Por. Gerardo Galarza
El presidente de la República, su gobierno y su partido jugaron a ganar-ganar en la revocación de mandato y lo consiguieron abrumadoramente: como en los mejores tiempos del priato el 90% de los participantes votaron en favor del único postulado.
Pero esta vez, el presidente de la República compitió contra sí mismo y perdió. El ejercicio egocéntrico resultó nulo, legal, legítimo y constitucionalmente: apenas acudió a las urnas el 18% del listado nominal de electores, menos de la mitad del 40% que establece la Constitución.
Visto de otra manera: el 82 por ciento de los ciudadanos mexicanos desairó la consulta impulsada, ilegalmente, por el gobierno y el partido del presidente, desde que se inició el proceso, pese a la prohibición constitucional expresa: quisieron convertirlo en un proceso de ratificación de mandato, que en México no existe.
De acuerdo con lo que se sabía y con las encuestas y proyecciones, se apostó a que el presidente no iba a perder en la consulta de la revocación de mandato, y que el real reto era conseguir al menos unos 37 millones de votos para que el ejercicio constitucional tuviese un efecto real: los ciudadanos no removieron al presidente, lo que iba a ser traducido desde el poder como: cuenta con el apoyo de la mayoría para extender su periodo. En el peor de los casos se diría, como ya se dice, que la mayoría de los votantes optaron por la continuación del mandato presidencial en un ejercicio que se pretende “histórico”.
Desde el poder apostaron a que, al no perder, el triunfo estaba garantizado, sobre todo la victoria mediática, política.
Se encomendaron a la presunta popularidad del presidente y también a la polarización social que él mismo provoca todos los días desde el púlpito de Palacio Nacional. Pero, nunca pensaron en un abstencionismo tan alto: ocho de cada diez probables votantes no acudieron a las casillas.
Y entonces el presidente le ganó la consulta a él mismo: el presidente obtuvo en su favor el 90% (unos 15 millones) de los aproximadamente 16.7 millones de votantes, y el mismo presidente fue desairado por el 82% (unos 76 millones) de los ciudadanos llamados a participar.
Así la primera (y ojalá única) consulta para la revocación del mandato resultó ser un despilfarro de dinero público (mil 692 millones de pesos) para nada y también un derroche del capital político del presidente de la república.
Así sin haber hecho esfuerzo ni mérito alguno, a la oposición los electores le han puesto enfrente un banquete político-electoral, que tampoco será automático. Hoy mismo, esa oposición tendrá una nueva prueba: rechazar la contrarreforma eléctrica promovida por el actual gobierno. Un nuevo futuro podría comenzar a definirse.
Y también a la de ya: iniciar una real defensa del Instituto Nacional Electoral (INE) (que, por cierto, asediado y atacado por el oficialismo tuvo una actuación impecable en la consulta por la revocación del mandato), al que se pretende quitarle su autonomía y regresarlo al control gubernamental, a través de una nueva reforma electoral que, dicho por el presidente, pretenderá que los consejeros de ese organismo hoy autónomo y los magistrados del Tribunal Electoral de Poder Judicial Federal (TEPJF) sean… electos popularmente. Sus candidaturas serían propuestas… por el gobierno.
Son horas de definiciones y de acciones. La derrota que el presidente le propino al presidente abrió esa puerta.