Por. Oscar H. Morales Martínez
El periodista mexicano Manuel Buendía, asesinado en 1984, alertaba y acusaba desde aquellos años el nivel creciente de inseguridad nacional y la complicidad de las autoridades con el narcotráfico.
En un artículo titulado La tregua de Dios, escribió: “Cuando la pradera se incendia, cuando amenaza una inundación o algo en lo recóndito asusta a los animales, las fieras y las alimañas comparten los refugios, sin reñir. Sin despedazarse entre sí. Los campesinos llaman a esto la tregua de Dios. Démonos una tregua, pues. Si ya no somos capaces de actuar racionalmente, dejémonos guiar siquiera por el instinto de los animales.”
Resuena este texto con pavorosa actualidad. Se ha perdido la racionalidad. El nivel de deshumanización de la violencia en México es incomprensible. Los animales no son tan crueles ni viles.
La inseguridad solo es reflejo de la pérdida de valores y la profunda desintegración del tejido social, que ha normalizado situaciones que por su naturaleza son aborrecibles.
Ejemplos hay muchos, solo expongo dos anécdotas.
Una familia de Tamaulipas visitaba la Ciudad de México cuando ocurrió un sismo. Espantados, corrieron hacia el baño para protegerse, pero la hija -una niña de 10 años-, gritaba “no, por ahí no, los baños solo son para esconderse de las balaceras”.
En otra ocasión, vi a unos niños en el área de estacionamiento meterse a las cajuelas de los autos de sus papás. Otros niños tenían que encontrarlos y rescatarlos con armas de plástico. Estaban jugando a los secuestrados.
Este es el México que viven y sobreviven los niños y jóvenes. Crecen con la cultura de la violencia en las calles y muchas veces la de sus propias casas. Están absorbiendo imágenes, noticias, programas y “diversión” colmada de sangre y sufrimiento.
Hemos llegado a un estado en que ni siquiera es viable pensar en una tregua. Están rebasadas las autoridades y la impunidad es el escudo de los ofensores. Esto se ha desbocado.
Aunque es un problema heredado y con raíces añejas, el actual gobierno mexicano no ha podido establecer una estrategia eficaz contra la criminalidad. La última línea de seguridad, que son el Ejército y la Marina, no logran contener la embestida colérica de la delincuencia.
Si el país fuera un tablero de ajedrez, estaríamos en jaque y con una pistola en la cien.
No fue menor lo que declaró hace unos días el presidente de México: “sin seguridad para los mexicanos, no habrá 4T.” Sin embargo, se equivoca rotundamente en su limitado enfoque, porque sin seguridad simplemente no hay país, ni instituciones, ni tranquilidad, ni crecimiento económico, ni posibilidades de hacer una vida tranquila y pacífica.
La delincuencia organizada hace alarde de su poderoso armamento y se pasea tranquila, sin límites, en las poblaciones que han sido tomadas. La novedad “militar” que han utilizado desde hace unos meses, es un dron explosivo que envían para atacar a las fuerzas de seguridad.
Si somos realistas, nos enfrentamos a terrorismo y actos de guerra, que solo pueden juzgarse y castigarse con esa severidad y rigor. Lejos de ello, las autoridades han cedido terreno y, donde existe un vacío de poder, alguien más lo toma.
La justicia y seguridad que debería brindar el Estado, son tareas que las autodefensas y diversos grupos civiles están arrogándose, como sucede en tiempos de guerra. Pero eso no es lo mejor, ni lo más deseable, porque se están formando milicias que después será difícil sofocar o que serán coptadas por la misma delincuencia que combaten.
La migración interna a raíz de la violencia también se ha elevado. Familias se trasladan de pueblos, ciudades y estados a otros lugares de México para buscar mejores condiciones de seguridad. Pero también ha aumentado la migración al exterior que, al no encontrar resquicios de paz en el país, decide salir a otros países.
Como dice el refrán: “más vale decir aquí corrió, que aquí murió.”
El siguiente paso será, de no poder contenerse esta avalancha, que los mismos grupos delictivos se integren plenamente a la vida política del país y controlen directamente sus hilos. Si existe un lavado de dinero, por qué no un lavado de “sangre”, integrándose a la estructura de gobierno, tal como sucedió hace años en Colombia.
En la época feudal, la tregua de Dios fue un movimiento impulsado por la Iglesia Católica, cuyo fin era detener o intentar regular, los abusos y violencia que ejercían los nobles sobre los campesinos. Por ejemplo, se pedía a los nobles que limitaran los días de la semana y las épocas del año para participar en acciones violentas o de guerra. Una especie de abrazos y no balazos en ciertos días y épocas.
También se crearon Órdenes de caballería para incorporar a violentos guerreros y transformarlos en caballeros que se sometieran a un reglamento religioso de conducta.
¿En qué punto nos perdimos como país? ¿Es posible reconstruirnos? Seguramente sí, pero sin voluntad política y participación activa de la sociedad, será imposible iniciar la Cruzada contra la delincuencia.