Por. Adriana Luna
La tenacidad de un patinador y el amor de una madre se exhibieron en cada movimiento de Donovan Carrillo en la pista de hielo olímpico en Beijing, China. Al cierre de cada rutina del joven mexicano, aparecía la cadena dorada que le regaló Diana, su madre, como un símbolo de que ella siempre estará a su lado, cuidándole e impulsándolo a soñar.
Desde muy pequeño Donovan aprendió a ser fuerte e independiente, pero al mismo tiempo ser solidario. Él y sus dos hermanas tenían que apoyarse en la escuela, en el centro de entrenamiento y en el hogar, conscientes de que sus progenitores tenían que trabajar para poder sacar adelante a la familia.
El hijo menor de la familia Carrillo siempre ha mostrado una madurez que no es acorde a su edad. Sus padres reconocen que Donovan prefería platicar con adultos, en lugar de niños de su edad. Además, su simpatía le ganaba el cariño de la gente a su alrededor. Diana su madre recuerda que el niño terminaba exhausto de los entrenamientos: clavados, gimnasia y patinaje. Hubo días en que se quedó dormido en las gradas del Consejo Estatal del Deporte (CODE) Jalisco, hasta que una agente de seguridad se acercó a despertarlo. Él se asustó tanto que comenzó a llorar.
Las lágrimas no son extrañas para Donovan, ha tenido que llorar incluso en solitario con tal de perseguir su sueño de ser un patinador de calidad internacional. Diana recuerda cuán difícil le resultó dejarlo en la ciudad de León, a sus 13 años de edad, para que siguiera con sus entrenamientos, ya que en Guadalajara había cerrado la pista de hielo y en Zapopan sólo había una muy pequeña que no le era útil. Ese día, Donovan agarraba la mano de su madre, rogándole que se quedara con él. Ella lloraba, el hijo lloraba, el entrenador también. A su corta edad, Donovan Carrillo supo que estaba dispuesto a cualquier sacrificio para llegar a cumplir con sus objetivos. Mientras que ella, asimiló que su deber como madre era darle alas a su hijo para que volara alto.
El atleta aprendió a visualizar en su mente cada movimiento de su cuerpo. Por ejemplo, en clavados y en gimnasia, solía hacerle dibujos a su madre, él era un monito plasmado en papel, con palitos y bolitas repasaba cada pirueta y giros que haría, así los grababa en su memoria, quería rutinas perfectas.
Desde que comenzó a residir en León, Guanajuato, el vínculo con su entrenador Gregorio Núñez se estrechó. Juntos han enfrentado momentos muy difíciles, el más reciente fue durante la pandemia, cuando el padre de este último, falleció víctima de Covid-19. Ambos estaban en competencia mundial y no pudieron estar presentes para despedirlo. El sueño era más grande que su dolor, estaban obligados a perseverar para que Donovan pudiera participar en los Juegos Olímpicos de Invierno, representando a México, como no ocurría en los últimos 30 años.
La disciplina necesaria para ser atleta de alto rendimiento, la obtuvo desde su hogar, de forma natural, pues su madre Diana es maestra de Educación Física en una primaria y también es psicóloga, mientras que su padre, Daniel Carrillo, es especialista en cultura física y deporte.
Anoche todos volvieron a llorar, pero no era de tristeza, sino de alegría al haber visto a Donovan presentarse por primera vez en una justa olímpica, haciendo lo que le apasiona, porque los hijos son para guiarlos en el camino durante su infancia y que vuelen solos por sus sueños.