Por. Gerardo Galarza
La candidata oficialista a la presidencia de la República, Claudia Sheinbaum, apuesta a la continuidad para conseguir el voto de los electores. Y hasta ahora la continuidad ha significado durante su precampaña repetir los dichos, y con el mismo tono de voz, del presidente de la República, a quien debe su nominación.
Y vaya que es una novedad plantearlo así en la historia electoral del régimen político surgido de la llamada revolución mexicana, luego del intento de maximato de Plutarco Elías Calles, allá por los años 30.
No es que cada nuevo presidente surgido del PRI haya intentado un cambio real de régimen, vamos ni siquiera de proyecto de gobierno, pero para evitar la maledicencia intentaron romper públicamente con quien los designó, para tratar de convencer a los electores que venía algo diferente, de que el nuevo sí era el bueno, el Mesías esperado, que ya no habría corrupción, que habría empleos y mejores salarios, mejores servicios de salud, seguridad, oportunidades de educación y lo que usted quiera en un sueño añorado: que la revolución (hoy transformación) les haga justicia.
El mayor ejemplo reciente de esa “ruptura” entre un candidato presidencial priista y el presidente que lo designó ocurrió en marzo de 1988, cuando Luis Donaldo Colosio pronunció un discurso que, según muchos, sepultaba al presidente Carlos Salinas de Gortari, quien por supuesto conoció antes el contenido de ese discurso. El asesinato de Colosio reforzó esa idea.
Nunca había cambio alguno. Cuando más, lo que se modificaba era el estilo personal para prometer y gobernar.
Sorpresivamente hoy la candidata del partido oficial (hoy Morena) no ha buscado, como lo marca la tradición, deslindarse del presidente de la República. Su estrategia electoral en prometer la continuidad del gobierno actual, y con muy poca imaginación la ha llamado: el segundo piso de la cuarta transformación, que sólo ha logrado agravar los males que ya padecía el país.
¿De veras? ¿Qué significa continuidad?
Significa ¿Mantener los crecientes índices de homicidios dolosos y de desapariciones? ¿La corrupción rampante? ¿Mantener al Ejército en funciones civiles como la aviación, hotelería, ferroviaria, construcción, aduanas, control y distribución de medicamentos, en seguridad pública? ¿La cancelación de la división de poderes y de órganos autónomos que garantizan vigilancia y certidumbre en la acción gubernamental? ¿Socavar la endeble democracia mexicana? ¿La destrucción total de los servicios de salud pública? ¿La pauperización de la educación?
¿Un nuevo “programa” de “obras” públicas para construir riqueza para la nueva familia presidencial, a los empresarios ligados a ella y a sus amigos, como ocurre hoy? ¿Recortes presupuestales en el mantenimiento de servicios públicos como autopistas y carreteras federales, redes de transporte público, mantenimiento y remodelación de hospitales, escuelas, asignaciones federales a los de los estados?
¿Más “abrazos” para el crimen organizado? ¿Más desprecio para los familiares de víctimas de la delincuencia como a las madres buscadoras? ¿Más “peticiones” a los dueños de información para que despidan a periodistas críticos o incómodos? ¿Continuará ese esperpento que es una conferencia cada mañana para pretender sustituir la información oficial?
Nadie con un mínimo de inteligencia podría apostar a esa continuidad, pero la candidata oficialista sabe que hay millones de mexicanos que creen que si ella no gana van a perder sus “pensiones” y “becas” y otros millones agobiados por el resentimiento social.