Por. Boris Berenzon Gorn
Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está
perdido y hay que empezar de nuevo.
Julio Cortázar
En este espacio hemos repetido continuamente que la temporalidad cíclica es resultado de un constructo asociado a la sucesión del día y la noche y de las estaciones del año; y en nuestros días la cultura occidental define su concepción de pasado y el futuro en torno al calendario gregoriano, mientras la tierra sigue una senda de 365 días y seis horas alrededor del sol, dando paso a una medición peculiar del tiempo. Esta conciencia de un tiempo cíclico es representativa, y nos permite trazar planes, objetivos, políticas públicas, definir problemáticas y estrategias de solución.
Nos planteamos continuamente cómo será la vida dentro de una cantidad dada de años, y aunque se ha normalizado tal medida como único modelo, lo cierto es que la medición del tiempo no requiere seguir el patrón anual; quizá la razón de que lo hagamos se encuentra en lo corta que es la vida humana en comparación con los cambios históricos de mediana y larga duración, por no mencionar lo que se refiere a los tiempos cósmicos.
En cualquier caso, el nuevo inicio siempre resulta esperanzador, permite dejar atrás lo negativo y tratar de aprender de los errores y omisiones, plantear nuevas metas y recobrar la energía para implicarnos en proyectos nuevos o incluso reiniciar aquellos que por diversas razones hemos abandonado, o no hemos progresado como quisiéramos. Esto no sólo tiene que ver con la experiencia individual, sino también con lo social, nuestras prácticas de interacción cotidianas, las diferentes formas de gobierno y participación ciudadana, la cooperación internacional y la construcción de un mundo mejor en general.
Al terminar el 2022, como cada año, estuvimos llenos de propósitos y objetivos que, lastimosamente, suelen, en su mayoría, ser abandonados u olvidados ante el embate de la monotonía y la rutina, de los problemas comunes y la dificultad que supone reeducarnos y disciplinarnos para alcanzar lo que deseamos. El problema no está tanto en planear como en la falta de conciencia sobre la posibilidad del cambio mismo, de poder llevarlos a cabo de manera puntual, realista y sobre todo gradualmente. La mayoría de los propósitos fallan porque son irreales, no consideran el contexto en que se insertan y tratan de dar soluciones rápidas y sencillas a problemas que se han venido gestando en periodos de tiempo mucho más significativos.
Por ejemplo, cuando una persona se propone adelgazar, hacer más ejercicio, comer saludablemente, dejar el alcohol o el tabaco el último día del año, y luego se ve a sí mismo comiendo rosca de reyes el 6 de enero o tamales el 2 de febrero, admite que todo se ha venido abajo, que nada tiene sentido y que es mejor, como en las puertas del infierno, abandonar toda esperanza. Rara vez se concientizan aspectos más profundos de los problemas que creemos que hemos identificado, muchos de los cuáles son apenas síntomas de la situación que nos conduce a refugiarnos en ellos.
Para completar exitosamente estas tareas, hay que analizar, por ejemplo, cuál es nuestra relación con la comida, cómo nos sentimos haciendo ejercicio o en qué circunstancias corremos a la terraza a encender un cigarrillo. A menudo, teniendo claras estas condiciones, los problemas pueden tratarse de manera mucho más racional y directa. Lo mismo ocurre cuando pensamos en la cantidad de tiempo que tenemos sin hacer ejercicio y queremos ser atletas profesionales por decreto, es absurdo pensar que sin preparación alguna llegaremos al gimnasio a levantar doscientos kilos y que saldremos de ahí sin al menos una lesión.
Pensando en estos ejemplos tan comunes que inundan los deseos de cada año, podremos quizá ampliar la perspectiva no sólo de nuestra individualidad sino también de nuestro ser social. Debemos reconocer la necesidad de generar análisis críticos, plantear objetivos realistas y diseñar estrategias y planes de acción acordes con la temporalidad que los cambios requieren; las distintas dimensiones de la colectividad, que atraviesan la familia, el trabajo, la nación o la globalidad, también demandan el análisis crítico de las problemáticas desde la prospectiva.
La CEPAL asegura que la prospectiva “aporta teorías, métodos y herramientas útiles para la construcción de un futuro deseado. Supone movilizar capacidades sociales (técnicas, cognitivas, institucionales) para construir visiones compartidas del porvenir, identificar sus determinantes claves, así como los posibles elementos y factores tanto de ruptura como de continuidad. En breve, requiere disponer de las formas de organización y de acción necesarias para su consecución.” Es preciso comprender que, lejos de lo que planteaba la sociología clásica, el futuro no es predecible y la contingencia es un factor incontrolable, pero esto no quiere decir que estemos atados de manos en lo que se refiere a la construcción de realidades futuras.
El primer gran paso es, al igual que en un proceso terapéutico, reconocer que hay un problema. Hoy tenemos que aceptar que la desigualdad económica a nivel global no ha mejorado sustancialmente y que se vuelve cada vez más cruda; que la marginación y la pobreza someten a grandes cantidades de seres humanos a vidas indignas sin acceso a los servicios básicos; que la destrucción de los ecosistemas avanza a pasos agigantados y que por más que las grandes compañías y Estados se esfuercen en negarlo, el ser humano tiene un alto grado de responsabilidad en el cambio climático y la extinción masiva; que el consumo no es responsable y los derechos laborales no se respetan; que mujeres, infancias, adultos mayores, personas discapacitadas, grupos indígenas, personas del colectivo LGTBIQ+ y todas las minorías enfrentan condiciones de injusticia. Y la lista de problemáticas podría tomarnos días.
Pero, aunque este panorama suena desesperanzador, también implica que podemos echar mano de la prospectiva, no sólo a nivel internacional y nacional, sino en nuestros pequeñas comunidades y colectivos, en las esferas más cerradas de la vida cotidiana. Podemos definir caminos en grupo para mejorar nuestro consumo, la economía familiar, el trato que reciben las mujeres, ancianos, infancias, la manera en que nos relacionamos con un vecino con discapacidad o de la comunidad LGTBIQ+. Podemos construir estrategias para redefinir nuestras prioridades, disminuir la producción de basura y emisiones, ejercer la denuncia cada que sea vejado uno de nuestros derechos.
Para lograrlo se requiere contar con un plan de acción realista, claro, definido por etapas y basado en objetivos. Quizá no comenzaremos a comer pez hervido con verduras al vapor de la noche a la mañana, y si lo hacemos tal vez duraremos muy poco haciéndolo antes de volver a los viejos hábitos; pero sí podemos eliminar las bebidas gaseosas y el pan dulce de nuestras noches. Tal vez podemos reducir tres cigarrillos diarios a uno y, tal vez, mientras nos deconstruimos por completo, podemos empezar a educar a las niñas igual que a los niños, a tener sueños propios, ser asertivas, tener objetivos profesionales y no imponerles el matrimonio y la maternidad como única forma de realización. Tal vez es costoso cambiar a productos con empaques sustentables u orgánicos, pero podemos cultivar nuestras hierbas y ajo en la cocina y comprar presentaciones de detergente más grandes.
De lo que se trata es de concientizar cuáles son los cambios que requerimos para nuestro futuro y pensar en pequeños objetivos que nos acerquen a ese gran ideal que abandonamos habitualmente, apenas a unos días de iniciado el año. Por lo pronto que corran venturosamente las cabañuelas de este 2023.
Manchamanteles
La tradición de Reyes Magos llegó a América con la conquista y como resultado del sincretismo, el famoso roscón se transformó en la tradicional rosca que comemos cada seis de enero y de la que afortunadamente ya se ha retirado el acitrón después de llevar casi a la extinción a la cactácea que lo proveía. Como sucede con la mayoría de las tradiciones de origen religioso, el Día de Reyes se ha secularizado dotado de nuevos significados. En México, la tradición dicta que los comensales que se encuentren con una figura en la rosca deben costear los tamales el día de la candelaria. No sin polémica, la rosca ya no sólo guarda al famoso niño, sino también a un sinfín de íconos de la cultura pop que están ahí para demostrarnos lo adaptables que son las tradiciones cuando se encuentran arraigadas en la colectividad a través del devenir histórico. Así que ya sabe, si le salió un niño, algún personaje de Star Wars o una Hello Kitty en la rosca, no se olvide de su contribución el próximo 2 de febrero.
Narciso el obsceno
Antes de empezar con el narcisismo anual, le deseamos éxito en sus metas y un comienzo refrescante en este 2023.