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«RIZANDO EL RIZO» Narrativas hegemónicas y resistencia: desafiando estereotipos de género

Por. Boris Berenzon Gorn

“La virtud solo puede florecer entre iguales”
Mary Wollstonecraft

 

Vivimos en un mundo  donde la violencia de género es un problema grave. Los esfuerzos por erradicarla no han sido suficientes. Generar leyes más severas y visibilizar los feminicidios y a las desaparecidas es apenas parte de la concientización que se requiere para que las mujeres puedan vivir en un entorno libre de violencia, equitativo, seguro y justo. Lograrlo no es tarea fácil, porque, por desgracia, la violencia de género está grabada en la cultura. Hasta el día de hoy, los discursos misóginos y el machismo forman parte de las narrativas hegemónicas y están tan normalizados que difícilmente se ha podido atacar el problema en la raíz, que es la educación y la reproducción de las prácticas culturales.

Desafortunadamente, los medios de comunicación juegan un papel fundamental en la reproducción de estas narrativas hegemónicas y violentas. Su penetración en todos los ámbitos de la sociedad es tan profunda que contar con voces críticas que cuestionen sus postulados es poco frecuente fuera de los círculos académicos y de activistas. Para que los cambios tengan verdadera trascendencia, debemos normalizar la crítica en todos los niveles de la sociedad y la puesta en crisis de las narrativas que justifican la misoginia, el machismo y la violencia, con una mirada transgresora y desde la deconstrucción permanente.

Identificar cuáles son los roles e ideas preconcebidas que se transmiten en los medios de comunicación, incluyendo la web 2.0, puede ayudarnos a crear resistencias que actúen como filtros para los mensajes que recibimos y que reciben las infancias y juventudes, los cuales están plagados de estereotipos e información falsa. Definir qué son los estereotipos, los roles y los caracteres de género, qué es el sexo y la identidad sexual, reconocer diferentes identidades y mantener una perspectiva abierta ante lo que no conocemos, es fundamental para reeducarnos y crear un ambiente de diálogo, justicia y paz.

En los medios de comunicación, incluyendo las series televisivas, películas, canciones, contenidos multimedia, nos hemos acostumbrado a ver representadas a las mujeres en roles pasivos y subordinados a las masculinidades, alejadas de los puestos de poder y liderazgo. Las mujeres suelen ser asociadas con el papel de “víctima” que requiere ser rescatada, y esa se asume como una característica deseable de la feminidad. Tradicionalmente, las mujeres tienden a ser vistas como amas de casa, asistentes profesionales o parejas de hombres exitosos. Aunque recientemente se ha hecho más común ver a mujeres representadas en puestos de éxito y poder, el cambio no necesariamente es benéfico: estas mujeres se presentan como casos aislados, tienden a ser vistas como poco femeninas y se les niegan las relaciones emocionales o la maternidad.

A los roles de sumisión se añade la hipersexualización del cuerpo femenino, que sigue siendo una constante hasta nuestros días prácticamente en todo el universo del consumo. Sexualizar el cuerpo femenino es un paso obligatorio en la venta de productos y servicios, y la mujer sigue siendo representada como instrumento de venta, cosificada para el placer sexual ajeno y reducida en su humanidad. El peligro radica en la construcción de narrativas hegemónicas donde la mujer no tiene otro papel que servir para el disfrute masculino, donde su consentimiento es poco importante y donde ella siempre está dispuesta y feliz de participar en el goce sexual de los hombres. También se transmite la falsa idea de que acosar a una mujer es “halagarla” por su feminidad y belleza física, lo cual permite tomar la licencia no sólo de expresar verbalmente el acoso, sino también de perpetrarlo físicamente. Esto es particularmente grave cuando existen relaciones de poder. En los medios es común representar el acoso a las mujeres como un halago, y ellas siempre parecen sentirse cómodas, lo cual es una práctica de abuso que debe erradicarse.

A esto se suma una serie de modelos estereotipados de cuerpos y características que tradicionalmente se consideran bellos y femeninos. Estos modelos, desde todas las estructuras sociales y económicas, empujan a las mujeres a encajar en ellos y generan graves problemas de salud mental, junto con el rechazo social y la censura del propio cuerpo. La imagen de la mujer delgada, exuberante, joven, de cabello largo, piel perfecta, siempre más baja que los hombres y otros atributos impuestos, ha sido uno de los mayores males de estas narrativas y está volviendo a convertirse en un icono que pone en riesgo la salud física. En contraposición a los cuerpos plastificados popularizados por las Kardashian hace una década, en la actualidad está regresando la estética de los cuerpos extremadamente delgados que fueron famosos en el año dos mil y que llevaron a una generación entera a hospitales y psicólogos.

Y es que las juventudes tienden a ser mucho más susceptibles a los estereotipos de género, ya que la aceptación social está guiada por los modelos hegemónicos que se reproducen en las redes sociales. Pero no sólo las mujeres tienen que lidiar con estos estereotipos dañinos, la presión que pesa sobre los hombres también es producto del patriarcado y de una cultura de hipersexualización que los obliga a encajar en modelos poco humanos. Se les impone representar roles donde no pueden expresar libremente sus emociones, temores, amor, llanto o incluso felicidad. A los hombres también se les imponen estereotipos físicos: deben ser musculosos, altos, no pueden permitirse la debilidad física o la enfermedad, deben tener características sexuales prominentes. Se glorifica la masculinidad tóxica y la violencia como rasgos esencialmente masculinos y deseables, promoviendo que los hombres resuelvan los conflictos mediante la violencia y el dominio, y sugiriendo que la racionalidad y el diálogo son características poco atractivas en un hombre.

A la mujer se le representa además en una condición de víctima autoimpuesta. Se juzga más a la mujer que prefiere al hombre violento que al mismo hombre que la violenta, pero también se descalifica a aquella que se niega a participar en una relación romántica con un “hombre bueno”. Se insiste en que los roles de cuidado y crianza son exclusivos de las mujeres, y a los hombres que participan en el cuidado de los hijos se les representa como súper hombres, desvalorando la paternidad y el compromiso con la infancia. Y este discurso se repite constantemente: se asignan habilidades exclusivas a las mujeres, como las artes o las humanidades, y otras para el ámbito masculino, como los deportes, la ciencia y la tecnología. Esto reproduce estereotipos poco realistas y afecta las aspiraciones de jóvenes, niñas y niños al limitar su capacidad de dedicarse a cualquier área sin consecuencias sociales.

Esta especificidad de roles es favorecida por la falta de representación de otros tipos de identidades y por la falta de reconocimiento de que el género es una construcción social y no biológica. Existe poca representatividad para las personas no binarias y demasiados sesgos en torno a las masculinidades no tóxicas y el empoderamiento de la feminidad. A medida que las características de cada género dejan de ser flexibles, se generan dogmas que afectan nuestra forma de relacionarnos socialmente. Como siempre, uno de los mejores actos de resistencia está en reconocer la diversidad, la masculinidad de los hombres sensibles y dispuestos a la crianza, de los hombres que se dedican al hogar y que desempeñan puestos de asistencia, así como la feminidad de las mujeres en puestos de poder y liderazgo, la diversidad de cuerpos y las diferentes opciones que ambos géneros eligen en sus labores cotidianas.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

Y por que sí, un microrrelato de Alfonso Reyes:

La elefanta

Los elefantes de un circo que llegaban a la ciudad de México se escaparon en la estación y, espantados con los pitos de las locomotoras, se echaron a correr por las calles, enfurecidos, haciendo destrozos. Un pobre señor salía con su mujer y su niña de alguna comida con amigos y traía su par de copas. Al pasar junto a él, a la elefanta le tiraron de la cola. El animal se volvió, lo levantó con la trompa, lo aplastó en el suelo y lo pisoteó. Me parece todavía más horrible el dolor de la viuda y la hija, porque no pueden ni contar de qué murió el pobre hombre. Si dicen “Lo mató una elefanta”, todo el mundo se echa a reír.

Narciso el obsceno

Sí eres bonita, pero no te rías tan fuerte, come ensalada, ¡ah y no fumes!, y ponte falda pero no tan corta, y no seas tan mandona, tan enojona, tan dominante…

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