Por. Bárbara Lejtik
Dos tazas de café en mi interior y apenas empiezo a re calcular, no estoy muy segura del día, de la ubicación y mucho menos del propósito de mi vida.
En pijama-pants -ropa casual, llevo a la mayor de mi hijos a la universidad intentando aprovechar y convertir los minutos de traslado en cordial convivencia entre madre e hija, ahora colegas.
Ella me contaba que uno de los representantes del consejo estudiantil lanzó una invitación a un curso de autodefensa solo para mujeres, a lo que yo respondí que me parecía muy buena idea.
¡Pues no! Me corrigió.
¿Por qué mejor no diseñan e imparten cursos de educación y respeto hacia las mujeres?
¿Por qué nos tienen que enseñar a defendernos de ellos?
Es como reconocer que nunca van a cambiar y que nuestra única opción es aprender a golpearlos para que no nos agredan y después salir huyendo.
Entonces pensé en tantas soluciones que hemos buscado para protegernos como cebras acechadas por los leones:
El vagón rosa del Metro, el silbato, los botones de seguridad, la línea de auxilio, los espacios exclusivos para mujeres, o sea “libres de hombres”.
¿De verdad ésta es la única opción para frenar la violencia de género?
¿Atrincherarnos apanicadas protegiéndonos como podamos de la bestia asechadora?
¿Tenemos que renunciar a la esperanza de que algún día esos hombres violentadores aprendan en sus casas que las mujeres no estamos allí para ser el objeto de sus carnales instintos ni para ser el tiradero de sus odios y resentimientos?
Tal vez sería mucho más sencillo que tanto los padres como las madres criaran a sus hijos varones en un contexto de respeto para que no tengamos que vivir en este mundo como dos equipos rivales, como dos países en guerra divididos por un odio inteligible y ancestral.
Pasan los años, evolucionamos en todos los aspectos, cada vez estamos más y mejor informados, somos una sociedad globalizada que ha ido a base de consecuencias aprendiendo a respetar las diferencias raciales, las diferencias ideológicas y sociales.
Pero no podemos entender que el hombre por ser hombre no es un depredador y mucho menos las mujeres sus víctimas.
¿De verdad necesitamos esto? Me entristece muchísimo el hecho de pensar que ya algo así pueda volverse un artículo de moda y de verdadera necesidad, que veamos algo tan alarmante con normalidad y lo adornemos para que sea parte de nuestra vida diaria y no agreda la sensibilidad de nadie.
¿Deberíamos cargar un kit de primeros auxilios por si no pudimos defendernos eficientemente?
Ni en un envase tierno ni en uno de tipo militar, las mujeres no tendríamos que recurrir a cargar en nuestros bolsos armas de ningún tipo por si somos agredidas en la calle, no por si queremos asaltar un banco, no por si hicimos algo malo y tenemos miedo, simplemente por si algún tipo nos ve pasar y en ese momento decide que puede abusar de nosotras.
La solución no está en profundizar en los castigos, está solamente en la educación que recibimos principalmente en nuestras casas, después en las escuelas.
Está en no escuchar con normalidad chistes misóginos de nuestros mayores, en no ver programas, películas, ilustraciones o videojuegos en los que las mujeres son objetivizadas, en no reprender a las mujeres y decirles que por su forma de vestir, comportarse o simplemente existir están provocando un ataque sexual.
La solución está en nosotros y está en palabras y ejemplos, no en navajas y métodos de autodefensa.
Con una pancarta y el apoyo de sus compañeras va mi hija a confrontar la iniciativa, exigiendo conciencia, en vez de seguir comportándonos como seres irracionales, como robots programados para agredir.
Es responsabilidad si de las autoridades, de los padres y de nosotras mismas insistir en el tema.
Más conciencia y menos violencia y el día que aprendamos a convivir sin miedo, éste sin duda será un lugar digno para todos y todas.