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«SALA DE ESPERA» La primera piedra

Por. Gerardo Galarza

Cuando el que convoca no está libre de culpa es lógico que resultaría fácil tirar la primera piedra, si no ocurre es porque él es quien decide. Ese el es poder del dedazo, del corcholatazo, del presidencialismo mexicano: no hay otra encuesta ni otro elector que el presidente de la República y hay que quedar bien con él.

Hace exactamente cinco años, en agosto del 2017, se mostró públicamente el regreso del dedazo para la designación del candidato presidencial del partido en el poder:

El jueves 24 de agosto de ese año, el líder de los senadores del PRI, Emilio Gamboa, limitó a cinco los precandidatos presidenciales del PRI: José Antonio Meade, Aurelio Nuño, José Narro Robles, Enrique de la Madrid y Miguel Ángel Osorio. “Ahí está”, dijo, el nombre en el ánimo del entonces presidente Enrique Peña Nieto, el “despatador” de ese tiempo.

En esos días, el futurismo político, el tapadismo y el dedazo habían recuperado ya su salud a tal grado que los practicaba la entonces oposición con, por ejemplo, el destape de Claudia Sheinbaum como candidata (“coordinadora de organización”, se dijo para evitar sanciones legales) de Morena a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.

En ese caso, el dedazo también fue presidencial, del presidente del partido, aunque retorcido con un mal disfraz de una misteriosa encuesta.

Hoy, el presidente de la República, que sabe que el candidato del partido oficial será el que él decida, ha dicho que existen tres “corcholatas” -el término es de él- para el destape: Marcelo Ebrard, Adán López y Claudia Sheinbaum, en estricto orden alfabético.

El destapador, es decir el presidente de la República, -como en los mejores (peores) tiempos del priato- ha decretado que la corcholata ungida deberá cumplir con el siguiente decálogo: no robar; no mentir; no derrochar; no lujos en el gobierno; no intermediarios; no divorciarse del pueblo; nada de influyentismo; nada de nepotismo; sí a la democracia, y no a la fantochería.

Contra toda la legalidad electoral los tres están en campaña dentro y fuera de su partido en pro de la designación. Para su fortuna el respeto a la ley no está en ese decálogo, que para cualquier político mexicano, de cualquier partido, es imposible cumplir.

Es imposible para el propio presidente de la República. Las corcholatas lo saben y lo aprovecharán en su beneficio al tratar de granjearse su voluntad; saben que no necesitan ganar una encuesta; saben que el presidente de la República designará al candidato de Morena a sucederlo y mentirán, gastarán, derrocharán, contratarán intermediarios y lo que sea necesario.

Saben esencialmente que es un decálogo que el presidente de la República no ha cumplido ni cumplirá durante su gobierno, pero no lo dirán ni siquiera lo insinuarán so pena de caer de su gracia y por tanto se quedarían sin candidatura.

El presidente de la República supone y quiere -como lo supusieron y quisieron todos los presidentes de la República surgidos del PRI- que su sucesor sea el continuador de su gobierno, es decir, que él siga mandanado a través de quien formalmente ocupe la Presidencia de la República. Bardas propagandísticas de Sheibaum proclaman eso: para continuar con la transformación.

Pero, el absolutismo del presidencialismo mexicano siempre ha frenado esa pretensión; ha ocurrido históricamente y el ganador de la elección presidencial del 2024, del partido que sea, sabrá y asumirá que él es el Presidente de la República.

Entonces, gane quien gane, el 1 de diciembre de ese año no sólo será lanzada la primera piedra contra el ya expresidente, sino que seguramente iniciará un proceso de lapidación.

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