Por. Citlalli Berruecos
Desperté sintiendo el cuerpo roto, no sé si son los achaques de la edad o por haber dormido chueca, como dice mi madre. A mi lado, en el jenga de libros que tengo por leer, veo El Infinito en un Junco, que me espera pacientemente desde hace meses. Me enchufo a mi celular para escuchar Vivaldi. Empiezo a leer las maravillosas palabras de Irene Vallejo y cambio las notas a Rachmaninoff. De la nada, más bien, del todo, empiezan a caer lágrimas silenciosas, esas que se guardan mucho tiempo y que necesitan algo que las detone para limpiar el alma. La historia de los libros como una historia en sí misma y las notas de la segunda sinfonía sacudieron mis recuerdos de adolescencia, en la que no dejaba un libro sin leer y asistía a la Sala Nezahualcoyotl cada domingo como si fuera a misa.
Sé muy bien que los dos años de pandemia nos cambió la vida a todos, y hoy parece como si no quisiéramos recordarlos, como si nuestras vidas se saltaran los dos años aparentando una continuidad inexistente y que la realidad es diferente.
Esos tiempos en los que desinfectábamos las bolsas del súper entregado a domicilio y en el que, si acaso salíamos a la calle, llegábamos a bañarnos directamente antes de estar con nuestros familiares, desaparecen. En ese encierro que había que poner reglas de juego a todos, delimitar espacios, convivir y vivir 24 horas del día y sobrevivir, hubo pérdidas dolorosas, no sólo de amistades y familiares, sino propias, actividades, empleo y todo aquello que era cotidiano y que no lo reconocíamos como tal.
Me dicen que ahora debo reinventarme. Me pregunto cómo hacerlo, en especial cuando la edad empieza a ser un obstáculo mayor al de ser mujer, y donde mi profesión, la educación, carece de importancia y por lo tanto, no se invierte en ella. Aun así, se sigue en la búsqueda de ese trabajo que me permita hacer lo que me gusta.
Mi hijo me ha hecho ver que el aceptar el término de “reinventarse” es asumir que lo has hecho antes no tiene sentido ni valor y que debes cambiarlo. ¿Por qué no mejor utilizar el “reencontrarnos”?
Para reencontrarse debemos buscar en nuestra memoria añejada, esa que se esconde por los rincones como la muñeca fea, lo que alguna vez como niños, deseábamos y queríamos ser cuando fuéramos “grandes”. Creo que para mí ya no es opción ser cantante de una orquesta salsera ni bailarina profesional de contemporáneo o jazz. Mi deseo, aún vigente, era viajar por el mundo, cosa que es un poco complicada más no imposible hacer, aunque no se tengan los recursos. Recordé mi fascinación por los vitrales, en especial los de la Sainte Chapelle en París cuando a mis 15 años tuve el privilegio de ir con mi abuelo: me dijo que entrara con la vista hacia el suelo, me acomodó en un lugar estratégico, me pidió que cerrara los ojos y levantara la cabeza hasta darme la instrucción para abrirlos. Cuando lo hizo, viví la magia de la luz y sus colores, estremeciendo todo mi cuerpo. Si alguno de ustedes tiene la oportunidad de ir, no dejen de hacer lo mismo. Así es como he encontrado la posibilidad de aprender y convertirme, poco a poco, en una artesana que trabaja el vidrio.
El reencuentro debe ser una constante en nuestras vidas, no sólo para continuar dándole valor a lo que somos, sino para ponerle más sabor y pasión a lo que hacemos.
Desperté sintiéndome rota; las palabras y música empezaron a llenarme de nuevo con esas ganas de recuperar lo perdido; reencontrarme con lo que me apasionaba en mi juventud; abrir los ojos a lo que perdí y que aún puedo tener. ¿Ustedes? ¿Se han reencontrado?