Por. Boris Berenzon Gorn
La actividad más alta que un ser humano puede alcanzar es aprender para entender,
porque el entendimiento es ser libre.
Baruch Spinoza
Seguramente, la mayoría de los que fuimos jóvenes en la década de los ochenta estaremos de acuerdo en que el espacio social digital como lo conocemos hoy en día se encontraba muy lejos de nuestra imaginación. Más allá de los libros y películas de ciencia ficción, del uso de las computadoras en empresas y oficinas gubernamentales, la idea de construir nuestras relaciones interpersonales a través de un ordenador no sólo nos sonaba descabellada, sino también fría e infrahumana. Todo en nuestro mundo podía tocarse, las distancias implicaban brechas comunicativas, estábamos acostumbrados a escribir a mano y a buscar libros en los enormes ficheros de las bibliotecas. Hacíamos amigos en bares y cafeterías y hablábamos por teléfono largas horas cuidando que nadie nos escuchara por la otra línea de la casa.
Quienes nos precedieron estarán todavía más de acuerdo en que la idea de interactuar en un espacio virtual era ajena a nuestra humanidad y desarrollo psicosocial. El tacto y lo presencial era la vida, y en muchos sentidos sigue siéndolo. Sin embargo, casi todos nosotros también formamos parte del mundo digital, tenemos un correo electrónico, diferentes redes sociales, llevamos a cabo trámites por internet, poseemos archivos digitales donde guardamos nuestras fotografías más preciadas y nos comunicamos con amigos y familiares lejanos a través de servicios de videoconferencia; procesos que se incrementaron con la pandemia.
En numerosos casos, la migración al mundo digital no ha sido una decisión consciente, planeada y basada en el mero deseo, como cuando se planean unas bellas vacaciones a Cancún. La llegada del mundo digital se ha impuesto como un poder superior, obligándonos a participar de ella y a construir identidades y sitios no geográficos para existir. Los adultos mayores son presionados a llevar a cabo sus trámites y manejo de dinero en línea, a crear una o varias cuentas en redes sociales para relacionarse con sus seres queridos y a consultar sus fotografías, de las que anteriormente tenían enormes álbumes, en un celular, tableta u ordenador. Si bien, la mayoría de ellos cuenta con el apoyo de personas más familiarizadas con la tecnología, no son pocos quienes se resisten al cambio y, aunque las viejas formas siempre conviven con las nuevas, lo cierto es que el mundo digital, igual que un imán enorme, nos atrae sin poder resistirnos.
El nuevo mundo digital se ha convertido en un espacio social tan válido como la escuela, los supermercados o un estadio de fútbol. Ocurren interacciones de todo tipo: compra y venta de bienes y servicios; educación; la gente puede hacer amigos en cada rincón del mundo o conseguir una pareja; se juega en línea; se maneja dinero; se trabaja en numerosas áreas que hacen posible formar parte de una empresa trasnacional, viviendo en cualquier país y contando con un dispositivo con conexión a internet; hay entretenimiento; se participa a nivel político y se transmite información en tiempo récord. Esta lista que bien podría seguir durante miles de líneas, solo nos permite hacernos una idea de cómo hemos expandido nuestro universo creando uno nuevo a base de ceros y unos.
El verdadero problema de este espacio social es que ha crecido mucho más rápido de lo que esperábamos, se transforma constantemente y pone a prueba nuestra capacidad de adaptación y aprendizaje. Los cambios son simultáneos y hay una innumerable cantidad de cosas que no entendemos o no sabemos, sin importar si se trata de expertos en ingeniería informática o telemática, pues el mundo virtual dejó de ser hace mucho un sitio con fines específicos y abarca todas las áreas de la vida social como la ciencia o la política, haciendo imposible que una sola persona domine absolutamente todas sus implicaciones.
Asimismo, la educación digital que la mayoría de los adultos que superamos la generación del milenio hemos recibido, ha sido intuitiva y autodidacta, pero además transgresora, pues nos hemos adaptado a tecnologías con las que no nacimos y hemos tenido que generar analogías constantes sobre el mundo digital partiendo del universo analógico. Conservamos con nostalgia discos compactos y cartas de la adolescencia, mientras desciframos las claves de lo intangible. Algunos de nosotros hemos recibido educación digital propiamente dicha en centros educativos, pagando cursos o incursionando en la educación en línea; pero independientemente de ello, se requiere un aprendizaje constante para mantenerse al día.
Las llamadas generaciones Z y Alfa tienen de su lado—y en esto superar a los millennials—una adaptación natural al mundo digital que viene del crecimiento y del aprendizaje directo, de haber nacido con un dispositivo en la mano. Muchos de ellos no pueden imaginarse un mundo donde la cámara, el reproductor de música, el procesador de textos y el teléfono vienen por separado. Tienen un desarrollo natural de las habilidades digitales y en muchos sentidos, también generacional, pues las fortalecen de manera colectiva. Aprenden con facilidad y tienden a ser autodidactas, aunque corren el riesgo de enfocarse en actividades de entretenimiento y no saber seleccionar información en medio del mar que datos que navegan.
Y es que la educación digital no solamente implica saber usar los dispositivos, navegar en las páginas web, crear contenido en las redes sociales o acceder a datos suficientes para las tareas escolares. Una verdadera educación digital impone la necesidad del pensamiento crítico y la selección de información; de habilidades que permitan encontrar información de calidad y distinguirla de aquella que no lo es. El tema de nuestro tiempo no es la censura, pues la libertad de información es casi infinita y aquella que está restringida suele encontrar los canales para esparcirse; el problema es mucho más sutil: qué hacemos con esa información, cómo la utilizamos responsablemente, con qué habilidades contamos para aclarar la confiabilidad de las fuentes o cotejar versiones. Educación digital es saber que, aunque el mar es infinito, no todos los peces son comestibles.
Parte de la educación digital implica saber protegerse de las amenazas, filtrar la información que queremos compartir, mantener los datos sensibles a salvo, no relacionarnos con cuentas sospechosas o desconocidas, evitar visitar sitios peligrosos, saber denunciar las amenazas y agresiones y siempre, pero siempre, respetar a los demás. No existen suficientes leyes que regulen el espacio digital, sobre todo por su naturaleza internacional, pero al menos las plataformas más usadas de la Web 2.0 cuentan con protocolos que pueden mantenernos a salvo y actuar en caso de que nuestra integridad esté en riesgo.
En este caso, como en muchos otros, la educación digital en nuestro tiempo exige iniciativa. Tenemos que buscar información por nuestra cuenta, aprender a hacer todo aquello que no conocemos, al igual que buscamos una receta por internet, podemos investigar cómo hacer nuestros perfiles más seguros, como usar eficazmente el procesador de textos o emplear herramientas de diseño y creación de videos. El gran milagro de internet es que la educación no está restringida y que la interconectividad hace posible que las distancias no se interpongan. Pero hay que admitir que se trata de una elección propia, pues, aunque el árbol ponga las manzanas, tenemos que tomarlas para poder comer. La educación digital supone compartir el conocimiento y estar dispuestos a buscarlo.
Manchamanteles
Y en época de tiraderas musicales recordemos otras más sutiles, pero igual de divertidas, como aquellas que se lanzaban Góngora y Quevedo. El cruel y pillo Quevedo le escribió a don Luis:
SONETO A LUIS DE GÓNGORA
Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;
apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.
¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.
Narciso el obsceno
Para aquellos que creen que es una obligación ser amados. Esos que así fueron de la cuna a la tumba por los siglos de los siglos y vivieron sin saberlo.