Por. Boris Berenzon Gorn
“Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una
familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe
y el que no sabe, pasan relaciones de poder que […] son más bien el
suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las
condiciones de posibilidad de su funcionamiento”.
Michel Foucault
A pesar de que en nuestros días el tema del poder se ha estudiado a profundidad desde perspectivas filosóficas, políticas, sociológicas, legislativas, psicológicas, pedagógicas, y léase un largo etcétera; nuestra relación con las prácticas de poder sigue siendo difusa y el lenguaje ha contribuido a fomentar la idea de que el poder es algo que subyace al Estado, a las instituciones y a los funcionarios públicos. Se sostiene que nuestras relaciones cotidianas no están relacionadas con él y por desgracia, a medida que nos vamos convirtiendo en la sociedad de la información del Internet y perdemos la presencialidad, la línea del ejercicio de poder se ha vuelto mucho más difusa. Pero el poder no sólo tiene que ver con instituciones y elecciones, y es menester reconocer cómo nos atraviesa y nos condiciona.
El problema que esto encierra es la homogeneización de una visión plana de las dimensiones sociales y las relaciones que construimos cada día. A pesar de que los discursos hegemónicos lo nieguen, se contribuye a generar interacciones atravesadas por el poder que, al ser normalizadas, pueden favorecer la reproducción de modelos de privilegio, violencia y desigualdad. Desentrañar las relaciones de poder en el ámbito de lo cotidiano es fundamental para redefinirlas, para identificar los intersticios que favorecen la reproducción sistémica de las desigualdades, la pérdida de perspectivas éticas y las violaciones de derechos humanos.
Como siempre, volver a la mirada foucaultiana tiene el acierto de conducirnos a repensar las interacciones en las relaciones cotidianas que reproducen la verticalidad. En sus obras, Michel Foucault demostró que las relaciones de poder escapan al control del Estado. Pero además de sus publicaciones clásicas, el filósofo concedió gran cantidad de entrevistas, publicó folletos y manifiestos, y dejó una gran cantidad de textos inéditos. Al poder lo llamó “una bestia magnífica”, porque se construye a partir de un entramado de relaciones donde tienen lugar pequeñas luchas, donde se manifiesta la opresión y la resistencia, la represión y la disidencia.
El poder se manifiesta en todos los ámbitos y relaciones de la vida, la omnipresencia del poder fue objeto de estudio de Foucault, quien exploró sus diversas manifestaciones, analizando la sexualidad y desentrañando cómo adquirió un carácter velado en la cultura occidental. Examinó las restricciones que la rodean y cómo la sociedad refuerza sus normas a través de escándalos e indignación. Aunque gran parte de la vida humana se dedica a satisfacer el impulso sexual, se erigen mecanismos que la censuran y reprimen, dando lugar a una constante vigilancia: las expectativas en torno a lo sexual. Por ejemplo, la sexualidad de un niño se convierte en una continua supervisión por parte de los padres. Desentrañar el origen del temor al aislamiento, a ser marcado y expulsado de la sociedad, fue un aspecto fundamental para el pensador. Mucho más significativo que el temor al castigo es el miedo a las implicancias sociales. La vida en comunidad está caracterizada por la mutua observación, el constante control de la “normalidad”. Esa observancia, que configura la dinámica de las relaciones de autoridad, estará presente en el proceso de medicalización, es decir, en la creación de los conceptos de “normalidad” y “anormalidad”, que establece los estándares deseables para la existencia humana.
Simultáneamente, la prisión funciona como un centro donde se produce la criminalidad, una observación impactante, ya que sirve como el espacio donde se instruye en conductas delictivas. El individuo que cumple su condena en prisión, aun si no lo era previamente, tiende a adoptar una postura disidente debido a su entorno. El discurso de la “reinserción social” del recluso resulta profundamente engañoso. En cambio, al completar su pena, lo que prevalece para el exconvicto es la marginalización en la sociedad; esto lo convierte en alguien excluido de la participación política y gubernamental, así como de oportunidades laborales dignas o incluso de la convivencia sin ser rechazado. Al hablar de la prisión era crucial dar a conocer lo que acontecía en su interior: los maltratos, suicidios, huelgas de hambre, motines y disturbios.
La exclusión que caracteriza a la prisión, que según el discurso del Estado es necesaria para el buen funcionamiento de la sociedad, se presentará prácticamente en todos los demás ámbitos de la vida, ya que solo señalando la diferencia se puede ejercer el poder. En el tercer apartado de la obra llamado “La vida y la ciencia”, los textos se refieren a la producción científica, donde también se construyen relaciones atravesadas por el poder. Aunque no es común darse cuenta de esas manifestaciones cotidianas, Foucault describe cómo la forma en que se construye la relación del médico con el paciente, la construcción de un espacio físico específico de aislamiento como el hospital o la cárcel, o la pronunciación y publicación de verdades aceptadas por los científicos; todo está regulado por prácticas específicas que implican la imposición de la voluntad de unos sobre otros. Ni los hospitales ni las universidades son instituciones ajenas al dominio y al control.
Frente a la noción de trastorno mental y, en consecuencia, de locura —que en el pasado habría sido vista como un padecimiento del alma o del espíritu, una influencia demoníaca o una singularidad innata— emerge el tema de la salud. Vínculos de poder entre el médico y el paciente, entre la sociedad y los enfermos a quienes se aísla para asegurar que la mayoría pueda vivir en la “normalidad”. De hecho, el aislamiento está influenciado por la creación de espacios reservados para los elementos sociales considerados “indeseables”. Tanto el hospital psiquiátrico como la prisión se presentan como una transición hacia lo humano, como la “racionalización” de lo que alguna vez fue violento. La reclusión de aquellos que no se ajustan a las normas sociales está caracterizada por la supervisión más que por el castigo.
¿Pero deberíamos considerar que ante la inminente existencia de todas estas relaciones de poder se anulan las posibilidades de acción? ¿Su lógica es inminente? Más de una vez se acusó a Foucault de transmitir en sus obras un efecto anestesiante; sus críticos, fundamentalmente marxistas, lo veían como un pesimista que abogaba por la inacción. Tales críticas son el producto de una lectura —intencionada o no— equivocada de su obra. A Foucault siempre le preocupó la ineficacia de los instrumentos con los que contaba la sociedad para manifestarse. No legitimaba la inacción, sino que invitaba a pensar cómo superar las relaciones de opresión conociéndolas bien. Por eso argumentaba: “debemos empezar por reinventar el futuro, sumergiéndonos en un presente más creativo”.
La visión foucaultiana nos incita a repensar las relaciones de poder arraigadas en las instituciones verticales y a comprender las manifestaciones cotidianas del poder. Aunque algunos críticos lo han acusado de fomentar la inacción, su verdadera intención era facultarnos para superar las relaciones opresivas a través de una comprensión profunda. Este enfoque nos recuerda que tenemos la capacidad de volver a inventar el porvenir al sumergirnos en un presente más creativo. En consecuencia, podemos identificar y transformar las dinámicas de poder si las visibilizamos y ponemos en duda.
Manchamanteles
Y para disidencia y poder, la de Jaime Sabines:
¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Qué puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?
Narciso el obsceno
“No puedo joven, ¡ayúdeme a ayudarlo!” (estiraba la mano en espera de un Dieguito)