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«TENGO ALGO QUE DECIRTE» Graduaciones

Por. Citlalli Berruecos

“Papá. Mamá. Les cuento que la universidad envió mensaje de que sólo darán dos boletos para la graduación, pero el llamó y le dijeron que le dan un tercer boleto.”

“¡Ay mijita! ¡Qué bueno que lo pidió porque así podrás ir también!”: contestó mi padre con esa risita que sólo él tiene. 

Así fue cómo hace unas semanas tuve la fortuna de asistir a la graduación universitaria de mi hijo.

Hasta ahora, he tenido tres graduaciones en mi vida. La primera, la de sexto de primaria en la que las familias asistimos a un desayuno después de una ceremonia larga donde tuvimos que cantar “You´ve got a friend” de Carole King (Toy story aun no estaba ni pensada) y la representante de la Secretaría de Educación Pública nos “exhortó” muchas veces a ser buenas personas, continuar estudiando en fin, nos exhortó a todo; palabra que no sabíamos que existía y que la repitió tantas veces que seguramente nos quedó marcadas como una letra escarlata a toda mi generación.

La segunda fue la de preparatoria en la que con toga y birrete paseamos por un camino largo hasta un estrado donde debíamos sentarnos a escuchar discursos aburridos y esperar nuestro turno para pasar por el diploma y saludar a quien nos lo entregaba, tuvimos varios ensayos previos para entender el procedimiento correcto y no equivocarse de mano. No recuerdo más porque lo que nos importaba era estar con los amigos a los que sabíamos sería difícil volver a ver (no existía internet) y la alegría de tener un brindis, cena baile y desayuno, lo cual permitía que por primera vez tuviera prácticamente 24 horas de fiesta y pudiera llegar a dormir a casa después de las siete de la mañana. 

En la universidad pública una se titula y en mi caso fue después de un examen escrito y semanas después, de uno oral ante tres jurados. Fue un proceso individual y no de grupo. De hecho, no conozco a personas de mi generación, sólo tengo pocos y grandes amigos que estudiaban un año antes que yo en mi primer intento de carrera. 

Mi tercera graduación fue la de la maestría en Canadá. Como estudié a distancia pude conocer mi universidad ese día y estar con mis hijos y mis padres en una ceremonia para graduados de todo el posgrado. Son más los recuerdos que tengo del viaje. El único que tengo presente de la ceremonia es la voz que agradecía a mis hijos ser mi inspiración al pasar por mi diploma, un reconocimiento de ser madre, educadora, ama de casa, trabajadora y estudiante a la vez.

Lo que sentí en mis graduaciones no tuvieron nada que ver con lo que fue asistir a la de mi hijo. Sabía que a él le incomodaba el hecho de ir a un gran espectáculo a recoger un papel que no era su título universitario. Y así fue, una ceremonia con graduados de todas las carreras, cinco discursos en los que repiten lo mismo para después ir a otro lugar destinado a la entrega de diplomas de su carrera y escuchar otros cuatro discursos más. Entendido así, uno se cuestiona la pérdida de tiempo. Pero, agradezco a una maestra del panel quien pidió a los alumnos levantarse de sus sillas, darse la vuelta y aplaudir a sus padres por el logro común; sólo por la mirada cariñosa, amorosa y agradecida de mi hijo hacia nosotros, valió la pena todo. Sólo ese momento despertó en mi lo que llevaba en mi cabeza desde hace días y me hacía llorar al sentir que el cerraba un ciclo importante de su vida. 

Ese momento fue recordar muchos años en pocos minutos; cuando lo lleve al kínder por primera vez, sus partidos de futbol, sus proyectos, tareas, obras de teatro, problemas y soluciones, fiestas, graduación de preparatoria, en fin, todo ese largo proceso educativo de 20 años de su vida acompañado de lo más importante, lo vivido en casa. Es claro que nadie nos enseña cómo ser madres. No sé ustedes, pero yo, mantengo siempre la duda si estoy educando correctamente a mis hijos y si serán personas de bien. Otorgarles las bases, habilidades y herramientas para sus estudios, así como formarse bajo un código de respeto, honestidad, amor, lealtad es lo que finalmente me cayó como cubetada de agua fría en el alma; desperté y entendí que su graduación también, de alguna manera, era la mía, mi graduación maternal. Lo que más emociona es saber que se le otorga la libertad de hacer lo que el quiera y que podrá hacerlo solo, podrá emprender sus proyectos de vida de manera independiente. Mis hijos saben bien que su madre, siempre estará presente para ayudarles en su camino. De ahí que asistir a esa ceremonia en la que le dieron un papel, resultó ser más importante en mi vida de lo que creí podría ser. Aun me faltan más graduaciones maternales en mi vida. Por ahora, empiezo a disfrutar esta última; me emociona estar atenta a un futuro que se acerca y que seguramente estará lleno de maravillosas sorpresas. 

 

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