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RIZANDO EL RIZO  Más allá del Día Cero: la escasez de agua…y de justicia social

Por. Boris Berenzon Gorn

@bberenzon

 

Nunca reconoceremos el valor del agua hasta
que el pozo esté seco. 
Thomas Fuller (1710-1790)

 

Hablar del problema del agua implica una responsabilidad crítica que vemos poco en la prensa estos días, desde que se ha hecho popular la idea de la llegada del día cero para el abasto de agua de la Ciudad de México como resultado de la escasez del Sistema Cutzamala. La opinión sobre la llegada del temido día está dividida, las versiones oficiales no la respaldan, mientras que las asociaciones civiles y activistas ambientales insisten en que caminamos contra reloj. 

Sin embargo, el tema tiene aristas que en la mayoría de los discursos en torno al problema del agua no son consideradas, pues lo simplifican y lo llevan al absurdo. Desafortunadamente, cuando dejamos de tomar en cuenta el panorama general, inicia la búsqueda de culpables que, lejos de resolver el tema, fomenta la cacería de brujas, ignorando las estructuras que posibilitan el abasto y el desabasto, y que no solo incluyen las condiciones materiales sino también las tensiones de poder que reproducen la desigualdad.

Lo primero que hay que señalar es que el problema del agua es multifactorial y no afecta únicamente al centro del país o a México, el mundo entero está enfrentándose a la escasez de agua, sobre todo en las zonas más desfavorecidas. Uno de los factores es el cambio climático, aunque a las grandes empresas y a políticos de todo el mundo les parece fácil negarlo. El cambio climático, como sabemos, es producto de las altas concentraciones de CO2 en la atmósfera y desde hace años ha venido alterando los patrones de precipitación. 

Habitamos un mundo donde las altas temperaturas van al alza: se derriten los casquetes polares y los paisajes que anteriormente eran fríos cambian. Las sequías son cada vez más intensas y prolongadas en algunas latitudes, aunque paradójicamente en otras se presentan inundaciones con mayor frecuencia. Desafortunadamente, el impacto de los gases de efecto invernadero es cada vez más agudo; el abasto de agua ha disminuido en comparación con años y hasta décadas pasadas. A esto se añade la deforestación del suelo, que reduce su capacidad para retener la humedad, lo que afecta los ciclos hídricos.

Estos factores son consecuencia de la acción humana y ocurren a una velocidad inusitada. Añadamos la contaminación de las fuentes de agua, tanto superficiales como subterráneas. A consecuencia de la producción industrial y agrícola, los desechos que llegan al agua la contaminan, a veces de manera permanente, pues los procesos para su recuperación son complejos y costosos e incluso llegan a ser imposibles. En algunos tipos de agricultura, sobre todo la de productos que no pertenecen al clima o la zona donde se cultivan, la demanda de agua es enorme y los recursos terminan por agotarse. 

El desvío de aguas negras a fuentes limpias es otro motor de pérdida, muy común en zonas que comienzan sus procesos de urbanización o donde ya están instaladas las grandes ciudades. A la escasez contribuye, justamente, una mala planificación urbana, pues cuando la demanda crece, los recursos son menos para abastecer a mayor cantidad de personas. Las fuentes de agua están desapareciendo y se llevan consigo ecosistemas completos. Todas las actividades irresponsables contribuyen a la escasez de agua.

Pero más allá de reconocer lo evidente, que existen factores propios de nuestra subsistencia que incrementan el problema, es preciso que adjudiquemos responsabilidades: ¿tienen la culpa las familias y los individuos de lo que está sucediendo? ¿Es la gente de a pie la que debe cambiar de hábitos para que el problema desaparezca? Pues daré una respuesta que solo se puede dar en México, sí, pero no. No podemos ignorar la importancia que tiene la conciencia sobre la conservación del medioambiente y el uso racional del agua, ni que el uso en el hogar suele ser ineficaz por diversos motivos. 

Por un lado, la falta de responsabilidad, de hábitos y cultura del ahorro, al dejar una llave abierta mientras te lavas los dientes, tomar duchas larguísimas o lavar el auto a manguerazos; desperdicias el agua inútilmente. Por el otro, están los avances tecnológicos e ideas preconcebidas sobre un buen nivel de vida basado en la comodidad y el desperdicio: comprar lavadoras inteligentes que consumen litros y litros de agua; decidir no reutilizar agua en sanitarios u otras necesidades para evitar cargar o ensuciar el piso; instalar regaderas enormes y grifos que consumen más agua de la necesaria; ignorar el agua de lluvia. 

Pero reconociendo que es mucho lo que podemos aprender y modificar mediante la educación y programas preventivos para hacer eficiente el uso del agua, debemos desviar la mirada al problema más grande. El mayor gasto de agua proviene de la producción, la producción en general, no solo la de las refresqueras. Vivimos en un sistema basado en la lógica de consumo, consumismo de hecho, que nos convence de que necesitamos más de lo que tenemos, que se ha olvidado de gestionar los residuos de manera adecuada, que no invierte en tecnología e investigación para reducir el impacto hídrico. 

Las grandes empresas suelen ser las más nocivas, y también las más contaminantes, pues los desechos de la producción y los productos que entran en desuso contaminan fuentes subterráneas y superficiales y gastan los recursos irracionalmente. También tienen la responsabilidad los gobiernos y otras instituciones por acción u omisión. La mala gestión y corrupción en el sector del agua ha llevado a la autorización de convenios leoninos, al ensanchamiento de la desigualdad en el acceso e incluso a la propagación de malas prácticas; como la privatización del agua. La venta de agua embotellada para beber es una de las grandes paradojas de nuestro tiempo.

El problema de la escasez de agua también tiene un sesgo de clase. No todos tienen acceso en igualdad de condiciones al abasto, y para probarlo no requerimos pensar en las imágenes de los desastres humanitarios, deleznables, que ocurren en África; basta con voltear a las colonias aledañas, a los pueblos cercanos. Hay comunidades donde ni siquiera hay infraestructura, donde todavía se acarrea agua a cubetadas, donde la gente sobrevive con una cubeta al día.

De hecho, para los habitantes de la Ciudad de México, la situación ya es bastante desigual. Las alcaldías más afectadas siempre son las más pobres, donde se aplica el tandeo, donde se corta el suministro, donde se pelea por descargar agua en tinacos para garantizar el uso esencial. En otras alcaldías, el suministro es permanente. Y en los alrededores de la Ciudad de México, la situación es todavía peor. Por ejemplo, en Ecatepec, en el Estado de México, la escasez de agua es parte del día a día. Tan es así que los vecinos están acostumbrados a vivir así y han construido cisternas, consiguen tambos y aplican todas las medidas para el ahorro, aunque no siempre son suficientes. Además, los dueños de pipas se aprovechan de la situación, cobrando cantidades ridículas que, fuera de la ley, venden el vital líquido.

El problema del agua no puede esperar. Pero con toda honestidad, hacer campañas para concientizar a la población sin atender los aspectos políticos y dejando de lado la responsabilidad de las grandes empresas no solo equivale a tapar el sol con un dedo, sino a fomentar la hipocresía y la actuación fuera de la ley en beneficio de ganancias económicas. De la misma manera, si no se trabaja en políticas públicas para regular el consumo y el manejo de los residuos, seguiremos acabando con los pocos recursos que nos quedan.  No olvidemos que el agua es derecho humano entendido como un bien social y cultural, ya que indispensable para vivir, mucho más allá de ser por sí misma un bien económico.

Pero todo tiene que hacerse con una perspectiva de justicia social. La equidad en el acceso implica invertir en infraestructura, en investigación científica y tener perspectiva de género, pues en muchas comunidades la recolección de agua está en manos de las mujeres. Sin acciones integrales y colectivas, los resultados serán mediocres, y el temido día cero llegará para toda la humanidad. Bueno, mejor dicho, para los desfavorecidos, porque seguramente para entonces los privilegiados habrán acaparado suficiente agua como para garantizar su subsistencia y además poder lucrar con ella.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

Todavía en febrero, parte del amor es el desamor. Para hacerle justicia, un fragmento del poema “La enamorada” de Alejandra Pizarnik:

esta lúgubre manía de vivir

esta recóndita humorada de vivir

te arrastra Alejandra no lo niegues.

 

hoy te miraste en el espejo

y te fue triste estabas sola

la luz rugía el aire cantaba

pero tu amado no volvió

[…]

te remuerden los días

te culpan las noches

te duele la vida tanto tanto

desesperada, ¿adónde vas?

desesperada ¡nada más!

 

Narciso el obsceno

¿Y después del día cero cómo te van a avisar si viene un carro? Ya no se podrá gritar ¡aguas!

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