Por. Boris Berenzon Gorn
“Aunque las IA pueden analizar grandes cantidades de datos de
manera más rápida y eficiente que los humanos, aún no son
capaces de capturar el significado más profundo y complejo de las
interacciones humanas y las relaciones sociales”
ChatGPT 4
Desde que inició el 2023 las inteligencias artificiales han experimentado un boom nunca antes visto, no sólo por su proliferación en torno a distintos tipos de tareas, sino también por su eficacia como modelos de lenguaje, en especial ChatGPT 4, que es la más famosa y que está despertando numerosas interrogantes sobre las capacidades de los seres humanos y sus perspectivas futuras. En los medios de comunicación y círculos académicos se ha hecho presente cada vez más el debate en torno al futuro de los profesionistas de todas las áreas de conocimiento, pero en especial de los científicos sociales y humanistas que, se dice, podrían ser pronto reemplazados por las inteligencias artificiales.
Acercarnos al tema es un asunto complejo, pues además de la posibilidad de herir susceptibilidades, requiere comprender qué es lo que pueden hacer las inteligencias artificiales y lo que no, cuáles son las áreas en las que se desarrollarán a futuro, y en especial, qué es lo que hacen los científicos sociales y humanistas en general, antes de emitir juicios en torno a su pronóstico profesional. Asimismo, debemos aclarar que predecir el futuro está lejos de nuestras posibilidades, pero lo que es verdad es que podemos plantear algunas consideraciones que nos guíen para la comprensión del cuestionamiento que enfrentamos.
En primer lugar, cabe aclarar que las inteligencias artificiales son sistemas informáticos que reemplazan acciones habitualmente humanas, pues utilizan algoritmos de aprendizaje automático para responder a las problemáticas que se les presentan, por lo que van mejorando a medida que comprenden y repiten las tareas. Llevan a cabo tareas complejas como el reconocimiento de patrones, el procesamiento del lenguaje, la toma de decisiones, la comprensión de imágenes y videos, el control de procesos automatizados, fungir como oponentes en videojuegos y la creación de modelos. Se llaman artificiales porque su objetivo es desarrollar las mismas capacidades que el ser humano presenta de manera natural, es decir, piensan o actúan como seres humanos.
Y aunque las herramientas de inteligencia artificial se volvieron recientemente populares, llevamos buen rato acostumbrándonos a ellas si usamos Google, Alexa o Cortana, interactuando con bots o accediendo a contenido creado mediante el procesamiento masivo de datos como el que ofrecen las aplicaciones de navegación, los modelos de predicción climática, las recomendaciones comerciales en redes sociales entre otras aplicaciones. Con el avance de las inteligencias artificiales sin duda se renuevan los temores apocalípticos planteados por la ciencia ficción sobre el paulatino reemplazamiento y final eliminación de los seres humanos, y aunque no es posible descartar del todo estos escenarios en un futuro muy lejano, al menos es muy poco probable que a corto plazo puedan volverse realidad.
Por ahora, las inteligencias artificiales pueden procesar cantidades masivas de datos mucho mejor que como lo haría cualquier ser humano, y lo hacen en una cantidad de tiempo muy reducida. Dado que las inteligencias artificiales procesan lenguajes y patrones, es natural que cuenten con respuestas inmediatas y soluciones diversas y novedosas, provenientes de la sistematización que producen a través del tratamiento de estos datos. El que cuenten con la capacidad de aprender, implica que, a medida que interactúan con los seres humanos, también van asimilando su comportamiento, la forma en que piensan y las intenciones que llevan a cabo, perfeccionando sus respuestas a las tareas gracias a su relación con las personas.
Pero lo que un ser humano puede hacer, al menos por ahora, escapa a las capacidades con que cuentan las inteligencias artificiales. Consideremos que las inteligencias artificiales trabajan con cantidades masivas de datos y en definitiva cuentan con mejor capacidad de respuesta e información que la que podría ofrecer un ser humano, y que pueden crear textos e informar sobre acontecimientos con rapidez y precisión, por lo que podrían parecer superprofesores de historia, sociología, lenguas, geografía, filosofía o ciencias políticas. Y con esta afirmación parecería que el debate está cerrado.
Pero debemos contemplar que los datos que procesan las inteligencias artificiales fueron creados por seres humanos, y aunque nos son ofrecidos gracias a una enorme capacidad de síntesis, reconocimiento de patrones y selección de información; esto no significa que cuenten con las capacidades para definir críticamente los modelos interpretativos que define un ser humano. Aún no cuentan con la capacidad de comprender la complejidad de los temas sociales desde la perspectiva crítica, desde la subjetividad y desde la experiencia vivida. Es decir, si bien, una inteligencia artificial puede explicarnos un modelo epistemológico u ontológico con precisión clínica, al menos por ahora, no tienen la capacidad de crearlo por sí mismas.
Porque el trabajo de los científicos sociales y humanistas no se limita a ofrecer datos “duros”, esta pretensión positivista en donde el lenguaje reflejaba la realidad en cuento tal ha sido superada hace décadas y hoy admitimos que cada problema que analizamos desde la perspectiva crítica requiere de subjetividad, de una toma de decisiones que no es desinteresada y que no puede reproducirse aleatoriamente con fines de objetividad. El pensamiento humano es mucho más complejo que la reunión y sistematización de datos, consiste también en formular las grandes preguntas de la existencia que, en mayor o menor medida, guían nuestra forma de experimentar el mundo. Interpretar es mucho más que procesar información.
Esto significa, por lo tanto, que las emociones pueden ser representadas por las inteligencias artificiales, pero no experimentadas, razón por la cuál el componente existencial de las interacciones carece de bases ontológicas, es decir, se reproduce como modelo de conocimiento, pero no se conecta con la complejidad—y en muchos sentidos contradicción—de la existencia y experiencia humanas. La emocionalidad brinda una perspectiva humana única e interfiere, consciente o inconscientemente, en nuestros procesos cognitivos; sin contar que el comportamiento humano tiende a ser impredecible.
Éticamente, las inteligencias artificiales también enfrentan retos, pues distinguir lo bueno de lo malo es sin duda, una experiencia cultural y subjetiva. Cualquier decisión y opinión en torno a temas que suelen ser polémicos como el aborto, la eutanasia, el asesinato en defensa propia, la pena de muerte, entre otros, están atravesados por perspectivas asociadas al interlocutor y más allá de presentarlas y describirlas con precisión, las propias inteligencias artificiales se enuncias incapaces de presentar respuestas. Los cuestionamientos ontológicos y éticos son universales y se encuentran en permanente construcción.
Desde esta perspectiva, ejercer el pensamiento crítico sigue siendo terreno humano, repito, al menos hasta ahora. Esto no significa que las inteligencias artificiales no estén revolucionando el mundo. Debemos abandonar las perspectivas neoludistas y aprender a usar las inteligencias artificiales para mejorar y perfeccionar nuestro trabajo; contemplar sus limitaciones y utilizarlas a nuestro favor. Temer ser reemplazados por una tecnología perece un miedo histórico que se ha repetido en numerosas ocasiones, pero en definitiva, la experiencia nos ha demostrado que siempre podemos obtener el mayor beneficio de la ciencia y la tecnología cuando actuamos de manera responsable y consciente.
Manchamanteles
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Narciso el obsceno
Nunca encendió la computadora por miedo a que le contagiara un virus.