Por. Citlalli Berruecos
Entiendo que en estas fechas muchos aprovechan para hacer un recuento de días, momentos, reflexiones, vivencias y querencias para convertirlos en deseos, sueños y propósitos para el año que llega. Aunque creo que esto debe hacerse en cada cumpleaños, confieso que también lo hago no sólo para mantener vivo el agradecimiento a quienes me acompañan sino para validar la fortuna de no estar sola.
Y en este tenor, puedo decirles que, desde el encierro del 2020, en el que nuestra vida cambió súbitamente, he desaprendido y aprendido lo que puedo compartirles ahora, imaginando que a lo mejor para ustedes es igual.
Duele mucho perder a seres muy queridos aun cuando los mantenemos presentes en la temblorina de nuestros corazones. Cuando eso sucede, se nos desgarra el cuerpo y lo sentimos constantes en esos calambres que van de los pies a la cabeza. No hay más que llorar para limpiar el alma, como decía mi abuela adorada a quien aún escucho. Por eso, para quienes tenemos el gozo de compartir nuestros días, la vida sigue y hay que aprovecharla al máximo. Seguramente no todo será bonito, habrá sus momentos de enojo, desesperación, tristeza, pero todo eso se acumula en la gran bendición de estar, convivir, compartir, disfrutar, amar.
Respetar a quienes te rodean es la columna vertebral para mantener cualquier relación sana. Aprendí que cada quien tiene sus prioridades y que aun cuando se compartan algunas de ellas, la manera en la que se interpreta y lleven acciones es distinta para cada persona. Mientras que el respeto sea recíproco entre todos, se evitará el conflicto.
He aprendido que la generosidad tiene sus límites, aquel que debes tener siempre presente para asegurarte no dar demás y auto-lastimarte. Como dicen cuando viajas en avión, hay que respirar bien primero para después poder ayudar a los demás. Ser generoso es gozar al hacerlo y sólo esperar un simple agradecimiento a cambio. Sólo basta eso para saber que se hace lo correcto. El “por favor y gracias, palabras de poder” del dinosaurio morado debería mantenerse como himno escolar de vida. Quien no agradece es quien cree y asume que lo tiene todo y no necesita más. Puedo asegurarles que vivo siempre agradecida con mis padres, mis hijos, mi familia extendida, mis amigos que son parte de mi familia, con ustedes que leen mis barbaridades y me animan a continuar, y con la vida que me permite disfrutar, sentir y bailar lo que venga en el camino.
He desaprendido a aceptar y decir que sí a todo. Me parece fundamental enseñar desde que somos niños a decir “no”. Cuántas veces se escucha a los maestros insistir que todos los niños del salón son amigos. ¿Todos? ¿Porqué? A mi parecer, lo que debe enseñarse es el aceptar y respetar las diferencias de sus compañeros y no obligar amistades inexistentes. Decir que “no” cuesta trabajo y a veces duele, pero hay que hacerlo asumiendo lo que conlleva. Así que, en estos años, he confirmado mi aprendizaje a negarme a aquello que considero que no debo hacer.
Como conclusión a esta reflexión de inicio de año (más no de cumpleaños) les aseguro a todos que el ser generoso, respetar y amar nos ofrece la posibilidad de sentir cada minuto a tope. Continuaré aprendiendo (y desaprendiendo) cada día. Aprovecho para agradecerle a la vida que me permite disfrutar enormemente a mis padres e hijos. Soy afortunada. Lo sé, lo admito y lo puedo gritar. A todos ustedes, les deseo que este año venga lleno de sorpresas maravillosas, que las realidades se hagan sueños y que los sueños vivan en sus corazones.