Por. Ivonne Melgar
Fotografía Cámara Violeta
Itzel Arcos, escritora, feminista, standupera, impulsora del teatro testimonial, tallerista incansable, acompañó a decenas de mujeres durante la pandemia a que construyeran su monólogo de vida.
En diciembre conversé con ella sobre esta estremecedora experiencia que personalmente entendí como la obligación ética de reconocernos desde nuestra vulnerabilidad individual y colectiva.
Los testimonios de las mujeres, me contó, están marcados por la impunidad. Un apunte tan poderoso como revelador.
La prisa reporteril, la vertiginosidad de este oficio con su virulencia temática y acaso mi propia resistencia a profundizar en este desafío inescapable, hicieron que pospusiera tantos meses este texto destinado a compartir unas reflexiones que, sin embargo, son más vigentes que nunca.
Para diciembre anterior, Itzel Arcos, a quien también llamamos Itzeguanita Pitumayo (1988), había concluido diversas presentaciones en vivo, las primeras presenciales, de sus talleristas.
Le pregunté cómo había sido la experiencia de retomar el trabajo de los monólogos en el Standup FeministaMx y de la construcción de los mismos con mujeres en pandemia.
“Algo que pasó mucho en la pandemia, para toda la gente, fue pues que tuvieron que encontrarse consigo mismos, consigo mismas, a fuerzas. Justamente estos dos años de pandemia han provocado que la gente cambie de vida, de visión, de rumbo.
“A mucha gente le pasó: se comenzaba a deprimir, a sentir un sin sentido (…) Muchas me decían que no se podían parar, pero lo hacían para el taller (…) Eso me parecía duro y chido al mismo tiempo, porque cuando estás tumbada, pasan muchas cosas que a lo mejor no estás entendiendo. Y ese momento del movimiento interno servía mucho para que escribieran bien, tuvieran ganas de escribir.
“A mí no me importa mucho la forma, no me importa darles herramientas de qué es una metáfora. Creo que la escritura intimista tiene que ver con que tengas claro qué es lo que sentipiensas (…) La redacción tiene que ver con el orden de la cabeza. Ese es el método que a mí me interesa impulsar: cómo excavar y luego ordenar sentipensares, y que eso se impulse en la escritura”.
Cuenta Itzel Arcos que fue frondoso el árbol de la escritura con las cuatro generaciones pandémicas, en talleres de tres meses cada uno.
Tuve el privilegio de ver, disfrutar, padecer y llorar las piezas de las talleristas con temas diversos: desde desmontar la expectativa del amor romántico, el reconocimiento de condiciones de salud, de lo que significa contender con una enfermedad, las improntas del origen, de ser la hija de quien limpia las casas, monólogos poderosos que hilvanaban valentía, reconocimiento, resiliencia y voluntad de construir historias versus destinos.
Sabedora de que Itzel tiene varios años haciendo este trabajo, le pregunté si había atestiguado nuevas formas de mostrar el enojo y de experimentar la autoconsciencia.
“Alguien me preguntaba, ¿siempre salen así de azotados los monólogos, así de intensos? Pues sí, porque la vida de la mujer así es: una suma de abusos, desde que nacemos nos despojan de nuestros cuerpos: el proceso para ganarte tu cuerpo es de toda la vida, es un constante estar apropiándolo y quitándose a los demás de cosas tan simples como que te ponen los aretes a fuerzas, hasta que te digan un piropo en la calle o no te dejen abortar.
“Obviamente, las historias de las mujeres siempre van a tener partes que son muy tristes. Y, sobre todo, más allá de tristes o enojadas, impunes. Hay muchísima impunidad en la vida de las mujeres, en la manera que nos posicionamos en el mundo y el lugar que tomamos”.
Y es esa impunidad la que las mujeres deciden contar en sus monólogos: una impunidad frente a la cual algunas están enojadas, frustradas, rendidas, nos cuenta Itzel, quien habla de la importancia de tomar en nuestras manos nuestra propia historia, al pronunciarla y escribirlas.
Así que cuando las mujeres asumen sus historias, hay “un breve pasito a quitarse un poco de impunidad”.
Conocí el trabajo de Itzel Arcos hace seis años. No habíamos vivido ni el Me Too, ni la paridad en todo, ni la diamantina rosa ni el 8M, ni la consigna de “el violador eres tú…” ni la pandemia. Le preguntó entonces cómo han impactado estas manifestaciones de feminismo masificado en su trabajo.
“Algo que ha cambiado es que, al menos desde el 2016, que justamente fue un año muy importante, porque fue el de la marcha del 24 de abril del 2016, que fue como la primera, la de la primavera violeta, comenzó como una ola y hay más espacios para la denuncia, en los muros, en los túneles: en las ciudades se ha escriturado lo que sienten las mujeres y eso hace 5 años no pasaba.
“Ha habido un ganar espacios en términos territoriales, pero como yo trabajo con grupos, con personas, siento que ahí no, porque ese crecimiento no es lineal”.
Le pido a Itzel una reflexión sobre este oficio de visibilizar heridas, violencias, impunidad.
“Se está agrietando el sistema y creo que la vulnerabilidad es el futuro, como postura política también”.
Le solicito que abunde sobre esa idea.
“Se habla de la violencia, desde justamente como desde ese asunto de la paridad y de las cuotas. Se veía incluso institucionalmente, con programas contra violencia intrafamiliar, como una cosa objetual, ¿no? Y como que de pronto la banda llegaba y decía ¡ay!, aquí hay mujeres golpeadas y aquí hay mujeres normales. Cuando en realidad todas viven, todas vivimos violencia todo el tiempo y de despojos.
“Eso lo permitieron movimientos testimoniales como el Me Too, como Mi Primer Acoso, porque era una forma de decir, esto que está pasando tiene incidencia en las políticas públicas, en la manera que tú te ves en el mundo y las violencias están ahí en tu cuerpo, en eso que no te das cuenta: en cómo vas al baño, en cómo comes, y vas viendo el tejido fino de la violencia. Es como cuando los papás que te dicen no te pongas tatuajes mientras estés en mi casa. Me parece eso muy tremendo, porque cuando una persona te dice eso, te está diciendo, tu cuerpo es propiedad mía. Eres mi propiedad privada, y esa es la misma dimensión que lleva a un feminicidio. Porque tu cuerpo no es tuyo.
“Por eso para mí es tan importante la escritura en la vulnerabilidad, en la fragilidad, o sea, hablar de la fragilidad como un método de escritura y de pensamiento, porque pues así es como se van tejiendo los hilados finos de los mecanismos que nos conforman”.
Le planteo entonces que su señalamiento es lo contrario al mandato que las mujeres recibimos ahora: sé fuerte, chingona, resiliente, no te dobles.
Itzel me responde con un ejemplo que ella califica de tema tabú para el feminismo: la violencia de las madres, porque nadie quiere hablar de ello, de esos colapsos de las mujeres en medio de la crianza.
Cuenta que en sus talleres ha tenido la experiencia de alumnas que se asuman como violentas con los hijos y abordan el conflicto. “Ese tipo de cosas vulneran mucho. La gente piensa que la vulnerabilidad tiene que ver con la debilidad. Y reconocerla sin embargo es la posibilidad de abrirte”.
Por eso, como creadora, artista, feminista, Itzel Arcos sostiene que se necesitan más espacios seguros para afrontar la vulnerabilidad desde la intimidad.
“Hacen falta muchos espacios que no sean para objetualizar a las personas, ni tratarlas como objetos de estudio, ni como cuotas, ni como números de programas sociales, sino como lo que son: devolverles su estadía de sujetas. Eso es lo que yo hago y es uno de los valores de mi trabajo: generar espacios seguros de intimidad, de vulnerabilidad donde realmente pueda existir la escucha profunda, o sea, silencia y escucha, el acercamiento.
“Hablar de la vulnerabilidad será el futuro en todos los términos. También políticos, también económicos, como es el caso de los cuidados que toda la vida había sido y sigue siendo un tema femenino. Son los temas que vienen: vulnerabilidad, cuidados, acompañamiento. Tenemos que aprender a generar sistemas de acompañamiento en una sociedad que evidentemente está muy fragmentada, y en un momento en que después de la pandemia, evidentemente, nada va a ser igual”.