A mi padre, Don Santiago Luna
Adriana Luna
Durante casi tres años, el COVID-19 había respetado a la familia, rondaba furioso por los alrededores del vecindario, aguardaba el momento propicio para ingresar a casa. Pudimos defendernos por buen tiempo, hasta que hace dos meses inesperadamente entró y no se conformó con pasar a la sala o el comedor, se adentró hasta lo más profundo del pecho de nuestro patriarca. Hizo que pensáramos que se había ido, cuando en realidad no era así; sus secuelas consumieron esos órganos esponjosos que procesan el oxígeno en el cuerpo de ese antaño hombre fuerte y lleno de vida. Después de varios meses de la supuesta recuperación, una neumonía mostró los estragos causados por el indolente visitante.
Ese hombre sólo había visitado el hospital en una ocasión, cuando en una jornada laboral recibió una descarga eléctrica. En aquel entonces pudo salir victorioso. Sin embargo, ahora el escenario es diferente, él cuenta con más edad y como es común entre los mexicanos, algunos otros padecimientos. Todo esto sucede en medio de una pandemia, y es evidente porque en el hospital, el virus también se hace presente. Se multiplican los enfermos en áreas que no tenían que ver con problemas respiratorios, varios pacientes y personal médico resultan positivos al virus. Sí se trata de una nueva ola de contagios. En tan sólo unos días pasaron de 600 a más de 1,400 casos positivos de COVID-19 cada 24 horas en Jalisco.
La merma de fortaleza no es solamente de los cuerpos humanos, también de las instituciones, el Seguro Social -una noble institución, que toman como ejemplo otros países americanos-, también muestra sus debilidades, el personal médico es abundante pero escasean los insumos para tratar una interminable lista de enfermedades que aquejan a los mexicanos.
Además, ante tanto dolor y muerte, algunos servidores públicos se han contagiado de la indiferencia, lo que tiene mayor letalidad. Es indispensable brindar resucitación a estos organismos que velan por la salud de los trabajadores y ojalá no nos toque en la guardia del fin de semana. ¡Todos estamos matando al IMSS! ¿Cómo? Muchos patrones con prácticas engañosas reportan sueldos mochos, mientras ofrecen al empleado bonificaciones. Los gobernantes en el discurso señalan la importancia de la salud, pero en la práctica regatean recursos, no transparentan el manejo y destino de los dineros.
Mientras que los profesionales de la medicina olvidan el voto emitido para velar a toda costa por la vida del paciente. Llega a tal grado la insensibilidad que moribundos y sus familiares sufren comentarios burlescos y hasta son regañados minutos antes de que la muerte aparezca. Cuando la empatía en esos momentos de enfermedad y dolor, deberían preponderar siempre. El tono de voz y el interés de una enfermera, un camillero o un médico debería ser un bálsamo para todos en esos momentos, aunque solo se trate de acompañar al enfermo a la muerte, pero de forma digna.
Los familiares de los enfermos olvidan detalles indispensables y tan simples como dejar limpio el sanitario para la otra persona que llega. Ver este escenario lastima tanto o más que el virus. México despierta y salva tus instituciones de salud. ¿No hemos aprendido con la pandemia? ¿Cuántos muertos se necesitan para sensibilizarnos?
En medio de carencias de insumos, también hay algunos profesionales que dejan el alma en cada turno y con su sensibilidad cubren la necesidad emocional de enfermos y sus familiares durante la adversidad.
En esas camas de hospital vemos a hombres y mujeres de distintas edades, luchando por vivir. Se nos van los integrantes de esa generación que nos mostró la tenacidad para enfrentar las adversidades. Esos hombres y mujeres que estaban acostumbrados al trabajo, que respetaban a sus padres sin importar sus errores de vida.
Un beso en la mano era muestra de la admiración, la honra y el respeto tan sólo por haberles privilegiado con la vida.Ellos siguen dando férrea batalla a la vida, se niegan rotundamente a darse por vencidos. Esos viejos que nos enseñaron el valor del trabajo, del esfuerzo, de nunca abandonar los sueños, hoy se nos están yendo mientras nosotros miramos perplejos, preguntándonos si aprendimos, si tuvimos las agallas y la inteligencia para inculcar a nuestros hijos el buen camino.