Por. Saraí Aguilar
“¿Usted confía en mi?” Y ante la respuesta negativa de la madre de una desaparecida, el secretario de Gobernación se insufló de orgullo y desdén para responder: “pues yo tampoco en usted”.
Ese fragmento, que parece tomado de una dramatización o noticia falsa, para nuestra desgracia sucedió en el contexto de una protesta. Un grupo de madres y familiares de desaparecidos llevaban días manifestándose frente a la Secretaría de Gobernación por los obstáculos que diario enfrentan para conseguir una reunión con las autoridades que no llega.
Y si bien para muchos la nota es un traspiés que bien le podría costar popularidad en su carrera por la candidatura presidencial, la verdadera tragedia es otra.
A mayo del presente año las desapariciones alcanzaron el número de 100 mil personas en México. Cifra que queda muy por debajo de la realidad, pues muchas no son siquiera denunciadas. En ese momento, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, el Comité contra la Desaparición Forzada y el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias expresaron una gran preocupación por tan “desgarradora tragedia” y llamaron a las autoridades a esforzarse más para poner fin a estos atropellos, que siguen ocurriendo.
Pues como si el número no fuese trágico en sí, lo es aun más la impunidad. Son nulas las desapariciones forzadas que acaban con un perpetrador pagando conforme la ley por ella. Asimismo, Bachelet señaló que en su visita a México en 2019 observó “la valentía de las familias de las víctimas, quienes han sido actores clave para organizar y proponer soluciones, y lograr avances legales e institucionales encaminados a que se reconozca la magnitud de la problemática” en el país.
Pero al parecer el secretario parece no compartir ni la preocupación de la ONU ni el sentir de la Alta Comisionada. Las familias de las víctimas, que son ellas mismas víctimas de la tragedia, también parecen serle molestas. Son la memoria presente de aquellas que desaparecieron, y que ahora las autoridades insisten en desaparecer por segunda ocasión de la memoria colectiva, pues es el recuerdo del horror que vivimos en un país sin ley. Un país que se convierte palmo a palmo en una tumba colectiva. Donde mujeres valientes –de esas en las que no confía el aspirante a candidato presidencial– como Ceci Flores, de Madres Buscadoras, excavan día a día sin cansarse, tratando de hallar un resto de esos seres amados que les fueron arrebatados.
¿En qué no confía, secretario Adán Augusto? Tal vez le da desconfianza que ellas logren evidenciar la falta de interés de las autoridades por dar con los responsables. O tal vez que en el rastro por dar con sus desaparecidos quede en evidencia la complicidad de autoridades estatales o federales. O algo más simple, pero igual de egoísta: que su presencia dañe sus aspiraciones presidenciales.
Lo único que queremos es que la dignidad y no las desapariciones sea la que se haga costumbre.