Por. Patricia Betaza
Recuerdo hace unos 15 años cuando una amiga me decía con sonrisa pícara: “Patricia, no seas tan anticuada, ábrete a la posibilidad de encontrar una pareja interesante en Face”. Tiempo después me dijo “mira hay ya hasta una aplicación en la que te puedes encontrar a alguien hasta en el mismo restaurante o lugar donde estés, es rapidísimo y es lo de hoy”. Sólo recuerdo que le pregunté ¿no te da miedo acercarte a un perfecto desconocido? Soltó una carcajada y me dijo: de verdad que si estás en la prehistoria, eso es lo de hoy”. Así supe que existía el Tinder y a pesar de todas las bondades de las que me hablaban, me aterrorizaba pensar en entablar citas -ahora se que se llama match- con alguien del que no tienes idea de quién es realmente. Pero bueno, pensé que mi reticencia era producto de la edad, porque reconozco la ansiedad que me provoca lidiar con la tecnología. El caso es que tiempo después mi querida amiga me habló llorando porque una pareja con “la que había hecho match o click” y con la que llevaba tiempo, le pidió prestado y no la volvió a ver, incluso la había bloqueado. Al tiempo escuchaba historias de gente que hasta pareja formal había encontrado en las maravillosas plataformas digitales. Los claroscuros, me dije. Hasta que vi el documental El estafador de Tinder. La historia es muy sencilla, es la de un hombre joven, guapo y “multimillonario” que durante un buen tiempo realizó estafas -esas sí multimillonarias- a decenas de mujeres en todo el mundo. ¿Cuál era su gancho de atracción además de la guapura? Los litros de champaña, los viajes por todo el mundo, ya sabe usted, París, Italia, Dubái, Londres… Y la vestimenta de Gucci, Dolce and Gabbana, Versace, Louis Vuitton… Así caían una a una… No, no eran mujeres millonarias, sino mujeres que por amor pidieron préstamos y préstamos, y terminaron en la bancarrota. Algunas de esas mujeres fueron las que se atrevieron -orilladas por la necesidad de pagar sus cuentas- a hablar y contar sus historias a periodistas noruegos y de ahí a hacer que los oídos y los ojos se voltearan a ellas, además de poder recolectar dinero y pagar sus deudas. ¿Cómo le hizo Simon Leviev o Shimon Hayut o… porque usó varios nombres, para estafar a decenas de mujeres? ¿Qué personas lo ayudaron a cometer sus fraudes? ¿Cómo operaba para que no dieran cuenta? ¿Por qué juzgaron a sus víctimas? ¿Qué hicieron las autoridades de los distintos países para frenarlo? Lo que ha pasado con El estafador de Tinder es para dar más escalofrío. Así que, es una oportunidad para disfrutar y reflexionar sobre los claroscuros de las redes sociales en las que estamos sumergidos. Está en Netflix.