Por. Saraí Aguilar
El caso de la cantante mexicana Yrma Lydya, quien fuese pareja del abogado Jesús “N”, es una historia más de violencia doméstica en la que ella terminó asesinada a manos de él a tiros en un restaurante. Y con una diferencia de edades que de no haber terminado en feminicidio no llamaría tanto la atención, en una sociedad que cada vez populariza más como algo deseables relaciones dispares basadas en el interés mutuo, comúnmente llamados estos hombres sugar daddies.
Abundan los relatos cruzados de violencia doméstica y de testigos que aseguran que el abogado no apoyaba a la cantante en su carrera. Y, por otro lado, hay versiones como la de El País que reseñó: “Hace unas semanas, el feminicida y su esposa tuvieron una comida en su casa del Pedregal. Allí estaban compositores y relaciones públicas, todos ellos trataban de relanzar la carrera de la cantante, para lo que su marido dijo no tener límite: lo que fuera necesario.” Distintas versiones fortalecieron la narrativa de una supuesta relación de conveniencia por parte de ella que “simplemente acabó mal”, pues finalmente se lo merecía “por interesada”. Lo cual terminó por enturbiar el fondo de la discusión que debió ser siempre la violencia en relaciones asimétricas, no solo por edades sino por poder.
Al margen de cualquier especulación, pues el objetivo no es dilucidar si hubo o no un interés ajeno al romántico en la relación entre ambas partes, este caso pone en evidencia el doble discurso y la revictimización de las mujeres que sostienen relaciones con hombres mayores y perciben algún beneficio de ellos.
Es un lugar común desde siempre que cuando se ve a una mujer joven con un hombre de edad avanzada se diga “es tan joven como su cartera” y se le tache de “interesada” y otras etiquetas peyorativas. No obstante, rara vez se analiza el perjuicio que dichas relaciones desiguales pueden representar para una joven. Si algo le ocurre a la mujer, esto suele legitimarse bajo el argumento de que “eso le pasa por buscar dinero”, sin detenerse ni un minuto a pensar que la violencia, en primer lugar, no se justifica. Y en segundo, que nadie considera como señal de alerta el tipo de relaciones donde una de las partes queda en clara desventaja por edad y poder. Por lo visto nadie se detiene a señalar los patrones de violencia perpetrados y perpetuados en una sociedad patriarcal que señala y culpa a la mujer, aun cuando el asesino sea el hombre.
“Sugar daddy” “sugar babies” son las palabras con el que se han bautizado las relaciones donde el intercambio afectivo va regulado por recompensas monetarias o manutenciones. Relaciones que tienen todo menos el ser dulces, o de azúcar pues el amor no es el centro. Lo que se busca resaltar es cómo se han romantizado y popularizado como “no dañinas” estas relaciones hoy en día entre las mujeres más jóvenes. Con el alegato de que son relaciones consensuadas entre personas mayores de edad, se trivializan los efectos psicológicos dañinos y la vulnerabilidad de una de las partes al estar en desventaja por madurez emocional y poderío económico.
Confiemos con que el feminicida no escape de la justicia y que no se siga revictimizando a Yrma Lydia. Que se entienda que nuestras vidas no son propiedad de ningún hombre, y que lo único que se debe juzgar aquí es el delito cometido.