Por. Boris Berenzon Gorn
¡Chido, Liro, Ramiro y el vampiro, Clodomiro!
Frase popular
La relación entre el lenguaje y el poder ha sido ampliamente tratada por los filósofos del giro lingüístico, y en especial por Michel Foucault, quien, como hemos apuntado en otras ocasiones, dedicó gran parte de su obra a desentrañar las relaciones de dominación y poder que se ejercen en las prácticas sociales y que funcionan multidireccionalmente. El lenguaje es una forma de dominación, un medio a través del que se ejerce el poder y se perpetúan consideraciones acerca del otro, se le asignan cualidades y se le impone un lugar social.
Aunque siguen existiendo los panegiristas new age de que “uno elige” que tomar de aquello que le es dicho, que cada persona puede permitir o no que las palabras le afecten; lo cierto es que el lenguaje es capaz de perpetuar el ejercicio del poder, la dominación y la opresión del otro. Lo que no siempre solemos admitir, es que el lenguaje es un elemento estructural y estructurante, que ordena y compone el universo de lo conocido y lo explica, que a través de él comprendemos el mundo y cada palabra, concepto y categoría tiene una carga de significados que nos es dada en su enunciación.
El discurso es la herramienta fundamental para que el poder se manifieste y mantenga. Las instituciones construyen lenguajes propios que explican los flujos de autoridad y los modelos de dominación mediante la palabra. Esto ocurre en todos los niveles, el lenguaje está presente en el grueso de las relaciones sociales, desde en cómo nombramos a quien sostiene alguna autoridad sobre nosotros, hasta cómo lo hacemos con aquellos sobre quienes ejercemos poder. A menudo pasamos de largo ante las implicaciones de llamar a otra persona “la muchacha” o “el talachero”.
Mediante el lenguaje se establecen normas y se ejerce control social. En primer lugar, porque se instaura lo aceptable, lo deseable, lo normal, y ante ello, que sobra decir, es siempre un ideal, se define lo inaceptable, lo indeseable y lo anormal. Las normas que se transmiten desde el discurso ejercen dominación mediante la exclusión y el señalamiento negativo de la diferencia. En pocas palabras, el lenguaje sirve como modelo de clasificación, reproduce prejuicios y estigmas y contribuye a la marginalización de personas y grupos de personas.
Para que se reproduzcan los prejuicios y etiquetas que viajan en los discursos, lo más efectivo es que emanen de los llamados “regímenes de verdad” es decir, los discursos que son privilegiados por ser considerados válidos y por lo tanto verdaderos en una sociedad dada; ciertos grupos controlan su enunciación y la transmiten. Por esta razón, junto al lenguaje de la ciencia, que en nuestros días cuenta con el mayor nivel de aceptación y credibilidad, se aúnan los de los grupos económicamente privilegiados y las personas que pertenecen a las minorías en el poder.
Uno de los ejemplos más significativos con que contamos en nuestro país para definir el flujo de poder en el lenguaje y la construcción de discursos de dominación es el uso de la palabra “naco”. Lo primero que hay que decir, es que quienes niegan sus acepciones recurren a explicaciones sobre su etimología, misma que de hecho no es del todo clara, pero que suele usarse para justificar el uso de la palabra; por ejemplo, hay quienes aseguran que es una deformación de nacóatl, que significa serpiente y podría usarse metafóricamente. Otros sugieren—lo que es poco creíble—que es el acortamiento del nombre Ignacio; mientras hay quienes piensan que es la combinación de las palabras narco y cholo. Finalmente, se cree que proviene del vocablo náhualtl nahuatlaco, que designa a alguien pobre o miserable. Valga decir que el lingüista mexicano Francisco Javier Santamaría ha trabajado el término y Carlos Monsiváis muchas ocasiones hizo importantes interpretaciones de la palabra desde su libro Días de Guardar en adelante hasta su inolvidable frase que lo decía casi todo: “ Nacos, fresas y frambuesas todos van a Perisur¨.
Pero lo verdaderamente relevante no es su etimología porque lo que interesa cuando nos referimos al lenguaje como mecanismo de dominación es comprender sus usos, los contextos donde se aplica y los lugares que asigna al otro mediante la perpetuación del poder. No es viable justificar el empleo de un vocablo peyorativo y clasista argumentando que en su origen no era un insulto, puesto que sus usos cotidianos le asignan una serie de significados agregados que oprimen y fomentan la marginalización.
En nuestro país, “naco” se utiliza para nombrar a una persona que es, desde el poder, percibida como “vulgar, de mal gusto, sin refinamiento y sin cultura”. Evidentemente, esta imposición responde a la contraparte de aquello que es considerado “de buen gusto, con clase, refinado y culto”. Ya desde aquí podemos establecer una diferenciación dada por la clase social dominante que impone aquello que es deseable y establece un modelo aspiracional de desempeño para quienes jamás podrían encontrarse en su lugar, los desposeídos, las personas que no tienen ni el capital económico ni social para emular a los que establecen la dominación.
Los aspectos que atraviesa el vocablo “naco” son múltiples y hasta podría decirse que refieren el total de la vida de una persona; se dirige a la apariencia física y se incluye el color de piel, la vestimenta, el peinado, el estilo, el peso, el uso de tintes o maquillaje, entre otros; pero también atraviesa las prácticas culturales cotidianas como la alimentación y la forma de comer, los gustos musicales y de entretenimiento, habitar en barrios o pueblos, el uso del transporte público, el nivel educativo, la falta de acceso a actividades consideradas de “buen gusto” como el ballet o la ópera, la escritura con faltas de ortografía, el lugar donde se vive y su decoración, las elecciones políticas y todo aquello asociado al comportamiento social, que se opone a “los buenos modales”.
En resumen, absolutamente todo lo que no es aceptado por los grupos de poder en torno al nivel de vida es considerado “naco”, vulgar o de mal gusto. Y decimos que mientras no es aceptado es señalado, pues una vez que los grupos de poder retoman prácticas de los grupos oprimidos ocurre lo que algunos sociólogos han llamado “blanqueamiento”, una especie de limpieza que convierte las prácticas rechazadas en artefactos de consumo. Ejemplos en la moda sobran, lo mismo que en la música, el cine, la gastronomía y otros aspectos. El reggaetón que es un fenómeno mundial, es un modelo clásico de este blanqueamiento, al igual que la cultura chola o la recuperación de la estética kitsch.
Y es que el discurso permite la perpetuación de estos estereotipos a la vez que genera resistencias, algunos jóvenes han decidido reivindicarse a sí mismos como “nacos” en una especie de desafío al orden impuesto desde el poder de lo “decente, refinado y de buen gusto”. Pero los ejemplos del lenguaje como dominación son muchísimos más, la mayoría pesan sobre las mujeres, las minorías y los grupos oprimidos y se utilizan de manera recurrente como insultos y etiquetas: putas y putos, indios y panzones, prietos y chachas, charangueros y garnacheros, jodidos y chacas, gatos, jotos y locas; la opresión se perpetúa en las estructuras sociales al filo de discursos que según algunos “sólo nos lastiman si se los permitimos”.
Manchamanteles
Chava Flores dibujó con su habitual picardía en “Los quince años de Espergencia” las imágenes de las personas comunes del barrio de la ciudad de México en medio de una divertida fiesta de quince años. Aquí un fragmento:
Pues señor, resulta que Espergencia quince años cumplió
Y hasta hoy que va a cumplir los treinta se le festejó
Pero, en fin, hicieron el gran baile allá en casa e Noemí
Porque ahí, como es la sala grande, ‘pos dijo que sí
¡Sea por Dios! que vengan chambelanes y damas de honor
Sofanor se trajo los galanes de allá de Escandón
Y Leonor que trae quince muchachas. ¡Dios mío! que pasó?
Nadie quiso ensayar vals, puro arrímese pacá, de cachete y vamos ay!
El día del baile llegó, la vecindad se llenó
Damas de pura tafeta y ellos de etiqueta, huarache y mechón.
¡Ay, Espergencia, por Dios, pareces un querubín!
¡Huy, que rodillas tan prietas, échate saliva, no salgas así! […]
La mamá. lloraba emocionada diciendo a Piedad:
-No dirán que no fue presentada con la sociedad,
Lo mejor del barrio de Bondojo citamos aquí
Su vestido de organdí me ha costado un potosí, aunque yo se lo cosí
¡Túpale, maistro Nabor, échele sal y sabor!
¡Ay, que figuras tan lindas! ¡Miren a ese bruto, ya se equivocó!
Cuando acabaron el vals fue la Noemí a protestar:
-No es que los corra, muchachos, ya váyanse enfriando, me voy a acostar.
Narciso el obsceno
A mi hija le elijo la ropa desde ahorita para que vaya agarrando buen gusto.