Por. Bárbara Lejtik
Y con este tema no quiero ser excluyente. Mucho hemos luchado las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad para ganarnos un lugar, para ser parte de la fuerza laboral, de estar en el partido de ajedrez de la globalización, por ganar derechos, por hacernos responsables de nosotras mismas, por visibilizar los abusos y las injusticias.
Pero, qué importante es hacer tribu, qué importante es no cortar ese lazo que nos une, ese sentimiento de pertenencia, eso que llamamos “Sororidad”.
Las pinturas rupestres nos cuentan que hace miles de años las mujeres se quedaban en cuevas, mientras los hombres de la tribu se iban de cacería, se quedaban al cuidado de sus hijos, de los víveres, pero lo más importante, se quedaban al cuidado del fuego, ese fuego que por ningún motivo debía apagarse porque daba además de calor y luz a ese entonces primitivo hogar, la posibilidad de guarecerse de los animales, el combustible para cocinar alimentos y el significado que hasta la fecha le seguimos dando al fuego, el centro del hogar, la sensación de estar en un lugar seguro, cálido, de estar en familia y en comunidad.
La humanidad siguió evolucionando y a lo largo de cada época observamos escenas similares, tal vez con más desarrollo, pero al final, todos los miembros de la comunidad ansían regresar al fuego de su hogar y ese fuego pidiéndolo o no, nos ha tocado a las mujeres de la tribu mantenerlo encendido.
Vengo de una familia tremendamente matriarcal, en la cual si bien hemos amado y honrado a los hombres del clan, el peso de la energía femenina se ha sentido desde siempre, una familia con por lo menos diez hembras alfa que han dado a luz a nuevas líderes, que nos hemos pasado con gran honor la estafeta, junto con la sabiduría, los buenos consejos y las recetas secretas, obviamente nos hemos modernizado, somos mujeres que trabajan fuera de casa, que estudian y que en algunos casos hemos decidido algunas seguir nuestro camino solas al cuidado de nuestros hijos.
Una de las cosas que más disfruto en la vida es estar con mis tías y primas, somos una especie de versión de Mujeres de ojos grandes de Ángeles Mastretta, en la que todas hemos aprendido a querernos con defectos y virtudes, a contenernos y, sobre todo, a fortalecernos cuando ha sido necesario.
No se pueden imaginar las reuniones al rededor de nuestro fuego, las pláticas, las anécdotas, algunas son para morirse de risa y otras para llorar a mares, pero en todas me queda claro que están nuestras manos unidas, como un equipo, como eso, como las mujeres de la familia.
Sabemos y obedecemos a rajatabla los remedios de la abuela, los secretos de belleza, las recetas, las frases, sabemos que cada una de nosotros lleva una pequeña “Mamá Chela” en su interior y nos encanta. Nos gusta mucho que nos digan que nos parecemos y en cierto modo, yo siento que me reflejo en sus ojos como en un espejo, el más sincero y honesto de todos.
Cuando ando en la calle, trabajando, haciendo las compras o simplemente paseando, me encanta observar a los grupos de mujeres, de amigas, de madres e hijas, no saben ellas lo poderosas que somos cuando estamos juntas.
Me siento tan afortunada por tener amigas, muchas amigas, amigas de la infancia, amigas de la carreta, amigas mamás de los compañeros de mis hijos, amigas del trabajo, colegas, yo comando un negocio en el que trabajamos solo mujeres y en estos años he aprendido muchísimo, sobre la fuerza, la resiliencia, los estados de ánimo, pero sobre todo sobre la esencia femenina, la flexibilidad de mente, la tolerancia, el empeño, las prioridades que tiene una mujer, el amor a los hijos, a la familia, a la comunidad, esa magia que nos dio la vida y con la que podemos encontrar las palabras exactas, dar consejos con el corazón, compartir tristezas y alegrías.
No, por supuesto que no quiero un mundo de puras mujeres, soy o pretendo ser una persona incluyente y respetuosa de cualquier tipo de orientación y preferencia. Solo quiero externar lo orgullosa que me siento de mi bando y lo especial que es para mi pertenecer al género que le ha dado continuidad a la humanidad.
Ser mujer y ser tribu es una fortuna y una bendita responsabilidad, saber que somos las guardianas del fuego nos hace poderosas en el mejor de los sentidos.
Hoy quisiera honrar a todas las mujeres que han influido en mi vida, vivas y muertas, que han sido parte de mi camino o que he conocido en libros e historias.
La humanidad es la casa, las mujeres somos el fuego.