Por. Marissa Rivera
Julio César Chávez debe estar carcajeándose que después de los resultados de las elecciones del domingo, los políticos hayan acuñado su frase “hay tiro, carlitos, hay tiro”, hacia el 2024.
Él la usa cuando dos boxeadores se están dando con todo y nadie cede.
Y en las pasadas elecciones no se dieron con todo. Ni siquiera en el debate. Bueno, salvo en las acusaciones, agresiones y guerra sucia.
Los de la Alianza va por México creen que hay tiro para el 2024, los de Morena se burlan.
Y con justa razón, ellos tienen desde ahora cuatro candidatos, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto y aunque no (lo) quieran, Ricardo Monreal. Todos, menos la jefa de gobierno, con ADN priista.
En cambio, la oposición hoy no tiene, ya no digamos un candidato o dos, ni siquiera tiene una narrativa convincente que una a las diversas fuerzas políticas.
Después de las derrotas, aparecieron quienes exigieron tanto en el PAN como en el PRI, revalorar la alianza.
Así, no hay manera de mostrarse como un bloque sólido.
A la oposición le urge encontrar una figura confiable, atractiva, honesta, con oficio y cercana a la gente.
El reto es mayúsculo, cuando, quien está en el poder cuenta con una inusual y compleja aceptación en las encuestas nacionales.
A pesar de ser incompetente ante la inseguridad, sumiso frente el crimen organizado, verdugo de la autoridad electoral, descarado en la compra de votantes (a través de programas), endeble en las finanzas internas, omiso en la corrupción (incluso de sus familiares), y de ser el maestro de la polarización, por mencionar solo algunos detalles.
Si, a pesar de ese breve recuento, tiene números positivos de aprobación.
La oposición lejos de buscar rounds de sombra, debe trabajar en un perfil atractivo, porque no se ve uno solo en el horizonte. Y los dos que más se están moviendo en este momento están descalificados.
Ni el dirigente nacional del PRI ni el dirigente nacional del PAN podrían provocar esa unidad que requiere la oposición para dar la batalla.
No vayan a salir como diría el cronista deportivo, Enrique “Perro” Bermúdez, con un tirititito.
En los resultados recientes, obviamente, cada quien cacareó el ángulo que le convino. “Yo gané más”, “no ganaste las seis”, “te gané dos”, “yo gané votos”. Maniqueo puro.
El que presumió seis y ganó cuatro, perdió. El que ganó dos y perdió cuatro, perdió. El que perdió en todas, pero presumió que creció en votos, es evidente, perdió.
Esta fue la antepenúltima llamada al 2024. O se sacuden el confeti y se ponen a trabajar o comenzamos la crónica de un triunfo morenista, que dejará al interior, sangre, división y muchos damnificados.
Tanto el Estado de México como Coahuila, en el 2023, son los últimos obstáculos de Morena para llegar al 2024 gobernando 24 de las 32 entidades (incluyendo San Luis Potosí y Morelos, aliados de Morena).
Las entregarán como se han entregado algunas o ¿ahí si habrá tiro?