Por. Marisa Iglesias
Estremecida desde la madrugada del viernes, en que me enteré del atentado en su contra, hasta este momento he logrado articular unas palabras. Ya sé que su muerte no ocurrió. Ya sé que el blindaje, y la providencia, lo protegieron. Ya sé que ahora mismo puedo mandarle un WhatsApp y al rato lo responderá. Ya sé que lo veré en la noche en el noticiero de Imagen. Y mañana por la mañana en el de Fórmula, entero y haciendo periodismo. Ya sé que pronto brindaremos, yo con tequila y él con whisky. Pero pudo no ser así. Hoy quiero dejar a un lado la cobardía, la ruindad, la miseria en torno a este episodio, que tendrá que aclararse y castigarse. Hoy solo quiero celebrar su vida.
Ciro es un rockstar del periodismo mexicano bastante atípico. No usa escolta ni chofer. No tiene propiedades. No colecciona coches, ni ropa, ni relojes. Camina al banco, a la farmacia. Se va en Metrobús al gimnasio. Juega squash con el entrenador de box. Come sencillo. Cevichero a morir, hasta hace poco, no sé si todavía ahora, él mismo compraba su pescado en un puesto del Mercado de San Ángel. Si se hace de un refrigerador más grande, regala el anterior y paga la mudanza. Siempre está pendiente de gastos de educación, médicos o de cualquier tipo de emergencia de quienes lo rodean. Incluso de quienes rodean a los que lo rodean. Baja entusiasmado de su departamento en el piso 8 para aplaudir y echar un billete en el guajecito de unos jóvenes marimbistas que tocan en la calle una versión genial de Clocks, de Coldplay. En la vida cotidiana él es así. Sencillo, generoso, solidario.
Trabajé con él durante 25 años y le aprendí mucho. Quien le aguanta, le aprende. Aunque aguantarlo, en lo profesional, no es fácil. Puede ser aterrador, muy intimidante. Maneja la presión extrema como un elemento, perverso, diría yo, de estímulo. Tiene un sentido demasiado espartano de la disciplina, que nunca compartí. Pero es un maestro excepcional. Sabe exactamente qué le falta o qué le sobra a un texto o a una pieza de televisión. Lleva a su equipo a pulir, sofisticar, perfeccionar el trabajo. Su instinto periodístico es formidable. Descifra, como nadie, la radio, la tele y la prensa escrita. En cada etapa, en cada horario, en cada ciclo. Con un olfato de sabueso viejo, infalible. Es un verdadero creador.
No quiero hablar de él en tiempo pasado porque, luminosamente, quien quiso matarlo el jueves pasado, no lo consiguió. Y quiero creer que tendremos Ciro para rato. Quizá con algo aún más afinado, surgido de esta experiencia extrema. Quizá con unas ganas renovadas de vivir, de diseñar, de crear. Un Ciro más sabio y más fuerte. Ha sido siempre un personaje capaz de reinventarse desde cero, de renacer de las cenizas. Diría que le gusta hacerlo, que lo disfruta. Y sobre todo, que lo sabe hacer, con maestría. Saludo tu vida, querido, queridísimo Ciro. Y agradezco haberla acompañado durante tantos años. Ha sido un privilegio.