdico y solidario. Gracias a El Arsenal a Ivonne Melgar, Paty Betaza, Marisa Rivera, Pancho Garfias, Fer Coca , Gilda Melgar, a todos y cada uno de ellos mi afecto y gratitud . Finalmente, a mis editores en jefe, Bere y Carlos, que hicieron posible ésta ya más de un lustro. No lo duden… los extrañaré. Y aquí nos veremos pronto. ¡Muchas gracias!

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