Por. Raúl Rodríguez
Si eres mujer y de nacionalidad mexicana, es muy probable que sufras agresiones de diversa índole en el futuro. No descartes toparte con algún macho que se sienta con el derecho de llenarte de balazos en el Suntory.
El dato es de esta semana: las desapariciones de mujeres en la CDMX crecieron 900%, siete de cada diez reclusas han sufrido violencia. Novias mutiladas, esposas estranguladas, jóvenes forzadas a la prostitución. La procuradora de la CDMX anuncia que no se tolerará impunidad a las agresiones contra las mujeres, luego de que la sociedad quedó horrorizada por el asesinato de la joven Yrma Lydya.
Lo que me parece inadimisible -y es el motivo de esta colaboración editorial- es que amparadas en ese entorno, haya mujeres que se sientan, a su vez, con el derecho de ir por la vida agrediendo a los hombres con impunidad, amparadas en su condición femenina.
Una impunidad que comenzó a sufrir un serio revés con el caso Johnny Depp-Amber Heard, donde llegó a su fin la lógica “políticamente correcta” de que siempre la mujer es la víctima y el hombre, villano.
Ese caso visibilizó el abuso de mujeres que pueden destruir la honra de un individuo, con simplemente asegurar que fue acosada por aquél y en donde la sentencia pública venía siendo unánime en contra del sexo masculino, sin mediar pruebas o procesos.
El domingo 26 de junio salí en reversa del estacionamiento de una cafetería en la CDMX, y para hacerlo los autos deben atravesar la ciclovía. No es una opción hacerlo: para salir del establecimiento tienes que pasar por ahí. Me encontraba maniobrando, cuando de pronto pasa una joven ciclista, se frena a la altura de mi puerta, me escupe a la cara, recarga su bici para rallar mi carrocería y me dirige toda clase de epítetos, de imbécil para arriba.
Desde el arroyo vehicular la alcancé, yendo ella por la ciclopista, y le exigí a lo largo de dos semáforos, que me pagara la ralladura, a lo que sólo respondía con risa burlona, insultos y señas. A la siguiente bocacalle decidí rebasarla y pararme delante, para bajar del auto, y obligarla a detenerse, para pedir la intervención de una patrulla. Optó por dar la vuelta a la derecha.
La seguí por esa nueva ruta. Al final, una cuadra después, decidió regresar y confrontarme. Me gritaba que la respetara por ser mujer y ser ciclista.
En ese momento aparecieron dos transeúntes ofendidos de que un sujeto (yo) estuviera persiguiendo y acosando a una indefensa ciclista. Luego se empezaron a detener otros curiosos.
Opté por retirarme ante la imposibilidad de hacerles ver a los ahí reunidos todo el contexto y motivo del incidente. Me llovieron adjetivos de todo tipo: culero, ojete, cobarde, macho, maricón. Vagamente me llegó el recuerdo de los linchamientos recientes en la provincia mexicana. Al final me retiré con el orgullo herido y mi auto rallado.
Yo he sido ciclista y he padecido la inconsciencia de los automovilistas pero esto fue distinto. Me pregunto si, aun incluso cuando alguien comete una falta administrativa (que no fue el caso pero suponiéndolo), se vale que una persona, amparada en su condición de ciclista y de mujer, te escupa, te dañe tu automóvil y se sienta agraviada después por exigirle el pago de daños.
Dejo esta reflexión aquí en este portal de Mujeresmas.Mx porque comparto la agenda feminista, aquí en este mismo espacio he externado mi apoyo a sus causas. Me parece indignante que se violente a las mujeres y que haya impunidad. Pero igualmente inadmisibles son conductas de mujeres que creen que tienen derecho cultural o que está de moda ir agrediendo a quienes se les cruzan por el camino, por el solo hecho de ser mujer.
La igualdad de género implica eso: igualdad de aquí pa’llá pero también de allá pa’cá.
Te invito a que nunca te calles ante una injusticia y que obliguemos a las autoridades a que hagan su trabajo, cuando se requiere.
Raúl Rodríguez Rodríguez.
Escritor. @soyraulrr