Por. Liliana Rivera
Cerró sus ojos pensando que tal vez así se le calmarían los espasmos, el sudor frío de su cuerpo, el temblor de las manos. Necesitaba algo de aire; el olor a gente amontonada del autobús, le causaba náusea. Sin fijarse dónde estaba, se bajó de inmediato en la siguiente estación. No le importó si era su destino. En cuanto abrieron las puertas, su piel absorbió lo gélido del aire. Inhaló y exhaló por varios minutos.
Dudó por un instante. Tenía que ir por N y aún estaba lejos. No quería subirse otra vez al bus. Tampoco se sentía bien para caminar. Miró a su alrededor. El paisaje le creaba efectos nostálgicos: las calles empezaban a tornarse blancas, los árboles tenían ese color del invierno que estaba por iniciar, y las personas, como parvadas de aves, emprendían su vuelo en busca de un lugar cálido.
Sintió en su rostro la caricia suave y helada de los diminutos cristales. En ese instante recordó que de pequeña le encantaba recostarse en la nieve, mirar hacia el cielo y, mientras caían los copos, abrir su boca grande, muy grande, para poder atraparlos. Cuando lograba coger alguno, lo disfrutaba de tal forma que, invariablemente, le sabía a limón… a nieve de limón. Aquello era lo mejor de esa temporada…
Mientras caminaba sin rumbo, pensó en N y en G. A la niña no le gustaba esta época del año. Habían vivido días terribles los tres. Definitivamente N estaba mejor con G. Pero ella quería hacerle olvidar los malos ratos. Mostrarle que esta temporada era fabulosa. Sí, lo haría. La llevaría a jugar. Y le compraría un trineo. Se vio deslizándose con ella por todo lo largo de la calle. Saldrían a gran velocidad y sentirían en sus mejillas lo terso del aire frío. El cabello largo de N se soltaría, dejaría una estela de olor a pino… Harían muñecos enormes y brillantes… Atraparían copitos… Le enseñaría el sabor de la nieve.
Se detuvo en medio de la calle, R abrió su boca seca para asir de nuevo ese sabor en el paladar y, como niña intentando capturarla, comenzó a divertirse. Sin darse cuenta, empujaba a todo aquel que se le cruzara en el camino. No le interesaba que la vieran como una loca, al fin ya estaba acostumbrada. Un copito se posó en su lengua desabrida… trató de saboréalo… pero…no le supo a limón… se quedó pensativa.
Un caminar inseguro no la dejaban pensar con claridad. Su garganta parecía estar lejos de ella, sus venas se sentían secas, la cabeza le reventaba con sólo escuchar el crujir del hielo cada vez que daba un paso… Concéntrate, se dijo, G esta vez te lo cumplirá.
Sin notarlo, totalmente abstraída, llegó a un 7-Eleven. La duda volvió a atraparla. Tengo que ir por N, pensó. Al llegar a los estantes de la tienda, se buscó en los bolsillos del abrigo y del pantalón; de casualidad encontraría algún billete escurridizo, pero nada, solo unas cuantas monedas. Salió de la tienda sólo con una soda en la mano. Se sentía enferma.
A una cuadra de donde estaba vislumbró una farmacia. ¡Corrió!… ¡corrió como si su vida dependiera de ello! Al salir de ahí, avergonzada, se internó en las calles para que nadie la viera. Se detuvo en una esquina. Volteó a su alrededor. Estaba sola. La nevisca era más intensa. Se sentó en la banqueta y, por instinto, se acurrucó sobre sí abrazando sus piernas hasta casi quedarse dormida.
Su cuerpo entumecido ya no le respondía. Sus manos azules y acalambradas abrieron el alcohol del 96… Lo olió profundamente… ¡por fin respiraba!… ¡Qué olor tan agradable! Impaciente, lo mezcló con un poco de refresco. Necesitaba una pequeña dosis, sólo un poco. Antes de dar el primer trago, se juró a sí misma no volver a beber, ésta sí sería la última.
Sudando y convulsa, apuró el primer sorbo… ¡aaahhhh! ¡glorioso! Su garganta se aclaró; el segundo trago fue más profundo: el calorcito iba regresando… el tercer trago: las náuseas desaparecieron y el temblor de las manos cesó… el cuarto: la nieve empezaba a estar suave y tibia… quiinnto: N… seexxtoo: jugaría con ella…seeeptiiiimooo: el olor del invierno…a pino… ooooctaaavo: G no lo haría, no será capaz de llevársela… nooooveeenn: las casas parecen tener diamantina blanca esparcida…
A N le gusta recostarse en la nieve, mirar al cielo, abrir su boca para atrapar los copitos, le preguntaré: ¿a qué sabe?… ¿el sabor?… le diré: a limón… N con una sonrisa, dirá: a mí me sabe a alcohol.
Liliana Rivera. Contadora Pública egresada del Instituto Politécnico Nacional, amante de las letras y su caos. Editora y autora de Cajita de Cristal y otros cuentos, vol. I,II, III. Coautora de tres antologías de cuento: Pandora (2016), Brecha (2017) y El viaje a través de los sueños (2019). Ha colaborado en diversas revistas digitales, así como dado ponencias en espacios culturales. Desde 2016 escribe historias que las Brujas, Hadas y Valkirias le cuentan entre sueños.
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