Por. Gerardo Galarza
En los rancios tiempos de priato, que hoy restaura la “Cuarta Transformación”, la cargada era un elemento esencial y, por definición, insustituible del poder presidencial absoluto. También deleznable.
Hoy ha resucitado. Está vigente.
La cargada era, es, un fenómeno politiquero mexicano mediante el cuál todos los presidentes de la República priistas tenían, -tienen-, razón; hicieran lo que hicieran, haga lo que haga.
Los presidentes de la República gozaban de ella a partir de su “destape”, mediante el “dedazo” presidencial, como candidatos del PRI a la Presidencia de la República.
Desde ese momento y por los siguientes seis años ellos eran, fueron: el elegido, el mejor, el intérprete de los anhelos nacionales, el único, el jefe máximo de las instituciones, el líder supremo del pueblo, el guía del país, el más patriota, el más preparado, el más capaz, el más querido, el más simpático, el más popular, el mejor de todos los mexicanos y hasta, por supuesto, el más guapo. El mexicano más todo.
La cargada comenzó a palidecer en 1994 con el destape de la candidatura emergente de Ernesto Zedillo, a consecuencia del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Desde entonces ningún otro priista gozó plenamente de las mieles de la cargada. Ni siquiera Enrique Peña Nieto. La explicación es sencilla: desde el año 2000 ningún candidato presidencial priista tenía asegurada la Presidencia de la República, lo que complicó la entrega total de las llamadas fuerzas vivas políticas y, sobre todo, de la clase política al ungido.
En el 2018 ninguno de los candidatos presidenciales, incluido el del PRI, disfrutó de la cargada. La democracia, incipiente e imperfecta, lo veía impediente desde hacía apenas18 años.
Pero, las tradiciones son las tradiciones y perviven en quienes provienen de ellas, de su origen. En este caso, del priismo, el más rancio y el más nauseabundo, el de los años sesenta y setenta del siglo pasado. No hace mucho, por cierto.
Tímidamente, la antigua cargada priista comenzó a levantar la cabeza luego del resultado de las elecciones presidenciales del 2018. Fue creciendo hasta nuestros días, cuando sin recato alguno todos los altos, medios y bajos funcionarios del gobierno federal se han sumado al apoyo a la embestida presidencial contra el Instituto Nacional Electoral (INE) con el pretexto de la revocación de mandato, cuya ejecución está en proceso.
Tal servilismo de la clase política y de las fuerzas vivas (los matraqueros del partido oficial) no se veía desde los tiempos de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo, aquellos que encabezaron la llamada, inclusive por priistas, “Docena Trágica”.
Hoy ya no son tan necesarias las planas publicitarias pagadas (aunque las haya) en los periódicos o anuncios en la televisión, ni las mantas monumentales colgadas en los edificios que rodean el Zócalo de la CDMX o declaraciones de secretarios de Estado y de altos funcionarios del gobierno (que las hay y en abundancia) para configurar la cargada.
No. Vea y lea usted las cuentas en las redes sociales de los secretarios de Estado, altos funcionarios de la Federación, gobernadores y legisladores y dirigentes de todo tipo del partido oficial contra el INE por el caso de la revocación de mandato. Además, encontrará algunas perlas sobre el presunto segundo contagio presidencial de COVID-19.
El objetivo real es destruir al INE o, en todo caso, desde ahora “probar” un “fraude” ante una eventual derrota en las elecciones presidenciales del 2024. ¡Mucho ojo!, como pedían los anuncios de televisión a los niños, probables víctimas de ataques de todo tipo o delitos.