Por. Boris Berenzon Gorn
Lo propio de las sociedades modernas no es que hayan
obligado al sexo a permanecer en la sombra, sino que ellas se
hayan destinado a hablar del sexo siempre, haciéndolo valer,
poniéndolo de relieve como el secreto.
MICHEL FOUCAULT
Recientemente se hizo viral el caso de la diputada trans, María Clemente García Moreno, cuya situación como diputada federal está siendo puesta a debate luego de que publicara un video de índole sexual en su cuenta de Twitter donde se encuentra ejerciendo la prostitución. Independientemente de la resolución que tenga el caso, cuyo puesto podría ser cesado si se comprueba una infracción al código de ética de la institución, llama la atención la fuerza con la que la sexualidad como tema está cobrando terreno en el espacio público.
Vayamos por partes. En primer lugar, todas las personas tienen el derecho a ejercer su sexualidad de manera libre y sin recibir por esta razón ningún tipo de discriminación. Ni la orientación sexual ni de género están a discusión, puesto que los derechos humanos no son debatibles y corresponden a todas las personas por el simple hecho de serlo, de tal suerte que los argumentos discriminatorios no vienen al caso y es necesario evitar argumentos morales, pues lo que importa aquí no son las ideas conservadoras que desgraciadamente aún prevalecen en torno a las “buenas costumbres”.
El fondo del debate está en otra parte, y se extiende a lo que se espera de los servidores públicos. Si como ha argumentado la diputada, sus compañeros ejercen actividades económicas en el ámbito privado debemos preguntarnos, ¿tales intereses intervienen en su desempeño como servidores públicos? Todo parece indicar que existen casos específicos donde los conflictos de interés son sancionables, y por eso son tan importantes las declaraciones patrimoniales encaminadas a combatir a la corrupción. Lo que es preciso vigilar es que los bienes de los servidores públicos no provengan de actividades ilícitas y que no se cometan actos de corrupción.
Pero, además, el verdadero punto de disputa está en el ejercicio público de la sexualidad. Se considera que las actividades sexuales, mientras sean consensuadas y llevadas a cabo entre personas adultas y capaces de decidir, es un derecho inalienable de las personas que intervienen en ellas y por esta razón no están a discusión. Sin embargo, sí debemos preguntarnos cuáles son límites de la sexualidad ejercida en el ámbito público, en especial en torno a la pornografía y la prostitución, ambas actividades que requieren ser discutidas y reguladas.
Hablemos de la prostitución. El llamado “oficio más antiguo del mundo” está basado, por supuesto, en la opresión de la mujer y su cosificación como objeto de placer masculino. Esto es cierto incluso hoy, donde, aunque cada vez es más común la prostitución masculina para público femenino—pues la prostitución entre hombres también es un trabajo antiguo— las mujeres siguen siendo la mayoría de quienes se ven orilladas a vender su cuerpo como fuente de placer. ¿Cuáles son las implicaciones de la prostitución desde la perspectiva histórica y social? Es imprescindible distinguir el libre ejercicio del sexo servicio de la trata de personas, una frontera fundamental que debe ser examinada y no tomada a la ligera, pues se corre el riesgo de emitir juicios generalizantes y poco empáticos que no nos permitirían examinar la especificidad de los casos.
Si por un lado, la diputada María Clemente aseguró que su oficio es “ser puta”, manifestando una decisión personal; no debemos olvidar que la prostitución ha estado desde siempre ligada con el universo de las personas trans, no por decisión propia, sino la mayoría de las veces por falta de acceso a oportunidades laborales y educativas, por rechazo y discriminación social, fetichización y otros problemas que los activistas han señalado y tratado de erradicar, puesto que inciden directamente en la salud sexual y reproductiva de las personas trans, así como en su seguridad.
Todavía más grave es que la prostitución sea promovida por grandes redes de trata de personas, donde la mayoría de las mujeres no han decidido ser trabajadoras sexuales, sino que, por el contrario, han sido obligadas por criminales que viven de la explotación de sus cuerpos. En diversas zonas del país, es común encontrar a menores de edad e incluso a niñas siendo obligadas a prostituirse, ya sea porque han sido vendidas por sus familias, secuestradas o amenazadas con violencia. La trata de personas es un problema muy grave y no puede justificarse con base en el libre ejercicio de la sexualidad, puesto que si el consentimiento de las trabajadoras sexuales está condicionado entonces estamos hablando de delito.
En el pasado ha habido intentos por regularizar el trabajo sexual, incluso había un catálogo de prostitutas en tiempos de Juárez, pero a la fecha en nuestro país no contamos con ejemplos serios. Mientras que en ciertos países europeos existen espacios físicos destinados al trabajo sexual, hay una regulación legal de las y los trabajadores sexuales que implica el pago de impuestos y se les brinda acceso a servicios médicos y seguridad del Estado, entre otras medidas; en México la prostitución está lejos de contar con estatutos que permitan combatir la trata de personas y ejercer de manera segura y libre. Independientemente de que estemos de acuerdo o no con el trabajo sexual, debemos admitir que existe y buscar la manera de garantizar los derechos humanos de las y los trabajadores sexuales.
En cuanto al tema de la pornografía, la discusión es aguda y no parece tener soluciones a corto plazo. Es un hecho que la pornografía es un negocio millonario, pero también deben precisarse responsabilidades fiscales y los límites de distribución. Es deleznable que Twitter sea uno de los principales canales de difusión de pornografía, sabiendo que prácticamente cualquier persona, incluso menores de edad, pueden tener una cuenta en la red y acceder al perfil que desee sin ninguna clase de filtros. Las normas de seguridad de Twitter no solo son insuficientes, sino además contradictorias, pues prohíben ciertos tipos de lenguaje, pero no imágenes y videos explícitos.
La pornografía, al igual que la prostitución, se ha desarrollado gracias a la cosificación del cuerpo femenino, pues, nuevamente aclaremos que, independientemente de que existan otros tipos de contenido, la mayoría del que se produce y distribuye explota la sexualidad femenina y en muchos casos, promueve estándares físicos y emocionales bastante graves, por no decir, irreales. El problema está en el consumo, puesto que en la medida en que éste no cese el negocio perdurará. Entretanto, sí podemos buscar mecanismos legales para la protección de las personas que ejercen y consumen, con la finalidad de evitar abusos y cuestionándonos críticamente todas sus implicaciones.
Manchamanteles
Octubre es el mes de las brujas. Las brujas no son mujeres con poderes ficticios o narices puntiagudas que viajaban en escobas, deben ser revindicadas como ícono de revolución femenina. La mayoría de los estudios históricos apunta a que las mujeres juzgadas y quemadas en tiempos de la inquisición y acusadas de “brujería” eran poseedoras de saberes curativos, mujeres que se relacionaban con el entorno natural y conocían los remedios ancestrales, ejerciendo un poder contrapuesto al de la medicina culta que estaba reservada para los hombres. Con el tiempo, acusar a una mujer de “bruja” fue un mecanismo de control, venganza y ajuste de cuentas, de relegación y control tanto en las actividades cotidianas como en el libre ejercicio de la sexualidad. La Iglesia promovió la imagen de la “bruja” explotando su oposición a la de la “madre virgen”, imponiendo modelos de comportamiento social. Octubre conmemora a las mujeres inocentes que a lo largo de la historia fueron quemadas, asesinadas y torturadas en beneficio de grupos de poder.
Narciso el obsceno
Largas eran las horas para Narciso. Para ella fueron un par de minutos.