Por. Cristina Ortega
Los cambios sociales que iniciaron en esta centuria, iniciaron de manera puntual en la última década del siglo XX con la palabra “inclusión”, desde la educación hasta la visualización de las minorías sociales como partícipes de la esfera pública.
El prometedor siglo XXI albergaba muchas expectativas; desde la imagen, la narrativa para los futuros adultos en la pantalla grande prometía “la inclusión” en las propuestas visuales; en ella un vaquero dialogaba con un ser intergaláctico y un dinosaurio (Toy Story), los monstruos aprendieron que la risa de un niño era mucho mejor que hacerlos gritar (Moster INC.), la amistad entre un ogro y un burro era posible, y podían llegar a reinar en un palacio, muy, muy lejano (Shrek). Pronto “la inclusión” desde la imagen llegó a la telefonía móvil y con ello a las redes sociales, entonces la información sobre nuestra identidad y costumbres la compartimos confiadamente, pues la nueva interacción era lúdica y gratuita.
Durante una década se compartieron libremente lo que hoy conocemos como “datos” y, poco a poco las generaciones comenzaron a marcarse, así los primeros usuarios del siglo XX se percataron que fueron la última generación de una infancia sin web; mientras que los niños de Monster Inc. ya eran adultos; entonces las fotografías ya no se imprimían, vivían en La Nube y las aplicaciones seguían de forma lúdica con todos nosotros.
Las propuestas visuales cambiaron la percepción de cómo nos veríamos físicamente jóvenes, viejos o del sexo opuesto, mismas que fueron enriqueciendo los bancos de imágenes, así hemos compartido voluntariamente todo tipo de información visual, de texto, video y de nuestras emociones.
Hace una década, apenas se decía que las redes sociales eran la democratización en la web y la fotografía un ejercicio democrático, en este tenor, pronto llegaron nuevas palabras: cyberbullying, sexting, grooming, fishing… fake news y su posverdad. Después la pandemia nos dio perspectiva y una palabra nueva: la infodemia.
Dos años después se lanza de manera comercial de las aplicaciones de Inteligencia Artificial (APP de I.A.), seguimos aprendiendo nuevas abreviaciones como palabras, entonces, no tardaron en pronunciarse lingüistas y filósofos contemporáneos sobre las aplicaciones de generadores de texto (Chat GPT), advirtiendo la que la inteligencia artificial destaparía la “idiotez artificial”, simple retórica, Umberto Eco, semiólogo y filósofo italiano, ya lo había advertido desde inicios del siglo diciendo que: “Las redes sociales le dan derecho de hablar a legiones de idiotas”, así se alimentaron “los datos”; entonces, ¿cómo es posible que quince años después se pronuncien los estudiosos de la materia? Es simple, porque la postura de “pre-visión” no se tiene (largoplacismo, nueva palabra, o lo que era antes: prospectiva).
La conquista de esas legiones de idiotas es por la imagen y todo lo que es lúdico no tiene mecanismo de defensa. Con la vasta información que tiene la internet sobre esta generación, ya tenemos suficientes datos para dar inicio a la Inteligencia Artificial para generar textos (Chat GPT), imágenes (Dall-E), videos (ZAO) y voces (Eleven Lab). Todas estas aplicaciones como mediadores entre los usuarios, lo que puede generar mayor “credulidad” en aquellos que los miran, escuchan o leen.
Es posible que desde la comunicación se tengan que crear nuevas palabras para identificar lo “no-real” dentro de las “realidades múltiples”, interactuando con nuestras “inteligencias múltiples”, pues las legiones de Eco son hasta ahora, las generadoras de contenidos y “prosumidores”, pero, ¿qué propuestas traería la Inteligencia Artificial afuera del ámbito de “la idiotez artificial”? El diseñador turco-americano Refik Anadol, como el artista digital más influyente del mundo, utiliza la Inteligencia Artificial para fusionar millones de imágenes expuestas arquitectura, mismas que convierte en esculturas digitales; un ejemplo de su trabajo que utilizó para ilustrar un concierto de la Orquesta Filarmónica de Filadelfia:
Esta propuesta aún incipiente, se desconoce recurre a la sinestesia (condición que puede darse en un individuo que es capaz de oír colores y de ver los sonidos), o la frecuencia del espectro visible relacionado con la del sonido, o bien, cuál es su relación con la imagen y sonido en lo expuesto. Esto muestra un gran camino por recorrer en el mundo del arte. ¿Será posible reinterpretar con las palabras descritas de las obras clásicas y re-visualizar su contenido? Pienso en la obra de Gustav Doré ilustrador en La divina Comedia y en todas las posibilidades artísticas del futuro.
La propuesta de Inteligencia Artificial en el arte, apenas comienza y para muchos estudiosos ni siquiera es una propuesta. En el espíritu actual de que el pasado es mejor, no está de más apuntar a las que las artes liberales (Trivium y Quadrivium), basadas en las habilidades del pensamiento para proponer creaciones con inteligencia artificial, un síntoma es la protesta de los lingüistas ante la aplicación de generador de textos (Chat-GPT).
Cabe mencionar que, desde inicios de este siglo, Alemania propone La Bildwissenschaft, o la ciencia de la imagen, que ya estudia los nuevos enfoques de la imagen (en todas las dimensiones interactuantes con la sociedad. 2D, 3D, 7D), y su interpretación sociocultural; existe una rama de estudio de la distorsión de la transferencia de realidad, esa a la que temen tanto los filósofos, los psicólogos, comunicadores, y sociólogos, la de no distinguir lo que es real (lo tangible), y lo virtual (lo no tangible y/o digital).
Recordemos que a principios de este siglo el físico y teórico británico, Stephen Hawking, advirtió sobre la Inteligencia Artificial que: “Necesitamos ser conscientes de los peligros, identificarlos, actuar de la mejor manera posible y prepararnos para sus consecuencias con bastante anticipación”. Y esto es “pre-visión”.
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Cristina Ortega Domínguez. Fotógrafa desde hace 29 años, amante de la imagen en cualquiera de sus expresiones, fundadora de Arte NiNi A.C. Doctora en Investigación Interdisciplinaria en Ciencias y Humanidades.