Por. Fernando Coca
Emilio Lozoya es el mejor ejemplo de la impunidad.
Confeso de haber recibido sobornos de Odebrecht, el junior del priismo ha cometido uno de los más grandes errores de su vida, al exhibirse en un restaurante de lujo en la zona más exclusiva de la capital mexicana.
Lozoya es uno de esos príncipes de la política mexicana a los que se ha querido desterrar de la vida pública por lo nocivos que son. No ha mostrado más talento que para usar los cargos públicos en su beneficio y, ahora que “cayó en desgracia”, busca que sean otros los que paguen lo que él hizo.
Peor que Lozoya está el titular de la Fiscalía General de la República, Alejandro Gertz Manero, quien le ha dado a Lozoya tal libertad que el exdirector de PEMEX deja en ridículo al primer fiscal “independiente” en la historia de México.
La lucha contra la corrupción que encabezó Andrés Manuel López Obrador para llegar a la Presidencia se ve mancillada y traicionada por un fiscal que ha privilegiado la versión de un corrupto confeso a los hechos que deberían tenerlo en la cárcel.
Ninguno de los casos que ha intentado judicializar Gertz tiene pies, tampoco cabeza. Las cosas, como van, se convertirán en un grave escándalo pues ni peces gordos, ni pececitos, ni corruptitos ni corruptotes ha podido llevar a la cárcel. Gertz tiene a la fiscalía como oficina particular para sus venganzas personales.
El presidente López Obrador prometió que la Cuarta Transformación tendría como bandera desterrar la corrupción. El caso de Lozoya es más emblemático de cómo desde un cargo público, una persona puede corromperse y corromper. Pero Lozoya, para salir del embrollo en que se metió por su ambición, solo ha fabricado culpables.
Lozoya debe estar en una celda y no cenando en un exclusivo restaurante con una carta que ningún mexicano común podría pagar sin endeudarse varios meses para pagar los platillos que ahí se consumen.
Lozoya hasta hoy solo ha fabricado delitos.
Gertz tiene en sus manos el futuro de la justicia en México, pero para él, la prioridad no es la justicia.
Con su actuar, Alejandro Gertz está tirando a la basura la lucha anticorrupción por la que López Obrador, y los millones de mexicanos que votaron por él, pelearon décadas.