Por. Oscar H. Morales Martínez
Participar en una justa olímpica es el sueño de cualquier deportista de alto rendimiento. Si además se obtiene una medalla, el recuerdo de ese momento perdurará en la memoria y corazones de toda una nación.
Pero no es necesario ganar una competencia para ser considerado un triunfador. A ese nivel, representar a tu país y dar lo mejor de ti es la recompensa de años de esfuerzo.
El barón Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos, lo dijo hace más de 100 años:
“Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo.”
Se trata de eso, de brindar tu mejor esmero. Dar tu última zancada, el último golpe, el último salto, la última brazada, como si fuera la primera. Es el triunfo del espíritu humano sobre los límites de su cuerpo.
Se ha criticado la participación de la delegación mexicana en esta Olimpiada de Tokio. Ha sido la actuación con menos medallas desde Atlanta 1996 y solo supera a 8 de los 24 eventos olímpicos a los que ha asistido, no obstante ser la tercera delegación más grande de su historia con 162 atletas.
Pero sería injusto juzgar a los competidores mexicanos sin analizar todo su entorno y contexto.
El apoyo de las autoridades deportivas en México siempre ha sido reducido y en muchas disciplinas casi nulo.
En esta administración, se han cancelado fondos, becas y estímulos bajo la justificación de “hacer ajustes presupuestarios”. Se ha acusado directamente a la titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE), Ana Gabriela Guevara, de desvío de recursos, falsas pruebas antidoping, adjudicaciones directas de contratos a proveedores, favoritismos y venganzas contra deportistas e incluso, de haber sido la autora intelectual de atentar contra la vida de dos abogados Jesús Chaín y Rafael Sánchez.
Diversos deportistas han denunciado públicamente los atropellos que han sufrido bajo la gestión de la ex medallista olímpica al frente de la CONADE y, pese a los señalamientos y escándalos, el presidente Andrés Manuel López Obrador la ratificó en noviembre del año pasado.
Con excepción del futbol -que recibe apoyos de la Federación Mexicana de Fútbol Asociación (FEMEXFUT) y no de la CONADE-, nuestros medallistas y competidores olímpicos no tienen los reflectores, atención pública, ni patrocinios para impulsar su desarrollo.
Son sus familias las que invierten su dinero y tiempo en la preparación de sus hijos, sobrinos o nietos. Cuando la familia no está o no puede, es el mismo atleta quien sufraga su equipo, entrenamiento, alimentación, preparación, viajes y distribuye su tiempo entre el trabajo y su acondicionamiento.
En México, las clases de educación física que se imparten en los niveles básico e intermedio no están diseñadas para generar y preparar atletas, ni un nivel de competencia. No hay instalaciones, equipo, herramientas, ni preparación especializada para disciplinas de atletismo. No es parte del plan educativo formar deportistas ni una mentalidad ganadora, así de sencillo.
Por tanto, el deporte en México no es una prioridad, no obstante que debiera ser considerado un tema de salud pública siendo el país que ocupa el primer lugar mundial en obesidad infantil.
No es coincidencia que todos los países que conforman el G-8 quedaran entre los primeros 11 lugares del medallero olímpico de Tokio, a los que se sumaron China, Australia y Países Bajos. Tampoco es coincidencia que países con un menor desarrollo económico, como Brasil, Cuba y Jamaica, quedaran ubicados en los lugares 12, 14 y 21 respectivamente, porque tienen estrategias detalladas y concretas de apoyo al deporte.
¿Cómo es posible que México con una población que supera los 126 millones de habitantes ocupe el lugar 84 en esta lista?
La respuesta salta por sí sola: sin objetivos definidos, programas a largo plazo, mayor apoyo económico, patrocinios y estrategias claras, no se pueden obtener mejores resultados.
Por el contrario, existe nepotismo, corrupción, luchas intestinas de poder, divisionismo entre comités, favoritismos, simulación de contratos y adjudicaciones. Todo esto son vicios, faltas y delitos que lamentablemente encontramos también en otras áreas y actividades en México.
Debemos estar orgullosos de todos los atletas que nos representan dignamente en cualquier competencia, sobre todo de aquellos que por mérito propio han llegado a ese nivel.
De igual manera, tenemos que exigir mejores resultados a aquellos deportistas que no lograron igualar sus marcas personales o que su comportamiento y desempeño demuestra falta de compromiso y trabajo.
Pero es injustificable juzgar y criticar a nuestros atletas solo por su nivel socioeconómico, color de piel, aspecto físico o cualquier otra razón que no tenga que ver con criterios deportivos, porque eso nos convierte en la peor versión del mexicano, el que juzga sin saber, el que critica por envidia, minimiza por incapacidad, ataca por inferioridad y habla sin saber.
Ese tipo de mexicano da vergüenza y de esos hay muchos que se llevarían medalla de oro en ignorancia y mezquindad.
Debemos aprender a trabajar en equipo y no jalarnos las patas como los cangrejos que intentan salir de la cubeta.
Veo, con tristeza, que estos resultados olímpicos solo son un espejo de la realidad y el camino que se está trazando en México. Los buenos resultados no llegan por decreto, se requiere de una transformación institucional deportiva.
Mientras tanto, el gobierno está concentrado en reconstruir un “huey teocalli” en el Zócalo de la Ciudad de México. Quizá nuestras autoridades, con esa visión retrógrada que han demostrado, estén pensando crear un selectivo de jugadores de pelota azteca para las competencias de Paris 2024.