Por. Mariana Aragón Mijangos
Hace más de una década trabajé en el sector educativo, específicamente como jefa de departamento en el área encargada de otorgar los certificados de Educación Básica y de las Normales de Oaxaca, en el legendario Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), epicentro de las operaciones de la Sección 22 del SNTE, donde a excepción del personal de confianza, la gran mayoría era personal sindicalizado, una proporción cercana al 85 por ciento.
Era un momento en el que la relación entre el gobierno y el sindicato estaba todavía tensa a raíz del conflicto magisterial en 2006, y a ello se sumaban los ya “tradicionales” “paros” como el de mayo, cuando el magisterio solía negociar sus prerrogativas laborales. A veces eran 15 días, a veces un mes ó más sin que las escuelas públicas estuvieran abiertas.
De mi paso por el IEEPO aprendí la trascendencia de la Escuela en las familias, que va mucho más allá de hacer efectivo derecho a la educación en las infancias, porque la escuela también hace las funciones de referente identitario, de axioma orientador de la organización social, en fin, de sentido. Después de todo, para la gran mayoría de las y los mexicanos, había dos cosas ciertas en esta vida: La misa de los domingos y el homenaje de los lunes en la escuela.
Y desde luego, otro de los aprendizajes fue el convivir con los cánceres que han mermado a un sistema educativo que desde hace mucho estaba debilitado en infraestructura, en contenidos y capital humano. Corrupción, desvío de recursos, extorsión, y en suma mezquindad, llevan décadas detrás de las políticas educativas, no sólo en Oaxaca, ahí está la maestra Elba Esther Gordillo para recordárnoslo.
Este es el punto de partida en el que nos encontró la COVID19, y parte de por qué no estamos listos para volver a las aulas, porque nuevamente la pandemia ha puesto el foco en las debilidades sistémicas que veníamos arrastrando como país, y que para recuperar cierta “normalidad”, resulta inminente atender a fondo.
Hoy, luego de año y medio de tener las escuelas cerradas sabemos las dificultades que las familias hemos enfrentado al tener a las infancias en casa, que la educación a distancia no es lo mismo, que se pierde una parte valiosa del proceso de aprendizaje que es aquella que surge del conocimiento en colectivo, que las y los niños están perdiendo habilidades de socialización y que para madres y padres, especialmente quienes asumimos la responsabilidad solas, ha sido durísimo llevar la doble jornada 24/7. Además, también están las pérdidas económicas de las escuelas particulares. De ahí la urgencia de volver a clases.
Pero lo cierto es que, el contexto actual indica que todavía no es viable regresar porque estamos en plena tercera ola de la pandemia, que por mucho ha resultado ser la más agresiva, y hoy sabemos que niñas, niños y adolescentes no son inmunes: desde el inicio de la pandemia se han contagiado 61 mil, de los cuales 613 han perdido la vida. Además, no hay infraestructura básica en la mayoría de las escuelas, y a esto sumémosle las inconsistentes directrices que la SEP ha “diseñado” para un regreso a clases seguro. La conclusión que hacemos la mayoría de madres y padres de familia, es que sencillamente no hay condiciones para volver a las aulas. Al menos no así, no ahora.
Sí, México es de los pocos países que no ha reabierto las escuelas, pero sus circunstancias no son comparables a otros países, como los centroamericanos que abrieron desde abril, pero que su densidad poblacional hace más manejable seguir protocolos y tomar medidas. Tampoco somos Estados Unidos dónde ya se empieza a vacunar a los mayores de 12 años, las escuelas cuentan con una infraestructura adecuada, equipada, espaciosa; y donde existe un amplio acceso a medidas preventivas fundamentales como a las pruebas rápidas y a las vacunas.
Aquí ni las mismas maestras y maestros tienen claridad en cómo sería posible reiniciar clases presenciales de manera segura. Que cada quién revise a sus hijas/hijos en sus casas, que se firme una responsiva, que traigan su gel y sus cubrebocas, ¿qué es eso? En pocas palabras la traducción es: “Yo, Estado cumplo con abrir las escuelas para garantizar el derecho a la educación, pues la educación a distancia no está al alcance de todos, (de cifras de deserción ni hablemos); y porque es la mejor solución para dar salida a presiones económicas y sociales, (como la evidente falta de corresponsabilidad del estado en las tareas de cuidados), pero las familias que decidan volver asumirán la responsabilidad por su salud”. Esto es en pocas palabras.
La postura del presidente ha sido inamovible, y el 30 de agosto ya está a la vuelta de la esquina, pero ¿Qué va a pasar cuando a dos semanas de la reapertura haya un incremento de casos de COVID en NNA? ¿Para qué exponerse a otro intento fallido? Si tanta es la insistencia ¿por qué no vislumbrar un regreso a clases escalonado? ¿Qué tan difícil es vislumbrar las necesidades y capacidades regionales? No es lo mismo regresar en zonas de alta densidad demográfica como las urbanas, a zonas rurales donde hay espacio y menos alumnado y donde la inminencia es mayor por el difícil acceso a internet.
Si, a todos ya nos urge que se abran las escuelas, pero la prioridad es la salud de nuestras hijas e hijos. Hay que esperar a que pase esta ola, y mientras tanto, los gobiernos federal y estatales deberían invertirle a estudios de factibilidad y a protocolos bien hechos, con enfoque de interseccionalidad, así como dotar a las escuelas de lo necesario para que el regreso a las aulas, no sea cuestión de vida o muerte.