Por. Boris Berenzon Gorn
Negar los beneficios que han traído a nuestras vidas la era digital y la web 2.0 parece una labor imposible. Pocos se aventurarían a decir que estos avances no han mejorado nuestro día a día, haciéndolo más práctico y proporcionándole atajos para decenas de complicaciones. Sin embargo, el ser capaces de ver los pros no nos puede hacer indiferentes a los contras. El aura mitológica con la que los gigantes de Silicon Valley han envuelto a sus corporaciones es poco más que una fantasía adolescente. Las redes sociales no son la fuente inagotable de la democracia ni la exposición a ellas nos entregará mágicamente el máximo cumplimiento de nuestro derecho a la información.
La pandemia de COVID-19 y nuestra forma de enfrentarla dicen más de nuestra época de lo que quizás podemos ver hoy. Es claro que sin las tecnologías de la información y la comunicación no hubiéramos podido sustentar los modos de vida de la actualidad de la forma en que lo hicimos. No sólo una parte significativa del trabajo tuvo que trasladarse a lo digital, sino también la socialización y las actividades educativas. Las medidas de emergencia sin duda fueron útiles y necesarias, pero, en más de un sentido, muchas de ellas quizás hayan llegado a su límite.
Las tecnologías digitales, por beneficiosas que parezcan, tienen fronteras donde sus gracias se deforman y llegan incluso a resultar nocivas. Fronteras que deberían parecernos claras, pero que en el ajetreo de la actualidad procuramos ignorar. Cualquier persona con un nivel aceptable de autoconocimiento se daría cuenta de que la forma compulsiva en que acudimos a nuestros dispositivos electrónicos nos resultaría enfermiza si se trasladara a cualquier otro objeto o acción. Aquella necesidad de obtener nuevos estímulos, sea a la mitad de una reunión con la familia o reposando en el retrete, se parece sospechosamente a los comportamientos de los adictos, quienes se ven obligados a acudir con constancia a la cita con una fuente que en un inicio proporcionaba placeres, pero que termina convirtiéndose en ama y señora de su vida.
Si es difícil reconocer estas fronteras siendo adultos que crecieron sin pantallas y que debieron hacer, en algún punto relativamente maduro de su vida, la transición electrónica, tanto más lo será para las personas en formación, que desde pequeñas se han visto expuestas a los dispositivos electrónicos. Expuestas de una forma vacua, aunque queramos pensar lo contrario. Porque, seamos honestos, nuestros hijos no crecieron utilizando las herramientas educativas súper desarrolladas del futuro, sino simplemente viendo videítos de YouTube y mandando mensajes instantáneos desde muy temprana edad.
Para Michel Desmurget, autor del libro La fábrica de cretinos digitales, aseverar que las nuevas generaciones son más inteligentes únicamente porque han convivido desde siempre con dispositivos electrónicos no es más que otro más de los mitos sobre los cuales se sostienen los emporios de Silicon Valley. La realidad es que sus habilidades cognitivas, lingüísticas y sociales han sido afectadas por la constante y temprana exposición a las pantallas. La Asociación Americana de Pediatría recomienda que los niños de menos de dos años no tengan ninguna exposición de este tipo, con la única excepción de las videollamadas, y aun así hay quien cree que YouTube es una niñera ideal solamente porque hay caricaturas involucradas o porque el filtro de contenido para adultos está activado.
Mientras el ser humano se encuentra en desarrollo, hay múltiples habilidades que no pueden potenciarse sólo a través de las pantallas. El contacto con los otros resulta fundamental. Para Desmurget, el tiempo en las pantallas afecta directamente la atención de lenguaje, la concentración y las horas de sueño. Pero más allá de eso, la realidad social que se construye en el mundo online está moldeando la forma en que las nuevas generaciones ven el mundo offline, llevando al último las reglas del primero y magnificando los elementos de pretensión, superficialidad, linchamientos y similares que caracterizan a la web 2.0.
La educación a distancia, aunque representó un buen salvavidas frente a la emergencia, aumentó la desigualdad. Además, por desarrollada que se encuentre, parece tener resultados muy limitados cuando se trata de niños y adolescentes. Así lo hace ver Desmurget, quien recuerda que, frente a los bajos resultados, Francia debió reanudar las clases presenciales a sólo tres meses de iniciada la emergencia. Si bien se trató de una medida indudablemente necesaria y útil para hacer frente a la pandemia, llega un momento en que sus limitaciones no pueden ignorarse más.
Manchamanteles
Es triste que en países como México todo tema serio deba discutirse como si se tratara de una hazaña deportiva. Las ideas aquí disgustan no por la argumentación que las soporta, sino por “el equipo” que las propone. Sin duda, si viéramos más allá de eso, notaríamos cómo las grandes potencias reanudaron sus clases presenciales desde hace muchos meses. Tendríamos también el juicio para notar que no hay mucha diferencia entre llevar a los niños a la playa, fiestas y reuniones, y llevarlos a la escuela, donde al menos habrá medidas de seguridad. No hay que dejarse sorprender por las campañas de pánico ni tampoco por aquellas triunfalistas. Hay que darle a la salud su propio reino y reconocerlo .
Narciso el obsceno
“—¿Usted qué religión practica?
—Yo… el catolicismo… ¿Y usted?
—Yo nací en la comunidad judía, pero ahora practico el narcisismo.”
Woody Allen — Sid Waterman.