Por. Marissa Rivera
La adelantada carrera por la Presidencia va por el camino previsto: la insidia, el enojo y la ruptura.
Saltarse las trancas y mandar al diablo a las instituciones ha dejado muchas lecciones.
Una autoridad electoral omisa, incluso sumisa, sin presencia, ni poder. Un triste remedo del contrapeso que fue la pasada administración.
Unos aspirantes que ignoran la ley y las reglas de sus partidos, y que con tal de ganar violentan las normas y pisotean a las instituciones.
Unos partidos que se hacen como que no ven para permitir cualquier tipo de trampa.
Unos dirigentes que se montan en las campañas para atacar a los adversarios.
Otros aspirantes que sin la mínima posibilidad de trascender acusan falta de equidad.
Se podría enumerar un sinfín de lecciones que nadie, nadie va a detener, mientras la autoridad electoral complazca las arbitrariedades que provocó la ansiedad del presidente.
Se acabaron esos tiempos de regocijo donde él se burlaba de la oposición y de sus posibles candidatos.
Si, de una oposición callada y dormida que no hacía ruido, pero que silenciosa trabajaba en la penumbra.
Hoy, la primera lección positiva de esas batallas que son las elecciones internas, que regularmente siempre fracturan a los partidos, se dio en la oposición, esa que todos los días cuestiona el presidente.
Enrique de la Madrid, una persona con talento, inteligente, con oficio y con una visión de México que motivó a los jóvenes, quedó en cuarto lugar de la encuesta.
Antes, los perredistas Miguel Ángel Mancera y Silvano Aureoles, que rebasaron el requisito de las 150 mil firmas, habían sido descalificados por, supuestamente, no haberlas obtenido en por lo menos 17 entidades del país, como lo indicaban las reglas.
Aún sin posibilidades de encabezar al frente, se molestaron e impugnaron la elección ante las autoridades correspondientes. Insisto, no tenían la más mínima posibilidad de ganar, pero ejercieron su derecho de inconformidad.
En cambio, Enrique de la Madrid aceptó que no le alcanzaron los números en el sondeo de opinión, felicitó a los tres finalistas y aseguró que no iba a abandonar al frente.
Sencillo, con categoría, madurez política y sin ambages.
Mientras que en la otra esquina donde abundan los espectaculares, las bardas, los acarreos, las preferencias y las bendiciones presidenciales, la ruptura se abre camino.
Desde que a las tres “corcholatas” obradoristas (Claudia, Marcelo y Adán) se le sumaron otras tres, sin ninguna posibilidad de éxito (Ricardo, Gerardo y Manuel), ya se sabía que la pelea era entre dos; la consentida y el aliado.
Ella sin carisma, sin chispa y sin una narrativa propia se siente protegida.
Él, no confía en quien le ganó una candidatura presidencial y ya lanzó la primera piedra: o dejan de simular o “va a ser un desastre para Morena”.
Las diferencias comenzaron al mismo tiempo que iniciaron sus precampañas.
Era normal, el presidente les dijo compitan por la Presidencia, no por un certificado de buena conducta.
Alegaron piso parejo, cuestionaron los recursos que utilizan, bardas pintadas, los espectaculares en el país, los gastos de recorrer el país y las movilizaciones.
Hoy, a 12 días de que inicie las cuestionadas y para unos, poco confiables encuestas, las acusaciones subieron de tono.
Acusaron apoyo de secretarías, de brigadistas que cobran del erario, de acarreos pagados, de encuestas manipuladas y de campañas negras, entre otros señalamientos.
Morena tiene una bola caliente en las manos.
A Marcelo se le acabó la paciencia, a Claudia todo se le resbala y a Mario Delgado nadie lo toma en cuenta.
Los demás, son lo de menos.
Del lado de la oposición ya hay tres candidatos, donde Xóchitl, podría cantar victoria sobre Beatriz Paredes y Santiago Creel.
Sin embargo, las reglas del proceso, el valor de las encuestas y la votación del 3 de septiembre podrían quitarle la sonrisa.