Por. Boris Berenzon Gorn
“La función de un escritor no es ser neutral”.
Almudena Grandes
Pocos papeles tan cruciales se juegan en el alma colectiva como el que interpretan artistas e intelectuales. Su tarea —hilar finamente pensamientos que descifren y desnuden a la realidad— no sólo permite la construcción de conocimiento de gran profundidad para las sociedades, sino que también nos lleva a repensar, reconfigurar y transformar el mundo que habitamos.
En ocasiones, esta noble tarea se pierde entre los oficios fatuos que obedecen al glamour o al mercantilismo dúctil de la ligereza y el establishment cultural. Un intelectual, dice el ensayista italiano Alfonso Berardinell (1943), es ante todo un misántropo con “el derecho y el deber de criticar la sociedad, de denunciar sus injusticias, su falta de libertad y el conformismo que pueda haber en ella”. Semejante razón de ser les coloca, sin duda, en un difícil equilibrio, pues contribuyen con sus ideas a un mundo del que se sienten inherentemente, en mayor o menor medida, ajenos.
Estos misántropos, críticos sociales, denuncian —guiados por un profundo amor a la misma humanidad— a la sociedad que aniquila lo más hermoso que posee el individuo: la belleza, el arte, el propio aire, la historia, la memoria. Y al defenderse a sí mismos, prosigue el autor de Leer es un riesgo (2016) “defienden la individualidad de todos, los espacios de libertad (y de soledad) de los que el individuo precisa para existir”.
Para la escritora y autora de El corazón helado, los intelectuales no eran simplemente un grupo o una cúpula. No constituían tampoco un partido político, pues nunca tienen el poder. Aunque, sin duda, a algunos de ellos les guste coquetear con él y, cuando lo buscan, terminan convirtiéndose en lacayos de quien de verdad lo tiene. Los intelectuales que quieren usar un dogma de pertenencia política como un altoparlante pierden el papel de su propia voz y la lectura de sus aportaciones. Su papel está, muy por el contrario, en las reivindicaciones. En ésas que sirven al ser humano, a la persona, y no a la frialdad de las ideas aisladas.
Es por ello que, a su propio modo, Grandes se coloca siempre del lado de los marginados. De los que la historia tiró al suelo y pateó una vez los vio desposeídos. Es así como en sus seis novelas y una más que saldrá de manera póstuma, unificadas bajo el título Episodios de una guerra interminable, la autora recupera la memoria histórica de los que ella llamará los “perdedores”. De esos que nunca tienen voz en el eco del pasado y que son contados desde la perspectiva de una victoria alcanzada a su costa; con sabiduría y calidez humana Almudena se aleja de lugar común de los resentidos sociales, para dar palabra plana a los despojados.
Paul Ricoeur, quien ha debatido el sentido de la memoria y el olvido, concibe la idea de vivir la memoria como un juicio de la sociedad en el que el sujeto perpetúa, desde la resignificación, los rastros del pasado. Desde allí, permite que trascienda lo acaecido, señala Ricoeur, y construye en consecuencia la magnifica posibilidad de repensar y transformar el entorno. En la obra de Grandes descubrimos un esfuerzo por transformar este juicio en el enorme espejo en que se observa una sociedad entera para, una vez superada la impresión de esa mirada, reconstruir hasta lo más hondo.
Así, Almudena Grandes entendió que los ecos de la Guerra Civil —esos que en México también han dejado una huella profunda—, como todo duelo social, marcan su propia dinámica de restauración y reedificación del tejido. La memoria se constituye como un ejercicio reparatorio de larga duración que resignifica lo vivido con la ilusión de no volverlo a repetir. Y así, escribiendo de otra forma el mismo pasado, ve a los otros, a los derrotados, dándoles un sitio al cual ceñirse y una mirada con un rostro para resignificarse desde la dignidad. En Almudena Grandes hay algunas respuestas del verdadero quehacer de las humanidades y su vigencia.
Manchamanteles
La injusticia con la que una nación trata a los héroes y heroínas que dedican su vida a exigir justicia por los desaparecidos fue otro de los temas que movió a Almudena Grandes. Un tema que, sin duda, nos obliga a la reflexión en el contexto cotidiano: ¿quién protege a quienes buscan a los desprotegidos?
Narciso el obsceno
Narciso no tiene tiempo ni espacio, entra en el terreno desconocido, desentendido. Narciso sólo tiene tiempo para él, si no, está muerto.