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«CEREBRO 40» La columna rota

  • Frida Inmersiva

Por. Bárbara Lejtik

Pocas cosas hay tan bonitas y poéticas como una mañana de domingo en la Ciudad de México,

Lo subo al siguiente nivel, en el centro de la Ciudad de México.

Convencida estoy que todos los que hemos sucumbido de amor ante la magia de la gran Ciudad, lo hicimos el día que caminamos por alguna calle del centro un domingo antes de medio día.

Todo es mágico, los sonidos, las experiencias visuales, los olores a comida que desprenden los puestos callejeros, la música que viene de todos lados, el entusiasmo y la alegría de la gente, la fraternidad con la que las familias salen a pasear, la pasión con la que los novios se besan en las bancas, la determinación de los grupos que organizan movimientos sociales.

El Centro Histórico es un lugar situado en el no tiempo, un espacio en el que puedes jugar a ser quien tú quieras ser, una pareja elegante de los años 50’s, un grupo subversivo de finales de los 60’s, una pareja de amantes clandestinos pretendiendo pasar inadvertidos, un sacerdote azteca haciendo su ofrenda al Sol.

La Ciudad de México, dicen los que saben, es indescifrable, tan surrealista como cotidiana, tan clásica como salvaje; sin duda el mejor plan para unos ojos en busca de aventura y arte urbano, de historias y de mitos, mitos tan reales como todas las leyendas que se erigen entre cada edificio y que son parte intangible del paisaje urbano.

Orgullosa de una de sus hijas más destacadas y prominentes, de una de las chilangas más famosas a nivel mundial, de los ojos más veces copiados y el estilo más imitado, la chilanga más amorosa, rebelde y capitalina de todas.

Tenía muchísimas ganas desde hace tiempo de ir a la exposición de Frida Inmersiva, por razones desprendidas del regreso a la anti-normalidad no lo había hecho, y todo pasa por algo, en esta compleja ciudad de maquinaria inteligible uno aparece en el lugar y tiempo que le corresponde exactamente.

De entrada, tener acceso al emblemático Frontón de la Ciudad de México y ver de reojo al Monumento a la Revolución, prometiéndole en secreto que saliendo te tomarás una foto con él, formarte en una fila con familias y público ansioso de sumergirse en la experiencia que por televisión, redes sociales o espectaculares, se anuncia como una de las más interesantes y visitadas de la historia, es siempre motivo de excitación.

La instalación cumple con todas las expectativas que el visitante pueda llevar, tengas antecedentes o no sobre Frida Kahlo, conozcas su obra o su original e interesante vida, sales del recinto más informado, más convencido y sobre todo más enamorado de Frida y su mensaje.

“Frida fue una mujer que hizo de su vida una obra de arte”.

Es la frase con la que la instalación te da la bienvenida, y es solo una de las cientos de miles de formas en las que yo podría describir a Frida.

Desde mi primer encontronazo con ella, en mi ya muy lejana niñez, en un viaje familiar a San Francisco tuvimos la fortuna de coincidir con una exposición con varias de sus obras originales en el museo de arte moderno.

Mi papá que es quien me ha dicho la mayoría de las cosas que me he creído, me dijo aquella vez que Frida era una mujer particular, profunda, subversiva, llena de contrastes y que él pensaba que yo tenía mucho de ella, supongo que se refería a mi gusto por los juguetes mexicanos, por las historias trágicas en mis juegos de niña, por mi natural rebeldía, por mi exagerada pasión, no lo sé; pero en mi corazón de niña había ya una nueva tutora, una madre y una estrella polar.

Hay infinidad de cosas que me gustan, de algunas sé mucho, de otras casi nada, pero puedo decir convencida de que no es presunción, que sobre la obra de Frida Kahlo es indudablemente de lo que más sé, y nunca fue a propósito ni con la intención de volverme una experta, desde que la adopté en mi vida no hice más que devorar todas las lecturas, escuchar todas las historias, proponerme conocer todas sus pinturas, saber sobre el contexto de su vida en que las pintó, leer lo que ella leía en cada etapa de su vida, hasta el extremo de mudarme al barrio de Coyoacán y conseguirme una casa a dos cuadras exactas de la emblemática Casa Azul, a la que he ido incontables veces, la mayoría simplemente a pasar la tarde y contagiarme de su esencia, creo que la conozco de manera externa tan bien como quienes compartieron con ella, el interior de su ser, sigue siendo un enigma fantástico que solo ella conocía y del que algo nos dejó ver a través de su obra.

Creo que la gente allegada a mí sabe de mi gusto exacerbado por ella, me lo dicen la enorme cantidad de libros y regalos que he recibido en la vida alusivos a su obra y al personaje que ella creó, mas no representó, simple y genuinamente así lo vivió.

Frida solo nació para ser Frida.

Yo se que tal vez haya muchas mejores artistas plásticas que ella, pintoras con trazos más puros, que representan una época, una situación que retratan a la población mexicana, pero a mí lo que me gusta de Frida no es su estilo, es todo lo que comparte, ella se representa a sí misma como pocos genios lo han logrado en la historia, ella retrata su alegría y su dolor, su filtro para ver la vida a través de una mirada única, la suya.

No pretende jamás igualar colores ni paisajes, ni rostros, no busca simetrías ni perfección, ella solo plasma lo que en una fotografía exacta de la distorsión que su imaginación le permite ver de la realidad.

Ella es una mujer adelantada a su tiempo y al nuestro, que logra hablar de sensualidad, de rebeldía, de desolación, de femineidad sin palabras, que nos engaña presentándonos frutas y flores para hablarnos de erotismo y de placer, es fálica, es poderosamente femenina, esta conectada a la tierra, entiende los secretos de sus ancestros, ve el socialismo como la única manera verdaderamente honesta de vivir en comunidad.

Creo que sí, que tenemos muchas cosas en común, a mi también me atropellaron y la vida me detuvo para que observara todo lo que estaba allí y no podía ver antes, a mi también me llevaron a vivir a Estados Unidos y supe lo que es congelarse desde dentro, yo también me enamoré de un hombre mucho mayor que yo, como ella me he quedado sentada llorando en la banqueta y he querido desdoblarme en una gemela para poder hacer más llevadero el dolor, como ella sé de amores y desamores, de la irremediable levedad de la vida, de la única medicina que es sacar las emociones, yo en palabras ella a pinceladas.

De la risa amarga y el llanto con sabor a piloncillo, del consuelo que da el tequila y la música, de la inmejorable compañía que son los animales y la confusa existencia cuando uno desciende de razas y culturas que se contraponen como lo son la judeo-europea y la mestiza mexicana.

Por eso Frida es mi artista favorita y uno de mis personajes preferidos, incluyendo y sin distinguir los reales de los imaginarios.

Y como fan y acérrima seguidora de ella que soy, les puedo asegurar que la exposición de Frida Inmersiva no tiene desperdicio, es una experiencia en la que el espectador puede, por unos minutos, sumergirse en su pintura, escuchar parte de sus textos y la música que a ella le gustaba, hecha por gente a la que su vida apasiona y encanta, se siente, se escucha, se percibe la fascinación de quienes trabajaron en este proyecto, su amor, su profunda admiración y su historia de vida con ella.

Te invitan a sentirse un poco dentro y fuera de la mujer y los vericuetos de su imaginación, de la película que se proyectaba dentro de su cabeza, de la imagen personal de la pintora más importante de nuestro país, una de las más importantes del mundo, un personaje que ella involuntariamente diseñó, admirado en el mundo entero, que fascina y cuestiona, que seduce y confronta, pero que es imposible dejar pasar, como uno enmudece y abre los ojos para presenciar la fuerza de un huracán, existiendo sin remedio.

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