Por. Fernando Coca
Hace trece años, 15 personas, la mayoría jóvenes, fueron masacrados por elementos del Ejército mexicano en Ciudad Juárez.
El 26 de febrero de este año, cinco jóvenes fueron acribillados por una patrulla del Ejército en tareas de seguridad pública, en Nuevo Laredo.
En ambos casos se trató de acciones extrajudiciales.
Lo que escuchamos hace tres lustros desde lo más alto del poder nos dejó conmocionados: Felipe Calderón afirmó que los alumnos de CBTIS 128, del Colegio de Bachilleres y de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, que festejaban un triunfo de futbol americano, eran delincuentes ligados al narco.
Luego de darse cuenta de su error, Calderón fue a Juárez para enmendar, en la medida de lo posible, su yerro.
Luz María Dávila, madre de dos de los jóvenes asesinados -Marcos y José- lo encaró y le dijo que se pusiera en su lugar como madre de dos hijos asesinados y quería justicia, y una disculpa por haber injuriado a sus hijos.
Eran los tiempos de la “guerra” del michoacano contra el crimen organizado, guerra que hoy sabemos no era más que la fachada para proteger a un grupo criminal tal y como fue revelado en el juicio de García Luna.
Ayer, al reconocer que elementos de una Base Militar de Nuevo Ladero, Tamaulipas, dispararon hasta masacrar a cinco jóvenes, el presidente López Obrador afirmó que, en el supuesto caso de que los jóvenes hubieran pertenecido al crimen organizado, “jamás se debe permitir la ejecución de nadie” y que los elementos que dispararon ya estaban a disposición de las autoridades militares para ser enjuiciados.
La diferencia entre las declaraciones López Obrador y Calderón dejan varias lecciones. La primera es que Calderón no tenía empacho de criminalizar a víctimas con tal de aparecer como el “estadista” que iba en contra de los criminales.
La segunda lección es que, aunque las Fuerzas Armadas sigan en la calle en tareas de seguridad pública, López Obrador no dejará pasar que el uso de la fuerza letal sea la regla en su estrategia de seguridad.
Por último, queda claro que la urgencia de legitimación que buscaba Calderón luego del fraude electoral del 2006 imponía una narrativa en la los daños colaterales eran necesarios mientras que para López Obrador es algo que no se puede dejar pasar nada más así.
La brutal guerra calderonista nos sigue pesando a todos los mexicanos. La estrategia que hoy mantiene a la Fuerzas Armadas en las calles demuestra, con lo sucedido en Nuevo Laredo, que no hay preparación de nuestros soldados para esa tarea, que requerimos crear una policía civil que no convierta una falta de tránsito en una masacre.